by editor | 26th June 2012 8:28 am
¿a la espera de una nueva fase de combate?
George Shamaán
Alfanar
El combate en Egipto ya no es por la Presidencia. Antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales las decisiones del Tribunal Constitucional y del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas restaron importancia a ese combate y por esta razón la victoria de Mohamed Mursi no cambiará la nueva realidad creada en los últimos días ni modificará el mapa político. Tampoco reducirá el peso ni la dimensión de la división del país. La polarización entre las fuerzas políticas y la institución militar ha calado en todos los sectores de la sociedad. La exigua diferencia en el número de votos conseguidos por Ahmad Shafiq y Mohamed Mursi es una señal de la gravedad de la situación crítica a la que hacen frente los egipcios.
Los egipcios temían que los Hermanos Musulmanes monopolizaran el poder, que se hicieran con todos los poderes al controlar las dos cámaras del Parlamento, la comisión constituyente de la Constitución, el Gobierno, la Justicia y finalmente la Presidencia, pero lo que ha sucedido en los últimos días es que la autoridad y las decisiones en todos los poderes y en las instituciones han vuelto al Consejo Militar. La revolución ya no se dilucidaba entre la mayor parte de los egipcios y el antiguo régimen, sino entre dos sectores: el Ejército y las fuerzas islamistas encabezadas por los Hermanos Musulmanes. Como si no hubiera habido revolución o como si estuviera en sus primeros días. La revolución se enfrenta ahora a lo que evitó hace año y medio. Y la próxima etapa será testigo de un combate amargo por los resortes del poder.
En primer lugar hay que reconocer que la caída de la cabeza del régimen se produjo gracias ambos sectores. Si el Ejército se hubiera puesto de parte del presidente Hosni Mubarak, de su partido, el Partido Nacional, y de su grupo, puede que Egipto se hubiera hundido en lo que está hundida Siria en estos momentos. Y si los Hermanos Musulmanes no se hubieran lanzado con todo su peso, su organización y sus recursos humanos a la plaza no se habrían congregado los millones que obligaron a la institución militar a evitar el enfrentamiento. La cabeza del régimen fue sacrificada gracias a los generales. Y la gente de las plazas no tuvo otra que entregarles el mando de la transición para que el cambio llegara dócilmente, sin caos ni colapsos.
Los resultados del golpe que se ha producido en los últimos días es posible atribuirlos a la política de la mentira, la concertación de una tregua, de la maniobra y del temor puesta en práctica por las dos partes que se enfrentan hoy a lo largo y ancho de las plazas egipcias. Durante el periodo de transición el Consejo Militar daba un paso o dos y retrocedía otro, como confuso. Los Hermanos Musulmanes maniobraban en sus pasos para, por una parte, hacer creer al Ejército que eran diferentes de los jóvenes de las plazas y que estaban preparados para cualquier pacto, y al mismo tiempo, para hacer creer a los jóvenes que estaban en el núcleo de la revolución. Las dos partes trabajaban con un solo objetivo, a saber, la política de la consolidación y de la defensa del terreno tras hacerse los puestos de decisión.
Esa fue la etapa oscura, o la etapa en la que las dos partes adoptaron la política de la ambigüedad y la confusión, los contratiempos y los toma y daca contenidos. Pero el combate quedó al descubierto. Lo importante es que la escena política era diferente de la de la víspera del 25 de enero del año anterior. El Consejo Militar se posicionó y prometió la entrega del poder a los civiles para evitar un enfrentamiento directo con las plazas. E iba dejando correr el tiempo mientras la coyuntura general estaba a su favor: desde el agravamiento de la falta de seguridad y estabilidad hasta el empeoramiento de la crisis económica y sus consecuencias entre los egipcios, la mitad de los cuales vive bajo el umbral de la pobreza. Estaba esperando a que la coyuntura cambiase, que los ciudadanos de a pie se desvincularan de la revolución y de sus fuerzas.
También los Hermanos Musulmanes se posicionaron e hicieron promesas que no cumplieron. Agravaron la falta de confianza en su programa de los círculos que hicieron prender la primera chispa y se apresuraron a llegar a las urnas para recoger los frutos del cambio a su costa. No supieron cómo hacer partícipes a los demás, todos los demás, en las posiciones que habían conquistado y que les permitieron estar a la cabeza en la escena. Llegaron a un acuerdo con los militares en la primera declaración constitucional el año pasado y no apoyaron el deseo de los jóvenes de aplazar las elecciones con el fin de que éstos no pudieran organizar sus filas en partidos y formaciones que les permitieran un mínimo de oportunidades y sembraron en sus filas la duda y la sospecha. Esto benefició a los militares y llevó a fuerzas marginales a reunirse a su alrededor. Los Hermanos Musulmanes acapararon las dos cámaras del Parlamento, la comisión constituyente de la nueva Constitución y se presentaron a las elecciones presidenciales como si no quisieran dejar sitio a nadie.
Estos nuevos hechos vieron la luz en la segunda ronda de las elecciones. Y son hechos peligrosos. Egipto está dividido entre dos fuerzas que pueden mantener una batalla larga y sangrienta. Esta grave división política afecta a todos los sectores de la sociedad. El vencedor en las presidenciales, Mursi, no puede ignorar a partir de hoy que la mitad de la sociedad egipcia no le ha elegido para ese puesto. Uno de los dos sectores dominantes, Hermanos o militares, debe reconocer a la otra parte para evitarle al país un choque destructivo, para acelerar la tregua antes de que la crisis económica estalle ante todos.
Los Hermanos Musulmanes no pueden anular lo que representa Shafiq. Y no van a poder emplear los medios de presión que tenían al principio porque los generales disfrutan de una legitimidad popular puesta de manifiesto con la campaña de Shafiq, y en la que se pueden apoyar durante el enfrentamiento. Además están sujetos a todos los resortes de los poderes y organismos militares, de seguridad, ejecutivos, legislativos y hasta judiciales, pues al parecer la división ha afectado al cuerpo judicial, y se apoyan en la declaración constitucional complementaria que será el plato fuerte del combate en la próxima etapa. El miedo de los ciudadanos a que la situación continúe empeorando en todos los sectores les empujará a unirse más y más a la institución militar que ha sabido cómo presentarse a sí misma como un refugio indispensable desde la caída de la cabeza del antiguo régimen, un refugio para todos los que tienen miedo, los que temen a los islamistas, los que temen que se desplome la economía y la seguridad, los que temen los vientos sectarios, etcétera.
Sin embargo los militares, con todas la «legitimidad» que poseen, no pueden ignorar la fuerza de sus adversarios, las fuerzas revolucionarias y los partidos islamistas, ni ignorar el cambio que se ha producido en el ánimo egipcio general tras la revolución del 25 de enero y que se manifiesta cada día en Tahrir y en todas las ciudades. Atemorizar o amenazar con el uso de la fuerza ya no son armas que puedan hacer callar a la gente ni retrasar las agujas del reloj.
Los egipcios tienen derecho a tener miedo de caer en la experiencia argelina, o en la experiencia siria, como si la revolución hubiera estallado ayer. La situación podría corregirse y que haya cierto equilibrio si las fuerzas del cambio que hicieron estallar la revolución se unieran en un cuerpo compacto para formar una tercera fuerza con sus reglas. La situación podría cambiar e ir hacia un punto diferente de aquél en el que terminó. Todas las fuerzas podrían ir hacia una fórmula en la que el país no caiga en los brazos de unos alicates en los que una parte arrastre a la otra con sus decisiones y sus posiciones.
No es tarde para frenar la caída en el enfrentamiento. Los dos sectores dominantes tienen que ponerse de acuerdo sobre una fórmula que tenga en cuenta todas las novedades que se han producido en los últimos dieciséis meses. No debe haber sitio para la política de la anulación. Se puede volver al modelo yemení. O se puede inventar una fórmula propiamente egipcia que comience por la renuncia de los militares y de los Hermanos Musulmanes de la política de la maniobra y de la consolidación, de su deseo de hegemonía y de autoridad. Es posible acordar una nueva etapa de transición en la que los poderes estén repartidos entre todas las fuerzas, que tranquilice a la gente sobre el futuro del país en lugar de movilizarse en las plazas o parapetarse en los cuarteles y en las instituciones que originalmente pertenecen a los civiles. Ninguna parte puede ya anular a la otra. Y ninguna de las dos puede tampoco ya anular al resto para no hacer más profunda la división. Ningún sector podrá ya escribir en solitario la nueva Constitución. La Constitución no será redactada si no es acordado por todos que su redacción no se apoye en la fuerza de una determinada parte sino en el consenso de todos los elementos del pueblo. ¿Se dirigen los militares y los Hermanos Musulmanes hacia un nuevo acuerdo en el que Mursi se haga con la presidencia a cambio de que el grupo acepte las últimas decisiones, desde la disolución del Parlamento hasta la posible disolución de la comisión constituyente? Estamos a la espera de un nuevo round en el combate.
Fuente original: http://www.boletin.org/control/product/~category_id=ESP_ROOT/~product_id=HY-0925-06-12
Source URL: https://globalrights.info/2012/06/la-victoria-de-mursi/
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