by editor | 2012-04-24 10:31 am
La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas estuvo llena de sorpresas. La menor fue la victoria del candidato socialista, François Hollande. La segunda y más chocante, los espectaculares resultados de la candidata ultraderechista y populista, Marine Le Pen. La tercera, la alta participación: más de un 80%, que desmonta el mito de una ciudadanía desmovilizada y desilusionada. La derrota del presidente Sarkozy, un batacazo personal, máxime cuando en los 50 últimos años ningún presidente saliente había fallado en el primer asalto, ha sido significativa pero no decisiva. El hipotético alineamiento de los datos globales de la derecha hace que la batalla final de la segunda vuelta se presente al filo de la navaja. En clave de referéndum sobre Sarkozy, los resultados son claros y marcan tendencia.
Pero para muchos votantes de la izquierda, Hollande es un mal menor, no su primera elección. Los resultados parciales muestran a un candidato -antiguo primer secretario del PSF, parlamentario de Corrèze y con un estilo propio de «Señor Normal» que utiliza como marca- necesitado de alinear el voto de la izquierda y de neutralizar la posibilidad de que los desencantados con el establishment que votaron a Le Pen lo hagan con Sarkozy. El rechazo y el castigo a un Sarkozy cada vez menos convincente e incapaz de solucionar la degradada situación de crisis ha llevado a millones de ciudadanos a considerarlo, más que parte del problema, como el verdadero problema. Y ello juega a favor de un candidato socialista que pocas veces habrá tenido el sentido del impulso y del momento tan favorables. Pero es aventurado el pronóstico en una República muy dada a las campanadas y al ataque por todos los medios para minar la credibilidad del adversario. Sarkozy atacará con fuerza a Hollande en un intento de que sus votantes se queden en casa el día de la votación.
El 18% de Le Pen confirma que su influencia crece, que la nostalgia por un siempre mejor y a menudo imaginario pasado -sin inmigración en masa, globalización, Europa o Islam- ocupa el carril central de la política francesa y europea. Ese populismo es tentador y da dividendos. Pero que vote masivamente por Sarkozy, «el presidente de los ricos», es algo que nadie puede dar por hecho.
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