Entrevista al escritor Kike Ferrari

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Revancha contra la burguesía argentina
Paula Cotorro
Público

Cocaína. Chicas. Polvos rápidos. Desprecio, arrogancia. Y un cadáver. Todo esto cabe en el BMW negro del señor Machi, un hombre trajeado, hecho a sí mismo en la época de los dictadores argentinos y hoy en día un empresario sin escrúpulos. El protagonista de Que de lejos parecen moscas (editorial NUC), la novela con la que Kike Ferrari (Buenos Aires, 1972) aterriza en España, es el nuevo arquetipo del éxito argentino. Sin embargo, el escritor no quería dejar a este personaje vivo.
El señor Machi, ese hombre que lo tiene todo con sólo marcar el teléfono, va a ver destruido su mundo cuando descubra el cuerpo de un hombre con el rostro reventado en el maletero de su flamante coche. “Esta es mi revancha contra esa pequeña burguesía que se creó en la dictadura y a la que se dejó crecer en la democracia”, cuenta el escritor a este periódico.

Kike Ferrari, vestido siempre con chupa de cuero y con una perenne cerveza en la mano, tiene una vida curiosa. Ha pasado por catorce trabajos y en 2003 fue expulsado de Estados Unidos. Un asunto feo tras el que se halla una triangular historia de faldas. También es autor de varios relatos y tiene dos novelas. La primera, Operación Bukowski, nació de su pasión por el autor de Mujeres, escritor al que admira junto a Emilio Salgari, León Trotsky y Paco Ignacio Taibo II. “Me considero un escritor amateur. Hago otras cosas para vivir y si discuto con la literatura es porque no me queda más remedio”, afirma.

Marxista “de la vieja escuela”, Ferrari nutre su narrativa de aquello que le enfurece. El señor Machi de su novela está basado en un jefe que tuvo hace algunos años. “Fue un hombre que me trató muy, muy mal. Me tocó trabajar con él en esa época en la que hubo una suerte de resurrección económica en Argentina. En la novela quería colocarlo en una situación límite: un tipo que está acostumbrado a que el resto limpie la mierda por él y que se enfrenta por primera vez a un problema que nadie le puede resolver”, explica con la voz acelerada.

Los agujeros de la democracia

La novela, construida mediante saltos en el tiempo y llena de hombres de negocios repulsivos, mujeres acomodadas que prefieren unos cuernos a perder el dinero de sus maridos y matones sin remordimientos, es un ataque frontal a la actual democracia argentina. Sobre todo, a cierta impunidad con aquellos que se enriquecieron en la época de Videla. “Yo entiendo que es mejor vivir en democracia, pero los dos muertos menores de un año por hambre en mi país aparecieron con este sistema. Yo soy un hijo de la clase media, de la pequeña burguesía y aunque a mí no me toca ese problema, sigue existiendo”, sostiene.

Este discurso también habita en otras novelas policiacas de autores argentinos como Leonardo Oyola (Chamamé) y Gabriela Cabezón (La virgen cabeza). Para Ferrari, esta coincidencia literaria parte de la indignación hacia un sistema maligno, cruel y deshumanizado. “Toda esta gente está encontrando en el género policial aquello que el policial realmente tiene, y es la crítica social. Desde distintos lugares estamos montando un discurso en red. Lo que las tecnologías hicieron tenemos que hacerlo nosotros en la literatura, porque estamos peleando juntos una batalla contra el capital”, manifiesta.

No obstante, el escritor no cree que su generación este haciendo nada nuevo. Que de lejos parecen moscas empieza tras las citas de Rodolfo Walsh “el puto amo”, según Ferrari, David Goodis (Disparen sobre el pianista) y Jim Thompson (El asesino dentro de mí), escritores de la época de los cincuenta y sesenta. “En ellos se encuentra ya esa desesperanza, esa sensación de que no hay solución. Mis amigos co-generacionales tienen a sus papás desaparecidos… Saben que no hay justicia en el método de producción capitalista. Pero no hay nada nuevo en lo que estamos haciendo. Thompson y Goddis son los papás de esto”, apunta Ferrari. 

Aún así, el escritor reconoce que hay que seguir escribiendo sobre el crimen. La novela negra exorciza el mal llevándolo hasta sus extremos. En este argumento le vuelve a salir su marxismo: “Hay que nombrar el mal y destruirlo, sin piedad y con dolor. El día que tengamos que fusilar al presidente de la Ford va a estar muy bien, aunque tenemos que pensarlo como una tragedia. Pero hay que combatirlo, y eso quiere decir violencia”, sentencia.


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