by editor | 2011-09-25 2:07 pm
Geneviève Azam y Michael Löwy Rebelión
Traducción del francés: Susana Cohen – Argentina
Aun cuando los elementos de la raíz de la actual crisis ecológica y social se encontraban presentes en la conferencia de Río en 1992, la conciencia de un mundo finito y parcialmente destruido – a causa del carácter irreversible de algunos fenómenos (clima, biodiversidad, agotamiento de los recursos) – era por entonces relativamente marginal y circunscripta a círculos de expertos o captada por estos círculos. Además, a comienzos de los 90, la globalización económica y financiera era todavía generosamente presentada como “el horizonte infranqueable” y el camino del progreso para toda la humanidad.
En este contexto, la conferencia de Río en 1992 reafirmó la sostenibilidad por medio del “desarrollo sostenible”. La ambigüedad de este concepto hace referencia a las tensiones que ya se hacían presentes en Río: ¿se trata de garantizar la permanencia de un modelo por demás agotado o bien de garantizar la perdurabilidad de las sociedades y de sus ecosistemas frente a la persistencia de un desarrollo depredador de los recursos naturales y humanos? Está demostrado que el “desarrollo” resulta globalmente inviable: la perdurabilidad de las sociedades es incompatible con las políticas preconizadas al unísono por el Banco Mundial y el FMI, por la OMC, y más globalmente con un modelo de sociedad centrado en la rentabilidad a corto plazo y en la expropiación masiva de los bienes comunes. Paradójicamente, la globalización económica, en su afán de expandir los límites del mundo por el libre comercio generalizado, prometiendo prosperidad y crecimiento a través de la inclusión en el mercado mundial, puso de manifiesto la finitud del planeta y profundizó sosteniblemente las desigualdades sociales. Pero para el capitalismo global, los desastres sociales o naturales, como son el cambio climático o el colapso de la biodiversidad, representan nuevas oportunidades, nuevos mercados, posibilidades para una economía y un crecimiento pretendidamente verdes. Es así que aparecen las pseudo-soluciones – como los mercados de derechos de contaminar, los mercados de la biodiversidad o incluso la promoción de agro-combustibles y proyectos de geo-ingeniería – en un postrer intento de hacer perdurar un sistema que conduce directamente al abismo .
Durante mucho tiempo, se pensó que las cuestiones ambientales concernían a los países ricos y de las clases privilegiadas de esos países: la instrumentación de la oposición entre “los pobres que hay que desarrollar” y los ecologistas se debilitó por la expresión de una ecología popular, de una “ecología de los pobres” (J. Martinez-Alier), donde las poblaciones en riesgo de perder su medio de vida ejercen la defensa de los ecosistemas y de los recursos.
1 – Balance de la Declaración de Río 1992 y de sus tres Convenciones
La Cumbre de la Tierra celebrada en Río en 1992 dio origen a tres convenciones esenciales, que se articulan con los objetivos del “desarrollo sostenible”: – la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático (sigla en inglés, UNFCCC) que derivó en el protocolo de Kyoto en 1997. Es el primer tratado internacional que tuvo como objetivo la reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero; se funda, de acuerdo con la convención, en la idea de responsabilidad común pero compartida, es decir, en la idea de una responsabilidad diferenciada entre países industrializados y países del Sur. Sin embargo, como no se trata de modificar en nada la trayectoria de la globalización económica y financiera ni el crecimiento mundial, los países industrializados pueden utilizar “mecanismos de flexibilización”, es decir, el comercio de derechos de emisión. El método utilizado – los mercados de carbono y la financiación del carbono – llevaba indefectiblemente al fracaso la reducción significativa de las emisiones. Todo indica que los países industrializados no lograrán siquiera el objetivo muy limitado y decididamente insuficiente propuesto en los acuerdos (10% entre 1990 y 2012 para esos países, 5,2% globalmente). Las emisiones globales de CO2 alcanzaron su mayor nivel histórico en 2010, superando en un 5% su anterior record registrado en 2008.
La gestión del carbono, sobre todo en lo que se refiere a bosques, permite que, en nombre de la lucha contra la deforestación y de los ingresos para distribuir “entre los pobres que hay que desarrollar”, se incluyan bosques y suelos en la financiación del carbono
. Los países industrializados que no quieren reconocer su responsabilidad histórica ponen en riesgo el Protocolo de Kyoto; aunque los mercados del carbono podrán seguir funcionando dentro del marco de la convención, con algunas modificaciones de orden institucional. – la Convención sobre la Diversidad Biológica (CDB) se proponía “la conservación de la diversidad biológica”, el uso sostenible de sus elementos y el reparto justo y equitativo de los beneficios que se derivaran de la explotación de los recursos genéticos, en particular gracias a un acceso satisfactorio a los recursos genéticos y a una transferencia adecuada de las técnicas pertinentes…” (CDB, 1992, Art. 1). Se trataba de conservar la biodiversidad a través de la implementación, supuestamente equitativa, de sus elementos, los “recursos genéticos”. La mercantilización de seres vivos, que cobró impulso a partir de los acuerdos ADPIC de la OMC, se logró a cambio de dos concesiones que resultaron ser meramente formales: a) el reconocimiento de la soberanía nacional sobre los “recursos biológicos” (Art. 15) para satisfacer de esta manera a los Estados del Sur, deseosos de que su biodiversidad no siga siendo considerada como un patrimonio mundial donde abrevan las empresas sin dar nada a cambio, y b) la participación en los frutos de las “innovaciones” obtenidas de los “recursos” con las comunidades locales (Art. 8j y Art. 15), compromiso que se asumió con los movimientos indígenas pero cuyas reglas de participación en los beneficios recién fueron definidas en Nagoya en 2010, las cuales aun hoy no son efectivas ni satisfactorias. La CDB adosaba la conservación de la biodiversidad al valor de mercado (pasando por establecer derechos de propiedad) de sus elementos, los “recursos biológicos”. La idea era que los “recursos biológicos” destinados a la creación de riqueza pudieran ser patentados, riqueza que luego sería (marginalmente) redistribuida entre las poblaciones locales y la conservación. Este paradigma no funcionó, ni siquiera desde la perspectiva del mercado y tampoco desaceleró el proceso de la sexta extinción de especies que está teniendo lugar.
– la Convención sobre la Lucha Contra la Desertificación, acuerdo por demás “olvidado”. En conclusión, en nombre de la conservación o de la restauración del equilibrio ecológico, durante el período posterior a la declaración de Río hubo una intensificación sin precedentes de la privatización de los bienes naturales comunes . La crisis ecológica se profundizó en todas sus dimensiones, en tanto que las desigualdades sociales se hicieron cada vez más profundas en las sociedades y también entre distintas sociedades.
2 – Los desafíos de Río + 20
La Cumbre Río + 20 se ubica bajo el signo de la “economía verde”, es decir de una “gestión sostenible” de la naturaleza y de la Tierra, con una visión de la naturaleza entendida como capital que debe administrarse de manera eficaz y que debe fructificar. Esta cumbre tiene la misión de profundizar y de llevar a la realidad aquello que comenzó a gestarse en 1992.
En la lógica neoliberal, la “gestión sostenible de la naturaleza” supone establecer previamente nuevos derechos de propiedad sobre los bienes naturales, ya que considera que la gestión en común es ineficiente. Se hace referencia especialmente a tres áreas: la biodiversidad, el clima, los recursos minerales y fósiles y en general, todo lo concerniente al extractivismo. Las dos primeras se relacionan estrechamente: los modelos que lleva a cabo la biodiversidad se inspiran en los modelos de “gestión sostenible” del clima.
Esta “gestión sostenible” de la naturaleza constituye un nuevo campo de expansión para el capitalismo y las finanzas mundiales. Los “servicios ecosistémicos” se están convirtiendo en nuevas mercaderías globales tan lucrativas (y comercializadas también de manera tan inequitativa) como lo fueron los productos en la época colonial, hace un siglo. Desde un punto de vista ecológico esta gestión ya ha fracasado y, por otra parte, aumenta la fragilidad de las sociedades y el proceso de generación de desigualdades y de exclusión .
La “economía verde”, en lugar de inscribir necesariamente las actividades económicas en la biosfera, incluye los elementos de la biosfera en el circuito de reproducción del capital. Ya no se trata solamente de acaparar stocks de recursos como ocurre en la actividad minera, sino de apropiarse de los flujos, los “servicios ecosistémicos” prestados por los ecosistemas. La naturaleza es una empresa cuya obra debe ser evaluada, comercializada, mercantilizada.
3 – Los desafíos para el movimiento altermundista
En vista de esto, se están desarrollando en todo el mundo distintas formas de resistencia socio-ambientales y experiencias de transición, especialmente para la recuperación de bienes comunes y rechazando considerar los bienes naturales como recursos. Es necesario establecer nuevos derechos inalienables, que incluyan medidas para su concreción. Este es uno de los desafíos de RIO+20, que podríamos resumir como un proceso necesario de desmercantilización de la Tierra, que garantice la sustentabilidad ecológica y la justicia social.
Para ello, se construyen de manera específica coaliciones internacionales de movimientos sociales, sobre todo en la lucha contra el cambio climático, donde se reunen ONG ecologistas como Amigos de la Tierra, y también coaliciones como Jubileo Sur, Focus on the Global South y la Vía Campesina , actores centrales del movimiento altermundista. En el corazón de estas coaliciones están los temas fundadores del movimiento altermundista: la resistencia al dogma del libre comercio, a las instituciones financieras internacionales, en contra de las maniobras de empresas transnacionales, de la globalización financiera y de la privatización de bienes comunes.
No fue por casualidad que el Foro Social Mundial de Belém en 2009 haya lanzado un llamado altermundista para salvaguardar los bienes comunes y contra su mercantilización y privatización capitalista. No es sólo un documento, es la expresión de luchas concretas, como la de los campesinos de la Vía Campesina contra la destrucción de bosques, como la “Guerra del agua” en Cochabamba, Bolivia, en contra de la privatización del agua, como los levantamientos en India contra el intento de Coca-Cola de monopolizar los recursos hidráulicos, como la resistencia contra las maniobras de Areva en Niger. El desafío es globalizar la resistencia y encontrar los puntos de ruptura. Estas luchas se llevan a cabo en todo el planeta, expresan el rechazo a lo insostenible y el deseo de liberarse de la dominación conjunta de la naturaleza y de los seres humanos.
Por tal razón, esos temas forman parte del movimiento altermundista. De ello dan testimonio los dos últimos foros sociales mundiales donde se les dio gran espacio. La implicación del movimiento en la preparación de la Cumbre de los Pueblos de Río en 2012 permitirá plantear la complejidad y la globalización de la crisis y, del mismo modo, ampliar las alianzas necesarias para emprender una transición significativa.
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