by editor | 5th June 2012 8:57 am
Diálogo fílmico a tres voces entre “Come Back, Africa”, “Mama Africa” y “Sing Your Song”
Beatriz Leal Riesco
Rebelión
Mientras Mama Africa, personal homenaje de Mika Kaurismäki a la cantante y activista sudafricana Miriam Makeba, inauguraba el 11 de abril el African Film Festival de Nueva York en el Walter Reade Theater del mítico Lincoln Center, la distribuidora New Video ultimaba el lanzamiento en DVD de Sing Your Song, el exitoso documental biográfico sobre el también cantante, actor y activista Harry Belafonte firmado por Susanne Rostock .
Crítica y público han sido unánimes al rendirse ante estas películas dedicadas a dos de las personalidades más mediáticas de la diáspora africana del siglo pasado, haciéndonos reflexionar sobre su papel histórico, las relaciones entre música y activismo político y la posición de este tipo de producciones en el panorama del mercado cinematográfico global. Mama Africa hacía su aparición en la sección Panorama de la Berlinale en febrero de 2011 y se unía al diálogo que el clásico Come Back, Africa (1959) de Lionel Rogosin, en proceso de restauración, mantenía con Sing Your Song desde su estreno en Sundance apenas un mes antes. El clamor de los asistentes al festival de Robert Redford había provocado la voracidad de la cadena HBO de hacerse con sus derechos en los EE.UU. sin que fallasen sus predicciones: antes de emitir la película el 17 de octubre en su canal de pago, la distribuidora se había engrosado en las taquillas de un puñado de cines del país unos 50.000$, nada despreciables para un documental con su temática.
Durante esos primeros meses del 2011 y gracias a la colaboración entre la Cineteca de Bologna y la Rogosin Heritage Foundation, Come Back, Africa se encontraba en proceso de restauración. La empresa Milestone anunciaría medio año después el final del proyecto y el Film Forum de NYC marcaría el inicio de la gira mundial de este hito de la historia del cine en enero del 2012. Rodada bajo la censura del Apartheid sudafricano y en una coyuntura peligrosa para su director, su equipo y quienes desde el país los ayudaban, la historia de Zachariah Mgabi, un emigrante en busca de trabajo que llega a Sophiatown, un barrio periférico de Johannesburgo, ocupa hoy un lugar único en la filmografía universal por su vertiente crítica y su manifiesto activismo político. Partiendo de un guión escrito conjuntamente por Rogosin y los sudafricanos Lewis Nkosi y Bloke Modisane, Come Back, Africa hace uso de todas las técnicas que los neorrealistas italianos habían convertido en catálogo en los años 40, mezclándolas con los preceptos de uno de los padres del documental: Robert Flaherty. Obligados por las condiciones económico-sociales de una Italia devastada en la posguerra, Rossellini, Visconti, De Sica y Zavattini, entre otros, habían hecho de la necesidad virtud y se habían lanzado a las calles para mostrar el desamparo y la angustia de una población dejada a su suerte en un país atemorizado al que aún le faltaban años para vivir su milagro económico. El uso de actores no profesionales, el rodaje en exteriores con luz natural y una fidelidad a la realidad social circundante son las enseñanzas que Rogosin aplica en la realización de su película. El director estadounidense se mudó a la metrópolis sudafricana para ser parte de su devenir y, durante los meses previos a la filmación, convivió y conversó con los intelectuales de la revista Drum, entre los que se encontraban sus coguionistas Nkosi y Modisane y un joven brillante Can Themba, quienes también aparecerían como secundarios en el filme. Gracias a esta inmersión, Rogosin es capaz de arañar las imágenes más crudas que, hasta la fecha, tenemos sobre el régimen segregacionista instaurado en 1948 y vigente hasta su abolición con la llegada de la democracia al país en 1992. Las imágenes diarias de un emigrante rural en Sophiatown tratando de sobrevivir en un ambiente hostil y degradado por el hacinamiento de la población y su esclavización laboral, adquiere tonos épicos a través de la fotografía en blanco y negro de Ernst Artaria y Emil Knebe, quienes se desplazan imperceptible y respetuosamente entre sus contemporáneos. Incluso cuando Rogosin hubo de regresar a casa, Artaria siguió a la caza de metraje, teniendo que evitar las restricciones de las autoridades para conseguir filmar bodas, grupos de transeúntes y celebraciones callejeras habituales en Sophiatown. Esta barriada histórica estaba exclusivamente reservada para negros debido a políticas previas de segregación aunque, por aquel entonces y tal como observamos en la película, estaba siendo paulatinamente demolida ante la amenaza de descontrol y rebelión sentida por los blancos al imaginar esos nidos de libertad. La cámara acompaña a los habitantes del gueto, transita hacia el centro de Johannesburgo mostrando las rutinas de sus pobladores y se fija en las relaciones que se estaban (re)negociando entre negros y blancos, ofreciendo al espectador escenas de gran interés histórico y que serían prohibidas por el gobierno censor, entre la que un concierto callejero con su público multirracial circundante compone una de las radiografías más incisivas de la sociedad de la época.
u protagonista, Zacharia Mgabi, actúa por vez primera ante una cámara y demuestra, junto a Miriam Makeba y a los escritores de Drum, las virtudes de la improvisación y del trabajo amateur en línea con el neorrealismo italiano. Un par de escenas permanecen en nuestra retina al apagarse las luces de la sala: la desesperación violenta e incontrolable de Zacharia cuando encuentra muerta a su esposa quien lanza el mobiliario a las paredes de su chavola, incapaz de reprimir su ira, y la primera aparición en celuloide de una hipnótica Miriam Makeba, cantando desde lo más profundo de su corazón en una reunión nocturna vetada por las autoridades. La presencia de Makeba en esta observación quirúrgica del régimen xenófobo del Apartheid fue el detonante del exilio forzado de la artista, a quien se prohibió regresar a Sudáfrica tras su asistencia al Festival de Venecia en 1960, donde se exhibió la película. Con el título de un eslogan del Congreso Nacional Africano, Come Back, Africa recibió el premio de la crítica en el certamen italiano, pero sus repercusiones fueron mucho mayores, convirtiéndose en la clave para comprender la errática y comprometida vida de la cantante y activista, primero en los EE.UU. y posteriormente en Guinea Conakry, hasta que la abolición del Apartheid y la instauraciónn de la democracia le permitieron regresar a su amado país. A través de su arte, de su oposición política radical y de sus apariciones ante la ONU reclamando la visibilización de las atrocidades que se vivían en África, la que sería conocida por todo lo ancho del planeta como “Mama Africa” dedicó todas sus energías a perseguir la liberación de los hermanos y hermanas que habían quedado en el continente.
Para comprender el alcance y la conexión que en esos años se establecieron entre política y música y sobre el papel destacado de Makeba y Belafonte en este ámbito, hemos de mantenernos atentos al diálogo polifónico que estas películas crean a través de las personas que las habitan, de la mirada de sus autores y de las voces de sus protagonistas. Sólo una lectura contrapuntística de los tres documentales es capaz de revelarnos las idiosincrasias de la época, ayudada siempre por otras fuentes entre las que destaca el making of que Michael y Daniel Rogosin componen en An American in Sophiatown (2007) de la película del padre, documental de 55 minutos que se ha convertido en pieza esencial para conocer de primera mano las complejas circunstancias del contexto atroz que acompañó al rodaje.
Directores, protagonistas y películas conciben al unísono un mensaje claro de lucha por la representación de África, de sus habitantes y de su diáspora en el siglo XX. El mensaje se convierte en fin de las tres obras, cuyo objetivo principal es proponerse como documentos histórico-artísticos para las nuevas generaciones dentro del proceso en marcha de (re)construcción de un imaginario africano de héroes y heroínas contemporáneos de carne y hueso.
Igual que Come Back, Africa, Mama Africa y Sing Your Song han sido realizados por directores de gran solvencia en el género documental provenientes de países no africanos: Mika Kaurismäki y Susanne Rostock. Grandes cambios han sacudido a la industria del cine desde que Rogosin se desplazara a Sophiatown en la década de los cincuenta resuelto a presentar al espectador universal las complejidades de la Sudáfrica del momento. Tanto Mama Africa como Sing Your Song son documentales que han contado con un presupuesto muy respetable en base al carisma y la fama de sus protagonistas, demostrando en taquilla las esperanzas puestas por sus productores, quienes vaticinaron la rentabilidad de sus proyectos. Sin embargo, Kaurismäki y Rostock han ido más allá de lo habitual en su implicación con el trabajo, al relacionarse de una forma muy íntima con sus temas y personajes: el mayor de los Kaurismäki ha explicado la devoción que, desde muy joven, mantiene con la música y la persona de Miriam Makeba, lo que se volvió en honor la dirección del filme. Por su parte, Rostock se puso manos a la obra a raíz de una conversación entrañable en la que el propio Belafonte le propuso hacerse cargo del proyecto, siendo consciente de la responsabilidad derivada. A pesar de los posibles peligros que entraña acercarse a estrellas mundiales de su talla, los homenajes a “Mama Africa” y al “Rey del Calypso”, evitan caer en la hagiografía a través del uso de imágenes de archivo, entrevistas con familiares y amigos y una cuidada banda sonora, creando un equilibrio sopesado entre la vida pública y la experiencia personal acordes con las vidas de compromiso político de estas celebridades musicales de todos los tiempos. Con el subtítulo The Music, Hope and Vision of a Man and an Era, Sing Your Song establece tres temas fundamentales que estructurarán la película a través de la carismática personalidad de Belafonte y extrapolables, en buena medida, a Mama Africa: la importancia de la música en relación con el activismo pro-africano; cómo los sueños utópicos de un siglo XX africano que asistió a la independencia del continente, al nacimiento y abolición del Apartheid se convirtieron en pesadillas por la corrupción de las élites y las fatídicas ayudas al desarrollo y, finalmente, el papel que, desde la diáspora, tuvieron figuras del espectáculo en la concienciación universal sobre las realidades africanas.
La complicidad entre Rostock y Belafonte inunda Sing Your Song. Recorriendo la vida del cantante, actor y activista de origen jamaicano humilde radicado en Nueva York, se nos conduce a través de acontecimientos determinantes el siglo pasado como la defensa de los derechos civiles y otros movimientos sociales en los que Belafonte estuvo profundamente involucrado desde su juventud. Sus tratos con Dr. Martin Luther King Jr., su oposición al Apartheid y su constante entrega a la movilización de celebridades para estas y otras causas, entre las que ocupa un lugar señalado su activismo para concienciar sobre las causas raciales y de profunda desigualdad económico-social que estaban provocando el aumento de la criminalidad entre la población negra joven norteamericana, respondieron a una educación temprana condensada en la frase materna: “Never go to sleep at night, never let a day go by without showing some concern and doing something to change the course of events” (nunca te acuestes dejando pasar un día sin mostrar preocupación o hacer algo que cambie el rumbo de los acontecimientos). Su ideología y sus actos tuvieron repercusiones directas en la invasión de su privacidad por parte del FBI y en su carrera por grupos de presión reaccionarios, obligándole a cancelar actuaciones y programas de televisión considerados demasiado progresistas. Ni las amenazas ni la decepción de los estratos más conservadores de la audiencia le hicieron hizo ceder un ápice en su misión. Su sonrisa encantadora, su irrepetible voz y su atractiva presencia le ayudaron a lograr adeptos en una vida de combate y entrega constantes hasta el final cuando, a sus 82 años y poco antes de fallecer, seguía preguntándose: “What do we do now?” (¿Qué hacemos ahora?).
Mika Kaurismäki se enfrascó en Mama Africa tras décadas entregado a retratar las culturas underground de Brasil, cuya culminación fue Brasileirinho (2005), un documental musical sobre el Choro: la primera tradición musical genuinamente brasileña. En la que es su última película hasta la fecha, el director finlandés continúa su labor de traer a la luz músicas y artistas incomprendidos o tergiversados desde Occidente. La rítmica mezcla de entrevistas con metraje de archivo, actuaciones en directo y eventos históricos, nos guía a través de una vida dedicada al reconocimiento de los derechos humanos en África. En sus primeros años, Makeba frecuentó las salas de fiesta de Cape Town y en un Johannesburgo racialmente dividido siendo integrante de la banda de chicas The Skylarks y, pronto, daría el salto a grupos de jazz más profesionales, lo que darían una visibilidad que provocaría su presencia en Come Back, Africa. Exiliada durante 27 años de su tierra natal, la ayuda que recibió de Belafonte al llegar a Nueva York fue determinante para lanzar su carrera y convertirse en una artista de altura internacional. En los EE.UU. y en Guinea Conakry después, donde tuvo que fijar su residencia a causa del rechazo de la industria musical americana y la presión del FBI tras su matrimonio con el miembro de los Black Panthers Stokely Carmichael, los conciertos y letras de Makeba son un grito de dolor a favor de los oprimidos. En 1963 se convertía en la primera mujer negra en hablar ante las Naciones Unidas, siendo conocida desde entonces como “Mama Africa”. Su dedicación a su audiencia y a su familia, a su pueblo y al espíritu de las generaciones africanas en la diáspora, la mantuvieron dinámica hasta el último momento cuando, en 2008 tras un concierto en su gira italiana, encontró la muerte.
[1]La idea del filme había sido concebida por el co-guionista y co-productor Don Edkins durante años, quien había estado desarrollando el concepto con Makeba cuando ésta falleció de improviso. Si en Sing Your Song Belafonte ofrece algunos de los momentos más memorables de la obra, la súbita falta de Miriam provocó la reestructuración del film, pasando de ser una inventario ordenado de memorias y opiniones a una compilación de imágenes de archivo y entrevistas con las personas más relevantes en su vida. El ofrecimiento del proyecto a Kaurismäki fue afortunado, quien usó las limitaciones como ventajas para ahondar en las vínculos de Makeba con grandes personalidades de su época, empezando en su juventud por las cantantes Dorothy Masuka y Abigail Kubeka o el trompetista y esposo Hugh Masekela, tendencia que se profundizaría en los años venideros a través de su peregrinaje vital. Debiendo combatir dificultades económicas y legales para adquirir imágenes de archivo, Kaurismäki optó por realzar las icónicas voces que la rodearon, dando especial relieve a sus relaciones con Stokely Carmichael, Harry Belafonte y Jean-Marie Dore, primer ministro de Guinea, entre otros. A partir de Makeba se rinde tributo a un tiempo y a su gente, sin obviar los sufrimientos de toda una vida, que alcanzarían su cénit de dureza cuando su hija y compañera Bongi fallecía a los 35 años de edad. La que se habría convertido en su sucesora, cantante dotada y compositora de buena parte de los éxitos de su madre, dejó desamparada a Miriam por el resto de sus días. Este episodio dota al documental de una emoción y ternura testigos del talento y la personalidad entregada de Makeba, cuya máxima heredera es hoy la poderosa y lúcida voz de su nieta y superestrella de Benín Angelique Kidjo.
África necesita seguir construyendo un imaginario audiovisual que está escaso de héroes. En un Olimpo de músicos y estrellas de cine que se ha ido edificando desde hace más de 100 años y en constante expansión, grandes figuras como Belafonte y Makeba tienen reservado sus asientos. A sus cualidades como artistas se añade su infatigable lucha por la defensa de los derechos humanos desvelando las aberrantes políticas fuera y dentro del continente africano. A través de sus vidas y sus obras Harry y Miriam trascendieron el lugar que el mundo del espectáculo, tantas veces fútil y trivial, pretendía otorgarles. Durante sus dilatadas vidas dieron voz a los que no la tenían abogando por el reconocimiento de África a escala global; anhelos que están siendo transmitidos hoy a las nuevas generaciones convertidos en discurso histórico y entretenimiento en películas como éstas.
Reflejo irónico del devenir de un continente, reconocemos con tristeza cómo se nos queda una sensación amarga al oír las palabras de Miriam Makeba comentando su éxito “Pata Pata”: “It is a song with no meaning at all about a dance called pata pata. I would have preferred another song to be popular” (Es una canción sobre una danza sin sentido llamada pata pata. Hubiese preferido que otra canción fuese tan popular). Estas reflexiones nos obligan, como última etapa en nuestro viaje, a cuestionar el poder del espectáculo y la comercialización del arte global. La utopía y la esperanza se cuelan enérgicas, sin embargo, a través del lenguaje del arte y de la genialidad de estos artistas barriendo los gustos de la audiencia y los imperativos del entretenimiento mundial. Aunque éstos consiguieron alzar una melodía sencilla y superficial a lo más alto en detrimento de otras más profundas, al hacerlo estaban dando entrada a la fuerza de su voz y al mensaje de esas otras canciones que nos revolverán las entrañas…
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