“Reescribiendo” la ocupación de Afganistán
Los muertos invisibles y “La última palabra”
Nima Shirazi
Wide Asleep in America
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
“Estoy convencido de que la matanza bajo el manto de la guerra no es otra cosa que un acto de asesinato”.
Albert Einstein
El sábado 6 de agosto de 2011, un helicóptero de transporte militar Chinook estadounidense fue derribado en Afganistán, matando a 30 soldados estadounidenses, incluidos 17 SEAL de elite de la Armada y ocho afganos. Los medios noticiosos dominantes estuvieron repletos de sombrías informaciones sobre el “día más mortífero” para las fuerzas estadounidenses desde el comienzo de la invasión y ocupación de Afganistán.
Notablemente, numerosos medios como ABC, NBC, CBS y The Washington Post afirmaron que la caída del helicóptero y sus 30 víctimas estadounidenses marcaron “el día más mortífero de la guerra”, sin agregar la vital salvedad: “para el personal militar de EE.UU.” Incluso el sitio progresista de la web Truthout, suministró en su envío diario por correo electrónico ese día el titular: “Día más mortífero en la guerra de Afganistán que dura una década: 31 soldados muertos en derribo”.
La implicación obvia de esos informes fue que en ni un solo día desde el 7 de octubre de 2001, cuando comenzó la invasión y la campaña de bombardeo dirigidas por EE.UU., había resultado muerta tanta gente en Afganistán como el 6 de agosto de 2011.
Tal vez el más cínico y santurrón respecto a esta afirmación fue el presentador de la mejor hora de MSNBC, Lawrence O’Donnell. Al introducir el segmento “Rewrite” [reescribir] de su programa del lunes 8 de agosto de “The Last Word”, O’Donnell miró directamente a la cámara y, con su voz mesurada y más sincera, dijo a sus televidentes:
“Este fin de semana presenció la mayor pérdida de vidas de los diez años de la Guerra afgana”.
Mentía. A menos, claro está, que como muchos estadounidenses, O’Donnell no cuente a los civiles afganos como seres humanos dignos de seguir vivos. De hecho, la invisibilidad de la población nativa de Afganistán es tan omnipresente en los medios que O’Donnell y sus escritores probablemente ni siquiera pensaron que debían reconocer las bajas mortales civiles a manos de ejércitos extranjeros. Como dijo a los reporteros en la Base Aérea Bagram en marzo de 2002 el general Tommy Franks, quien dirigió las invasiones de Afganistán e Iraq, cuando le preguntaron cuánta gente ha muerto a manos de los militares de EE.UU.: “No lo sé, no contamos cuerpos”. Después de mostrar un vídeo de la declaración del director de la CIA y también secretario de Defensa, León Panetta, de que la caída del helicóptero sirve de “recuerdo al pueblo estadounidense de que todavía somos una nación en guerra”, O’Donnell ocupó siete minutos de transmisión para sermonear a sus televidentes sobre un país que ha olvidado la adversidad de la guerra, debido a la falta de un servicio militar obligatorio o de racionamiento, o tributación de guerra. Evidentemente apasionado y frustrado, se preguntó retóricamente: “¿A qué tipo de nación hay que recordarle que todavía está en guerra?” Siguió diciendo:
“Habrá otras noches para que discutamos el camino futuro o la manera de salir de Afganistán. No es esta noche. Esta noche es para recordarnos que esta nación sigue en guerra. Y esta noche es para recordar a la nación el precio de la guerra. El sacrificio máximo.”
En ese momento O’Donnell mostró fotografías de algunos soldados muertos en el derribo mientras presentaba breves biografías, una especie de obituario.
En su esfuerzo para suscitar las emociones y sentimientos más profundos de sus televidentes, O’Donnell nos habló de un joven soldado que solo había “estado en Afganistán menos de dos semanas”. Otro fue descrito por su madre como “un gigante gentil”. Un miembro del Team 6 de los SEAL también muerto en el derribo, nos dijeron, tenía mujer, un hijo de dos años y un bebé de dos meses mientras otro soldado dejó a su mujer embarazada y tres hijos. O’Donnell exaltó a cada uno de los soldados muertos contándonos su historia personal como luchador del colegio y su sueño de toda la vida de llegar a ser un SEAL de la Armada.
O’Donnell concluyó el segmento con la afirmación de que ninguno de los familiares de los soldados que habían muerto –a diferencia de los millones de estadounidenses a cuyas vidas no afecta en ningún sentido la actual ocupación– necesitaba algún “recuerdo” de que “somos una nación en guerra”.
En ningún momento de esta apología de los militares hizo O’Donnell ni una sola referencia pasajera a los miles y miles de afganos, hombres, mujeres y niños que han matado EE.UU. y las fuerzas de la OTAN en su propia patria, su propio país, sus propias ciudades, sus propias comunidades, sus propias casas, hospitales, mezquitas y escuelas, y en sus propias bodas.
La aldea afgana de Karam resultó completamente destruida el 12 de octubre de 2001 cuando las fuerzas estadounidenses lanzaron una bomba de una tonelada y mataron a más de 100 personas. El 21 de octubre de 2001 “por lo menos veintitrés civiles, en su mayoría niños pequeños, murieron cuando cayeron bombas estadounidenses en una remota aldea afgana” según un informe de Human Rights Watch.
No se expresó ni una sola sílaba para honrar a los siete niños despedazados “mientras desayunaban con su padre” cuando “una bomba estadounidense arrasó una frágil casa de adobe en Kabul” el domingo 29 de octubre de 2001. The Times of India, citando un informe de Reuters, reveló que “la explosión destruyó la casa de un vecino matando a otros dos niños”.
Unas pocas semanas después, el 17 de noviembre de 2001, bombas de EE.UU. lanzadas contra la aldea Chorikori asesinaron a “dos familias enteras, una de 16 miembros y la otra de 14, que vivían y perecieron juntas en la misma casa”, informó The Los Angeles Times. Poco después, se informó de que los fuertes bombardeos estadounidenses en Khanabad, cerca de Kunduz, mataron a 100 personas. El mismo día bombardearon una escuela religiosa en Khost, matando a 62 personas.
Aproximadamente a la misma hora James S. Robbins, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de la Defensa, publicó un artículo en The National Review titulado: “Humanidad en la guerra aérea: ved a dónde hemos llegado”. El artículo comenzó como sigue:
“¿Pensáis que el poderío aéreo no puede lograr la victoria en Afganistán? Volved a pensar.”
Robbins continuó su afirmación de que “la campaña aérea sobre Afganistán ha sido efectiva según la mayor parte de los informes” y que “críticos de la campaña aérea en el interior y el exterior calculan las víctimas civiles según lo que conviene a sus intenciones, pero los argumentos sobre si han muerto unas pocas, una docena o cientos de personas solo muestran cuán civilizada se ha hecho la guerra”. Aseveró que “cualesquier muerte de civiles causadas por bombas aliadas son muertes involuntarias”; declaró que EE.UU. utiliza los “instrumentos y medios del humano” para bombardear regularmente hasta la muerte a civiles afganos, y concluyó: “La campaña aérea aliada está demostrando lo moral que puede ser una guerra.”
El 31 de diciembre de 2001, fuerzas terrestres de EE.UU. confirmaron un objetivo enemigo en la aldea Qalaye Niazi y “tres bombarderos, un B-52 y dos B-1B, hicieron el resto aniquilando a dirigentes talibanes y de al-Qaida mientras dormían, aparte de un depósito de municiones”. Un portavoz militar, Matthew Klee, dijo orgullosamente a los periodistas que el ataque fue un éxito decisivo, y dijo: “los informes de seguimiento indican que no hubo daño colateral”. Sin embargo, The Guardian informó:
Algunas de las cosas que sus informes de seguimiento omitieron: faldas y zapatos ensangrentados de niños, textos escolares ensangrentados, el cuero cabelludo de una mujer con trenzas de cabellos canosos, caramelos de mantequilla con papel rojo, adornos de boda. Laos trozos negros de carne carbonizada pegados a los escombros podrían ser de los hombres de confianza de Osama bin Laden, pero los sobrevivientes dijeron que eran restos de agricultores, sus mujeres e hijos, e invitados al matrimonio.
Dijeron que más de 100 civiles murieron en esa aldea de Afganistán oriental.
En tres primeros meses del ataque a Afganistán Carl Coneeta, del Proyecto de Alternativas para la Defensa, estableció que entre 4.200 y 4.500 civiles afganos, o más, habían muerto como resultado de la campaña de bombardeo dirigida por EE.UU. y la “hambruna, desabrigo, enfermedades resultantes o heridas sufridas mientras huían de las zonas de guerra” que vinieron después de la invasión y los ataques aéreos. En mayo de 2002 Jonathan Steele de The Guardian informó de que, hasta ese momento: “Hasta 20.000 afganos pueden haber perdido la vida como consecuencia indirecta de la intervención de EE.UU.”
Para O’Donnell, parece que “el precio de la guerra” no incluye los 48 civiles muertos y 117 heridos, muchos de ellos mujeres y niños, cuando los jets estadounidenses bombardearon una boda en Oruzgan en julio de 2002, los 17 civiles, en su mayoría mujeres y niños, eliminados por las bombas de la coalición en Helmand en febrero de 2003, los ocho civiles muertos por un avión artillado y bombardero de EE.UU. en el Valle Bagram ese mismo mes, los once civiles muertos, incluidas siete mujeres, por una bomba estadounidense guiada por láser que dio en una casa en las afueras de la aldea Aranj en octubre de 2003, o los nueve niños (siete muchachos y dos niñas entre 9 y 12 años) asesinados por dos aviones A-10 Thunderbolt II estadounidenses que atacaron la aldea Hutala donde los niños jugaban a la pelota.
El coste humano de la ocupación afgana, en lo que respecta a O’Donnell, no incluye a las once personas, cuatro de ellas niños, que mató un helicóptero estadounidense que disparó contra la aldea Saghatho en enero de 2004, los numerosos civiles muertos por las de los ataques aéreos de la OTAN en octubre de 2006, ocho civiles muertos a tiros por soldados estadounidenses en Kandahar en 2007, los más de 100 civiles muertos en numerosos bombardeos de EE.UU. y la OTAN en mayo de 2007, los siete niños muertos en un ataque aéreo dirigido por EE.UU. en junio de 2007, el grupo de pasajeros de autobús muertos a tiros por tropas estadounidenses el 12 de diciembre de 2008, los siete civiles muertos por soldados estadounidenses en una aldea rural cerca de Nad-E’ali en 2009, los 26 civiles, incluidos 16 niños, muertos por fuerzas británicas, los numerosos civiles muertos en Kunduz y Helmand por bombas de 225 kilos lanzadas por jets estadounidenses en septiembre de 2009, los 27 civiles muertos por un ataque de la OTAN en la provincia afgana de Uruzgan en febrero de 2010, los cinco civiles, incluidas dos mujeres embarazadas y una adolescente, muertos en Khataba, los 45 civiles (en su mayoría mujeres y niños) asesinados por un cohete de la OTAN en Afganistán en julio de 2010, los 30 o más civiles muertos en dos ataques aéreos de la OTAN a dos aldeas en la provincia Nangarhar en agosto de 2010, o los numerosos civiles hombres, mujeres, niños, perros, asnos y pollos masacrados por la Fuerza de Tareas 373, una unidad clandestina de operaciones ocultas que la OTAN utiliza como un escuadrón de la muerte.
El 23 de marzo de 2011, el especialista del ejército de EE.UU. Jeremy Morlock fue sentenciado a 24 años de prisión por el asesinato y mutilación intencional de tres civiles afganos –un muchacho de quince años, un hombre retrasado mental y un dirigente religioso. Otros miembros del pelotón de Morlock, la 5ª Brigada de Combate Stryker, han sido acusados de “descuartizar y fotografiar cadáveres, así como de conservar un cráneo y otros huesos humanos”, informó previamente The Washington Post. Al principio del procedimiento de la corte marcial, Morlock admitió ante el juez militar que dirigía el caso y que los asesinatos de los que le acusaban a él y a otros cuatro soldados habían sido deliberados e intencionales. “El plan era matar gente, señor”, dijo.
Informando en vivo a todo el país esa noche, Lawrence O’Donnell no cubrió esa historia. En su lugar, gastó una cantidad considerable de espacio de tiempo justificando la decisión de Barack Obama de comenzar a bombardear Libia, entrevistó a Anthony Weiner sobre la atención sanitaria y se burló de posibles candidatos republicanos a presidente. Terminó el programa esa noche, sin embargo, con un recuerdo emocionante y serio de alguien que había muerto hacía poco: Elizabeth Taylor.
Para O’Donnell, el “máximo sacrificio” del que habló esta semana naturalmente no incluyó al hombre, cinco mujeres y un bebé afganos asesinados en una boda por un ataque polaco con morteros contra la aldea de Wazi Khwa el 16 de agosto de 2007, en el que también resultaron heridas otras tres mujeres, una de ellas embarazada de nueve meses. Tampoco incluye a los “diecinueve civiles desarmados muertos y 50 heridos” cuando, durante “un frenético escape” el 4 de marzo de 2008, los marines de EE.UU. “abrieron fuego con armas automáticas y arrasaron un trecho de 10 kilómetros de la carretera, atacando a casi cualquiera en su camino: muchachas adolescentes en los campos, automovilistas en sus coches, ancianos mientras caminaban por la carretera”. La incursión estadounidense de abril 2009 contra Khost, que mató a cuatro civiles, incluidos una mujer y dos niños, tampoco mereció un triste obituario en la televisión por cable en prime time. Los soldados estadounidenses en ese ataque “también dispararon a una mujer embarazada y mataron a su hijo que estaba a punto de nacer”.
Para O’Donnell, la “peor pérdida de vidas” en Afganistán durante la última década no fueron los más de 140 civiles que, según las informaciones, murieron cuando los “aviones estadounidenses bombardearon las aldeas del distrito Bala Boluk de la provincia occidental Farah de Afganistán” el 3 de mayo de 2009 en lo que ahora se conoce como el ataque aéreo Granai. Reuters reveló que “93 de los muertos eran niños –el más pequeño de ocho días– y que “según los aldeanos, las familias estaban agazapadas de miedo en las casas cuando los aviones estadounidenses las bombardearon”. La cantidad de víctimas mortales solo en este ataque aéreo es cinco veces mayor que en el derribo del helicóptero estadounidense, que no costó la vida a un solo civil, y mucho menos a un niño.
255 civiles murieron en operaciones militares en junio de 2008. A principios de julio de 2008, cerca de la aldea Kacu, “un ataque aéreo de EE.UU. mató a 47 civiles, incluidos 39 mujeres y niños, mientras viajaban a una boda en Afganistán… La novia fue una de las víctimas”.
El mes siguiente, 90 civiles, incluidos 60 niños y 15 mujeres, murieron durante las operaciones militares solo en la provincia Herat.
Sesenta y cinco civiles, incluidos 40 niños, fueron eliminados en un ataque de la OTAN a Kunar en febrero de 2011. Unas semanas después, los artilleros de helicópteros de la OTAN mataron a nueve niños –de entre 9 y 15 años– mientras recogían leña. El 28 de mayo de 2011 las bombas de la OTAN mataron a dos mujeres y 12 niños en Helmand. En el mes anterior a la caída del helicóptero Chinook la semana pasada, docenas de civiles afganos murieron en ataques aéreos e incursiones de la OTAN.
O’Donnell no consideró necesario mostrar imágenes de ninguna de estas víctimas o de citar lo que sus seres queridos dijeron sobre ellas.
El “día más mortífero” desde el punto de vista de O’Donnell probablemente no pudo ser sido cuando, en julio de 2007, “las fuerzas especiales de EE.UU. lanzaron seis bombas de 1 tonelada contra un complejo en el que creían que se ocultaba “un individuo de alto valor”, ‘después de asegurarse de que no había afganos inocentes en el área circundante’. Un alto comandante estadounidense informó de que 150 talibanes habían muerto. La gente del lugar, sin embargo, dijo que habían muerto hasta 300 civiles.”
Lawrence O’Donnell no informó a sus televidentes de las esperanzas y sueños de los cientos de niños afganos liberados para siempre de este mundo por los nobles soldados estadounidenses y sus incondicionales aliados. No mencionó que a algunos de los niños asesinados por misiles estadounidenses les gustaba jugar al fútbol y ansiaban aprender a conducir. No señaló solemnemente que muchas de las muchachas muertas a tiros por soldados que aman lo que hacen querían llegar a ser doctoras, y abogadas, y activistas por los derechos humanos, y maestras, y esposas y madres. No dedicó un segmento de su show al asesinato de Mohammed Yonus, “un imán de 36 años y respetada autoridad religiosa”, asesinado en Kabul a principios de 2010 mientras viajaba a una madraza donde enseñaba a 150 estudiantes”. The New York Times informó: “un convoy militar acribilló su coche, desgarrando su pecho mientras sus dos hijos estaban en el vehículo”.
O’Donnell no señaló con lágrimas en los ojos que las balas y bombas que han matado a tantos hombres y mujeres han dejado a innumerables huérfanos y viudas y han arrancado a innumerables hijos de innumerables padres, sacrificados todos en el altar de la denominada “Guerra contra el Terror” y de la seguridad y la excepcionalidad estadounidenses.
Ninguno de estos inocentes –gente exterminada en sus propias casas, en sus propios campos, en sus propios coches o en sus propias carreteras– tuvo derecho a un solo segundo en la pantalla o un momento de reconocimiento durante “Rewrite” de O’Donnell.
No es sorprendente que, en marzo de 2010, el general Stanley A. McChrystal dijera a los soldados estadounidenses en una vídeoconferencia sobre muertes civiles en puntos de control en Afganistán: “hemos matado a tiros a una cantidad sorprendente de personas, pero que yo sepa, ninguna era una amenaza”. A pesar de todo, después de la retirada deshonrosa de McChrystal solo unos pocos meses después, el secretario de Defensa, Robert Gates, presentó el siguiente tributo: “Durante la última década, se puede decir que ningún estadounidense ha infligido más miedo, más pérdida de libertad y más pérdidas de vidas a nuestros enemigos más malignos y violentos que Stan McChrystal”.
Lawrence O’Donnell, mientras reprendía al público de EE.UU. por no prestar suficiente atención a nuestra miríada de invasiones militares, ocupaciones y crímenes de guerra, dijo que solo “una nación cuyos medios noticiosos están más preocupados de la pérdida de las calificaciones crediticias que de la pérdida de vidas” podría actuar de tal manera. No quería decir, claro está, la pérdida de vidas afganas, solo las de soldados estadounidenses. El gobierno de EE.UU. opera de la misma manera; todavía no compila la cantidad de víctimas mortales de sus operaciones asesinas. Antes, en este año, la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) reveló:
“El Departamento de Defensa ha confirmado que no compila estadísticas sobre el número total de civiles que han resultado muertos por sus aviones drone sin tripulación […]
Según el Departamento de Defensa, los cálculos de los militares sobre las víctimas civiles no distinguen entre muertes causadas por drones a control remoto y las causadas por otros aviones. Aunque cada ataque de drone parece ser sometido a una evaluación individual después del hecho, no existe una compilación del número total de víctimas. Además, la información contenida en cada evaluación individual es confidencial – lo que imposibilita que el público sepa cuántos civiles han sido muertos en general.”
El 5 de julio de 2005, el periodista Peter Symonds escribió:
En lo que solo puede ser considerado como un sangriento acto de venganza, los militares de EE.UU. mataron hasta 17 civiles en un ataque aéreo contra la remota aldea Chechal en la provincia del noreste afgano de Kunar.
El ataque tuvo lugar a solo cinco kilómetros de donde fue derribado un helicóptero Chinook estadounidense, cuatro días antes, causando la muerte de 16 miembros de las fuerzas especiales de EE.UU. – la mayor pérdida por sí sola de tropas estadounidenses desde la invasión del país dirigida por EE.UU. en 2001.
Aunque queda por ver qué clase de castigo letal a civiles afganos resultará en represalia por el último derribo de un Chinook con su récord en bajas mortales estadounidenses, una cosa es segura: Lawrence O’Donnell no presentará palabras de dolor o condolencia, ningún homenaje melancólico a los muertos, ninguna arenga decorosa al público estadounidense por no preocuparse lo suficiente, por no saber los nombres, caras e historias de los muertos por nuestros propios soldados, cuyos salarios pagamos y por las bombas que fabricamos.
Llorar solo a los soldados caídos del propio país y no darse siquiera cuenta de los civiles que aprenden a matar en su propio país, es reescribir la historia de la guerra y de la violencia y arraiga aún más la vil ideología de “nosotros contra ellos”, invierte al agresor y a la víctima, y elogia a la invasión y al imperio. Lawrence O’Donnell, al ignorar deliberadamente los miles de afganos muertos durante su panegírico a los soldados estadounidenses muertos, ha demostrado que, en lo que respecto a los medios dominantes, la justicia nunca tiene la última palabra.
*****
ACTUALIZACIÓN:
17 de agosto de 2011 – Hay que señalar que la omisión intencional por Lawrence O’Donnell de los cientos de miles de personas muertas por operaciones militares de EE.UU. al discutir precisamente esas operaciones y sus consecuencias trágicas y letales, no es nada nuevo.
Después que se informó que Osama bin Laden fue muerto por SEALs de la Armada en mayo pasado, O’Donnell salió a las ondas en su segmento “Rewrite” para condenar el enfoque a la lucha contra el terrorismo en todo el globo de Bush/Cheney. Habló de cómo John Kerry tuvo razón cuando sugirió que el terrorismo debe ser tratado como un tema de mantenimiento del orden, en vez de militar. Como de costumbre, O’Donnell mostró confianza en su comentario y utilizó una serie de argumentos muy potentes y penetrantes respecto a la incompetente prisa por ir a la guerra y su manejo posterior.
Pero veamos cómo describió la sangre y el tesoro gastado en Afganistán e Iraq y su conexión con la muerte de bin Laden:
“El domingo por la noche, después de una década de guerra ininterrumpida que nos ha causado más de 49.000 soldados estadounidenses muertos y heridos, y que costó –en términos económicos reales– algo como cuatro billones [millones de millones] de dólares y el despliegue de nuestro armamento más sofisticado del Siglo XXI, Osama bin Laden fue atrapado utilizando los instrumentos básicos del trabajo policial: interrogatorio, trabajo de detective, seguir pistas, reunir evidencia e intuición, escuchas, vigilancia…” (Énfasis agregado)
O’Donnell siguió diciendo: La última década no tenía que ser una década de guerra”, y señaló que, con un hombre más experimentado e inteligente en la Casa Blanca, “se podría haber ahorrado a EE.UU. miles de víctimas y años de tiempo perdido” en Medio Oriente. (Énfasis agregado)
En ninguna parte de sus comentarios menciona O’Donnell que una de las tragedias de lo que llamó la “sobre-reacción” de EE.UU. al 11-S, fueron los cientos de miles de civiles iraquíes y afganos muertos como consecuencia de nuestras acciones. Uno quisiera creer que O’Donnell lo implicaba o que esas muertes estaban incluidas en los totales mencionados, pero es más que evidente que no es así y que no fue su intención. Solo se han desperdiciado y arriesgadas y destruido sin cuidado vidas estadounidenses, no las de otros, según lo que O’Donnell decidió decir esa noche.
Podría incluso haberlo simplificado a fin de no ofender la sensibilidad de televidentes de oídos tiernos y dicho que una década de guerra interminable e innecesaria ha costado miles de vidas estadounidenses, afganas e iraquíes. Pero no lo hizo.
En el análisis de O’Donnell, las desgraciadas consecuencias de las acciones militares de EE.UU., constituyen un desperdicio de tiempo, dinero, maquinaria, y soldados estadounidenses. Nada más.
*****
A propósito, Frances, la madre de Lawrence O’Donnell, de 93 años, murió el domingo 14 de agosto de 2011. Mis sinceras condolencias a Lawrence y su familia.
Nima Shirazi es escritor y músico. Es columnista colaborador de Foreign Policy Journal y Palestine Think Tank. Sus análisis de política de EE.UU. y temas de Medio Oriente, en particular sobre los actuales eventos en Palestina e Irán, se encuentran en numerosas publicaciones en línea e impresas, como Palestine Chronicle, Monthly Review, ColdType, Information Clearing House, OpEdNews, VoltaireNet, World Can’t Wait, CASMII, Ramallah Online, Kenya Imagine, InfoWars, y Woodstock International. Vive actualmente en Brooklyn, NY.
Fuente: http://www.wideasleepinamerica.com/
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