by Talking Peace | 2011-12-30 9:27 am
Hace un mes acepté, sin oponer demasiada resistencia, la oferta que me hacía entonces un diario kurdo. Me pedían un artículo quincenal en el que, grosso modo, contara el proceso político vasco, los acontecimientos que vertiginosamente se van sucediendo en nuestra tierra, dejándome espacio a las divagaciones históricas e incluso literarias. Paso más horas sentado frente al ordenador que estrujando caminos, así que no me preocupé en exceso por los nuevos deberes epistolar
Un par de correos electrónicos y alguna llamada de teléfono sirvieron para confirmar lo que suponía. Amigos de mis amigos, por tanto, gente que vale la pena. El 16 de diciembre apareció mi primer artículo: “Amaiur: Bir sembolün meydan okuyu?u”. En kurdo, como es notorio, idioma del que no conozco una sola palabra. La traducción fue del inglés. El nombre del diario en cuestión Özgür Gündem (Diario Libre).
Hace unos días recibimos una noticia lejana. La Policía turca había detenido a 43 periodistas, 5 de ellos precisamente del Özgür Gündem. Unas cuantas horas después, 36 de los arrestados ingresaban en la cárcel, elevando a más de un centenar los periodistas hoy en prisión en Turquía, récord represivo mundial. La verdad es que, si no hubiera sido por mi reciente relación, la noticia hubiera pasado casi desapercibida, como para la mayoría de mis compañeros. A pesar de la globalización, la lejanía es notoria. Kurdistán se pierde, afortunada y desgraciadamente, en el origen de los tiempos.
El diario en cuestión fue fundado en 1991 y originó “Press”, una película estrenada en 2010 que relata la represión de los años 1990 en Turquía. Bayram Balci, un periodista que trabaja desde entonces en Özgür Gündem y escribió el guión de “Press”, recuerda bien la época: “Entonces nos mataban en la calle. Hoy nos meten en la cárcel. Lo que ha cambiado son las formas de la represión”. Y añadía: “Hasta el año pasado, el gobierno solía decretar cierres temporales de los diarios disidentes, pero fue condenado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; ahora ya no cierran periódicos, sino que encarcelan a los periodistas”.
Lo sucedido en Turquía, que me ha golpeado de forma tan cercana por pura casualidad, ha servido para revolverme el pasado y recordarme que nada ha cambiado en este mundo traicionero y que cualquier transformación es debida no al arrepentimiento de los contendientes, sino al peso de los mismos en la relación de fuerzas. Particular o general. Ese es, precisamente, el quid de la cuestión.
La libertad de expresión es una cita permanente a la que acuden unos y otros, desde quienes como España y Turquía han recurrido a la misma para recordarnos quién manda. El remedio inmediato es la represión, en nombre de la libertad, apellido al que se han adosado tanto los más sumisos, como aquellos que se han sentido con el deber de guardar las esencias de la patria centralista. ¡Cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!, dicen que dijo Marie-Jeanne Roland antes de ser decapitada.
En la cercanía, recuerdo aquellos bombazos a la redacción de Punto y Hora, el asesinato de Xabier Galdeano y Josu Muguruza, periodistas del clausurado Egin, la tortura y humillación a los directivos de Egunkaria, como también su cierre, el procesamiento de Pepe Rei y la desaparición de Ardi Beltza, la denuncia de Rodríguez Galindo contra la editorial Txalaparta (luego condenado por el asesinato de Lasa y Zabala), el encarcelamiento y condena de la dirección de Egin, así como las embestidas previas de la Ertzaintza, el cierre de las redes Gazte Sarea, Apurtu… No olvido tampoco aquel Jon Castañares, rancio alcalde jeltzale de Bilbao que hace 30 años envió unos cuentos a la hoguera, rememorando los tiempos del dictador.
Desde los tiempos de Fraga al frente de los medios de propaganda, la cuestión mediática ha estado siempre en el ojo del huracán. Nos dirán que nadie es inocente, que todos tenemos nuestra parte de culpa y probablemente sea así. Pero que no nos mezclen. Cada uno en su lado, el nuestro justo en la defensa de la libertad de expresión. Puedo citar casi de memoria cientos de censuras, cientos de agresiones a la inteligencia y, cómo no, recordar los apoyos que presta cada cual. Hoy, ayer y hace 40 años, cuando algunos tenían agujetas de tanto alzar el brazo al estilo mussoliniano.
Yo miso sufrí una detención por motivos teóricamente periodísticos. Como algún lector recordará fue en 2006, en Nueva York, mientras me encontraba investigando la desaparición de Galíndez. Un hecho histórico, a estas alturas. No tanto para otros. El PEN International y ACLU (The American Civil Liberties Union) se hicieron cargo de mi defensa, así como la de Haluk Gerger, periodista turco. Entonces estaba Bush en la Casa Blanca. Hoy, Obama, pero para el caso la disidencia es similar. Los collares son distintos, el perro el mismo.
Como en el caso kurdo. Su presidente Erdogan, acaramelado por Zapatero en su Historia de las Civilizaciones, con la venta de armas para masacrar a sus opositores, etc. O como en 1999, cuando los servicios secretos españoles impusieron a Aznar el bloqueo del Parlamento de Gasteiz porque iba a servir de acogida a la Asamblea kurda en el exilio. De nuevo la razón de estado.
Me llama la atención, con cierta ironía, que en el reciente caso kurdo tanto Reporteros Sin Fronteras, así como el Comité internacional para la Protección de los Periodistas, la Plataforma en Solidaridad con los Periodistas Presos, el PEN Club, incluso periodistas y escritores hayan mostrado su rechazo a las detenciones. El Gobierno kurdo de Erdogan no ha tenido, en cambio, dudas: los detenidos forman parte de la red cultural y de prensa de un grupo terrorista.
Vuelvo a la cercanía para recordar, asimismo, las reacciones a la vulneración de la libertad de expresión en nuestra tierra. Cuando cerraron Egunkaria, las agencias señalaron que ETA había creado el diario. Y aún, tras una sentencia absolutoria, se sigue afirmando lo mismo en varios medios. De Egin fue todo dicho, incluso el ser, como lo afirmó Garzón, “el frente informativo de ETA”, en sustitución de los Zutik, Zutabe y Barne Bolentinak.
Hoy sabemos, porque los medios son demasiado indiscretos, que las operaciones contra la disidencia informativa son, sobre todo, ejercicios de venganza y de ocultación de los horrores propios. A los gobiernos les importa más no que se transmitan las consignas de sus contrincantes, sino que no se conozcan sus cloacas. Los cierres de diarios, las detenciones de periodistas, las muertes por grupos parapoliciales, tienen que ver precisamente con estas razones.
Fue sintomático, por ejemplo, que cuando Pedro J. comenzó a dar publicidad a los crímenes de Estado en la época del PSOE, el contraataque del Gobierno de Felipe González estuviera rayando lo cutre, sino lo desbordara: el video de Exuperancia Rapú fue enviado a todas las redacciones para denigrar al mensajero. A pesar del falangismo larvado en todo el discurso de Pedro J., la opción política del protagonista era cuestión de segunda categoría.
Es el mismo argumento que llevó a la muerte a José Couso, cuando estaba fotografiando la masacre yanqui en Irak. El mismo por el que Esteban Urkiaga, nuestro poeta Lauaxeta, fue fusilado en Gasteiz. No lo fue por escribir poesías en euskara, sino por enseñar a unos periodistas franceses la destrucción de Gernika. El periodismo turco, el periodismo español o son esclavos del poder político o no existen. No hay sino echar una ojeada a Europa para tomar la temperatura a ambos.
Lo digo porque hemos tenido que sufrir, en nuestras carnes, miles de agresiones a nuestra integridad y no precisamente del estilo de las de Pedro J. Lo nuestro es un ejercicio de dignidad. Nuestras mujeres han sido tildadas con los adjetivos más hirientes y humillantes y jamás hemos recibido el abrazo y la defensa, por ejemplo, de Emakunde o la Defensora de la Mujer. Nuestros hijos han sido vilipendiados, comparados con alimañas, retorcidos en el fango y destituidos de calidad humana. Nuestros abuelos fueron mancillados en su honor, rojos, terroristas y separatistas.
Esperamos que ahora que en este conflicto, en el de casa, una de las partes ha renunciado a su cuota violenta, las organizaciones del ramo se acuerden de que, en este espacio, también, hay todo un ejercicio de impunidad que algún día habrá de ser abordado.
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