by editor | 13th July 2012 10:30 am
Entrevista a Pedro Montes
Miguel Riera
El Viejo Topo
Empiezan a oírse voces entre los economistas que plantean, como única salida realista –y dolorosa– a la crisis, el abandono de la moneda única. Pedro Montes fue de los primeros, si no el primero, en advertir de las graves consecuencias que arrostraría España tras la adopción del euro y la forma exclusivamente mercantil con que se estaba construyendo la Unión Europea; y a la vista está que Europa constituye el nudo de la cuestión de la compleja crisis española. La entrevista tiene un carácter polémico indiscutible, pero también muy necesario.
Hace años, en una entrevista publicada en esta revista, aseguraste que España se encaminaba bien al caos, o bien a la catástrofe. Utilizabas también en un artículo por aquellas fechas la expresión “callejón sin salida”. Me pregunto qué piensas ahora al respecto. ¿Caos, catástrofe, callejón sin salida?
No hace tantos años, Miguel, era marzo de 2010, lo que sucede es que la crisis económica es voraz y va muy deprisa. Traté de decir en aquella ocasión que, teniendo en cuenta la evolución de la economía española tras la creación del euro, cuando ya se había incurrido en un déficit enorme de lo que se llama la balanza de pagos por cuenta corriente y, por tanto, se había acumulado una deuda exterior insostenible, el país se enfrentaba a un dilema: o se mantenía en el euro y se encaminaba al desastre o asumía el paso convulsivo de desligarse de la moneda única. Caos y catástrofe, o catástrofe y caos. Decir entonces que el país se encontraba en un callejón sin salida era una forma de resaltar la angustiosa situación, bien entendido que las sociedades siempre encuentran una salida, por dramáticas que a veces sean las soluciones. El dilema sigue vigente, pero la perentoriedad es más aguda y también todo se ha clarificado. En mayo de 2010, como todo el mundo sabe, Zapatero dio un giro radical a su política, con recortes y ajustes, una reforma laboral y la deleznable reforma de las pensiones, que contó, no debe olvidarse, con el respaldo de las direcciones de CCOO y UGT. Posteriormente, y en apenas pocos meses, burlándose de los ciudadanos, el gobierno del PP ha emprendido un conjunto de reformas que, aparte de acentuar la política del PSOE, son de una agresividad, y se podría decir crueldad, que han dinamitando el pacto social surgido de la transición tras la muerte del dictador. Ha sobrevenido un desastre económico, social y ya también político, de modo que la disyuntiva en estos momentos es si continuamos directos por el camino al infierno, Grecia ya está en él, o recuperamos una moneda propia y un banco central propio para afrontar la crisis. La UE nos ha trazado una siniestra ruta que de aceptarla implicaría una especie de suicidio colectivo.
Vayamos por partes. Parece evidente que las fuerzas políticas mayoritarias (por no decir todas, porque todavía no se oye a ninguna de ellas exigir la salida del euro) están por tragar lo que haya que tragar para mantenerse en la moneda única. Si finalmente se decide seguir en la eurozona, ¿qué porvenir le queda reservado a los españoles? ¿Cuántos años de sufrimiento nos esperan?
En efecto, hay muchos datos, declaraciones y hechos –no olvidemos la nocturna e infame reforma de la Constitución– que dejan sentado que tanto el PP como el PSOE consideran el euro como irreversible, lo cual constituye el fundamento de la estrategia política que siguen. Es el acuerdo básico que comparten entre ellos, al cual se suman sin restricción alguna –fuera de las maniobras políticas ante tal o cual asunto– CiU y el PNV. A partir de ahí entramos en un gran problema político: la posición de la izquierda ante el dilema de la crisis. Y digo de la izquierda incorporando a ella a los sindicatos mayoritarios.
Nuestro país no puede sobrevivir en el euro y, con independencia de lo que quiera el centro derecha y piense mayoritariamente la izquierda y muchos de sus dirigentes, la desvinculación de la moneda única es inexorable
No se enteraron de lo que implicaba, económica y socialmente, la moneda única, y siguen sin querer saber las consecuencias que tendrá. Viven pensando que la crisis actual es un accidente que tendrá pronto remedio, que el pasado volverá y que todo lo que es necesario es ponerle un ápice de política social a la estricta política económica necesaria para remontar la situación. Se alaba la austeridad y se reconoce que es inevitable disminuir el déficit público, como si esa fuera la cuestión fundamental. Izquierda Unida, que tuvo el honor de oponerse a Maastricht con un debate muy rompedor en su seno, defiende ahora una salida progresista a la crisis, pero se queda sin respuesta, como pasó en el debate de investidura, cuando Rajoy contestó que muy bien, pero que los inversores extranjeros no nos prestaban dinero si no se acometían ajustes y recortes. Si la salida progresista de la crisis, que también desean los sindicatos, fuera posible y sencilla de practicar, ¿alguien piensa que no la hubiera aplicado el PSOE, e incluso el PP, aunque en este caso hay que introducir otras consideraciones políticas? Las perspectivas, desde mi punto de vista, son muy negras, al punto de que he llegado escribir un artículo afirmando que la crisis todavía no ha empezado.
Pues vaya…
Estamos no en el borde, sino cayendo por un precipicio cuya profundidad no se conoce. No es posible hacer pronósticos sobre el tiempo, así que todos los anuncios de brotes verdes son mentiras. Ahora bien, tengo la convicción de que nuestro país no puede sobrevivir en el euro, y que, con independencia de lo que quiera el centro derecha y piense mayoritariamente la izquierda y muchos de sus dirigentes, la desvinculación de la moneda única es inexorable. Cuándo y cómo se producirá, no lo sé. Ya he dejado de discutir si la alternativa mejor de la izquierda es procurarse una Europa que corrija los principales defectos y carencias de Maastricht. La unidad construida no es reformable y las consecuencias que ha comportado no son superables. El tiempo, pronto creo, dirimirá la cuestión.
Tratemos de verlo desde el punto de vista de los que quieren seguir en el euro. Imaginemos que fuera posible, ¿cuál sería el coste? Al final, las deudas hay que pagarlas… ¿a cuánto nos tocaría por cabeza?
El núcleo del problema es el endeudamiento de todos los agentes económicos, o su alto “apalancamiento”, como también se dice. Las familias deben mucho en relación con su renta disponible. Las empresas tienen una relación muy desequilibrada entre su capital propio y ajeno. La banca tiene muchas deudas contraídas y sus activos, muy ligados a la vivienda, suelo y promotores están sobrevalorados, son muy ilíquidos, tienen poca rentabilidad y sus plazos de amortización están desajustados con el calendario de sus pasivos. Las instituciones públicas no tienen ingresos suficientes para cubrir sus gastos y los compromisos de las deudas que tienen contraídas. Y el país en su conjunto, resultado de los grandes déficits de la balanza de pagos y una actividad financiera global disparatada, tiene unos pasivos frente al exterior que superan los 2,3 billones de euros, esto es, casi 2,3 veces el PIB.
¿Y cómo hemos llegado a eso?
El origen de esta situación tiene que ver con el euro. Una vez implantado y conectados los mercados financieros se obtenía financiación a raudales en los mercados internacionales y a tipos de interés muy bajos, puesto que todas las emisiones se hacían en una moneda común que no hacía distingos por países, pues ya no había que cubrir los riesgos de devaluación de las monedas de los países más débiles. Los tipos de interés de la deuda pública alemana y la deuda pública española eran parecidos. Esta situación duró hasta el estallido de la gran crisis financiera internacional que desató la quiebra del banco estadounidense de inversiones Lehman Brothers. Durante ese tiempo nadie cayó en que se estaban produciendo desequilibrios muy profundos en las relaciones económicas de los países euro, y por tanto que algunos de ellos estaban acumulando deudas insostenibles. Los más ilusos, que hubo muchos, llegaron a pensar que con el euro se había inventado algo maravilloso: se podía crecer y acumular déficits porque con la moneda común no había problemas de financiación.
Se había encontrado la lámpara de Aladino…
Todo cambió radicalmente con la crisis financiera. Los canales de financiación se cerraron, los mercados dejaron de operar, del clima de euforia financiera se pasó a otro tormentoso, y la situación de cada agente económico y de cada país pasó a examinarse con lupa. Las primas de riesgo de la deuda soberana de los países del euro empezaron a ensancharse, dependiendo de la solvencia que otorgaban los mercados a cada uno de ellos, y, por supuesto, los más endeudados se complicaron la existencia, ya que se les encareció crudamente la financiación. Todo es conocido, Grecia, Portugal, Irlanda… España. Hay un momento en la vida de los deudores en que la deuda los devora. Por elevada y por costosa ya no pueden hacerle frente, y esto vale para familias, empresas, bancos, Estados y países. En mi opinión, nuestro país ya está devorado por la deuda, y por ello, no logro imaginarme que continuemos en el euro con normalidad. Fíjate bien que para hacer frente a la deuda externa, para pagarla poco a poco sería preciso que nuestro país tuviera un excedente de la balanza de pagos por cuenta corriente, y todavía tenemos un déficit a pesar del hundimiento de la economía y de los millones de parados acumulados.
Del mismo modo, el sector público para reducir su deuda necesitaría tener superávit, y ya se ve lo difícil que es reducir el déficit y el círculo vicioso en que se entra cuando los ajustes y recortes se imponen, pues se ahonda la recesión y disminuye la recaudación fiscal. Ahora, engañosamente, la política económica está dirigida a equilibrar las cuentas públicas, y hasta la saciedad nos cuentan que la reducción del déficit es condición necesaria para remontar la crisis y, cómo no, para empezar a crear empleo. Digo engañosamente, porque siendo verdad que hay problemas para financiar el déficit y que mientras exista se agrava el endeudamiento del sector público, las cantidades en que puede reducirse son insignificantes con respecto a la deuda acumulada. La disputa entre el gobierno de la Unión Europea por fijar el montante del déficit publico décimas arriba o abajo, que finalmente quedó en el 5,3% del PIB para este año, es ridícula pensando que el endeudamiento público equivale –más o menos, las cifras reales son un misterio– al PIB anual. Algo así como discutir 10.000 euros cuando se debe 1 billón.
Tengo la impresión de que la gente sabe que estamos ante una crisis grave, pero que desconoce la magnitud de la tragedia.
Es evidente que se manipula a la opinión pública y que se aprovecha el problema marginal del déficit público para justificar la brutal política de recortes que se está llevando a cabo y que es inútil porque deja el problema de fondo intacto, si no agravado. Todo esto que cuento deja sin interés la pregunta de cuánto tendremos que aportar cada uno por la deuda. La crisis no es un cociente con un numerador que, por lo demás, no sabríamos cuál es: ¿los pasivos exteriores?, ¿la deuda pública? Lo del “per cápita” en sociedades tan profundamente desiguales es una entelequia. La crisis es un clima, una situación, donde el sufrimiento personal alcanza una casuística tan enorme que no hay comparaciones posibles. Un parado pagará poca deuda. Un desahuciado es posible que se libre de la hipoteca, pero se ha quedado sin casa. Un inmigrante irregular no tendría que preocuparse del déficit público, pero puede morir en la calle sin asistencia. Más vale ver con este prisma la crisis que haciendo operaciones aritméticas cuyos resultados no dicen nada. Me dijiste antes eso de que al final las deudas hay que pagarlas. La deuda abre cuestiones cruciales en estos momentos, que seguro deseas que comentemos. Te avanzo: las deudas hay que pagarlas si se puede.
Pero no se puede, eso se desprende nítidamente de lo que acabas de decir. Adelante con esas cuestiones cruciales…
Veamos. La economía española no puede generar los recursos para hacer frente a su posición deudora exterior, ya te he indicado que sería necesario registrar superávit de la balanza de pagos. El Estado a duras penas corrige su déficit y cada vez le resulta más difícil encontrar financiación para taponar los muchos agujeros que debe cubrir para que el país no sea declarado en bancarrota (ahí está el caso de Bankia y los 23.000 millones, o más, para rescatarlo). Las emisiones de muchas comunidades autónomas están valoradas como bonos basura.
El sistema bancario está en quiebra. La calificación de las emisiones de los bonos y acciones de las empresas importantes se rebaja cada día. La morosidad crece y los desahucios también. Este es el cuadro actual, pero lejos de ser estático tiende a empeorar por la recesión y porque la desconfianza que suscita la economía española es completa, dentro y fuera del país. La prima de riesgo de la deuda pública crece incontenible y con ella todos los tipos de interés aplicados a las empresas y entidades españolas, que son las que soportan la mayor parte de la deuda externa. De los 2,3 billones que he citado, 2 billones corresponden al sector privado.
Con esta perspectiva, los defensores de permanecer en el euro, entre ellos la cúpula del gobierno –para Rajoy el euro es irreversible, para el ministro de Hacienda, Montoro, la solución es más euro y más Europa– buscan desesperados en Europa y ya también en Washington fondos para sostener la situación. Se muestran renuentes a utilizar la palabra rescate, pero en el fondo saben que cualquier aportación financiera significa estar intervenidos y someterse a las directrices que emanen de los prestamistas. De hecho, desde mayo de 2010 la política económica depende de las instituciones europeas y las presiones de los mercados, y todo indica que se acentuará en lo inmediato. Ser rescatados no es fácil por la enorme cantidad de euros que se requieren, pero haciendo de la necesidad virtud, es posible, con el argumento de que España es demasiado grande para dejarla caer, que transitoriamente se evite la catástrofe.
¿Transitoriamente?
Transitoriamente, porque la palabra “rescate” es engañosa, o más duro, falsa. Ahí está otra vez Grecia como caso pionero. Cuando “rescatan” a un país no lo salvan de su precariedad y angustia, sino que “le echan el guante”, lo maniatan, lo aprisionan y lo someten a todo tipo de humillaciones y barbaridades, incluida la de pasarle por encima y despreciar a las instituciones democráticas. Siempre amenazados, continuamente vigilados, los países rescatados se van hundiendo económica y socialmente en un abismo que no parece tener fondo. No tendrá que ser diferente en el caso de España y cabe añadir un matiz a esta degradación.
Lo mejor para nuestro país, para la inmensa mayoría de los ciudadanos, sería desvincularse del euro y recuperar soberanía e instrumentos de política económica.
El país “rescatado” no se libera de sus deudas sino que estas aumentan y se hacen más onerosas. Por así decir, el “rescate” implica una agonía sin fin. La otra alternativa, la de desligarse del euro y recuperar muchos de los resortes con que ha contado la política económica históricamente para llevar a cabo las políticas necesarias que reclama la sociedad, conmocionará sin duda alguna al país.
Es muy difícil calibrar todas las consecuencias que desatará esa salida, pero frente al rescate, tras un período difícil, muy difícil y complejo si se quiere, no hay que engañarse, abre todas las oportunidades para recuperar y rehacer el país. Algún lector avispado preguntará inmediatamente: ¿y qué pasará con la deuda externa que además se elevará considerablemente en términos de nuestra nueva peseta tras la devaluación que tendrá lugar? Por mi parte, no puedo afirmar otra cosa que la salida del euro lleva aparejado inevitablemente el impago de la deuda, con los matices que puedan incorporarse. Palabras mayores, un grave problema, pero irresoluble de otra forma.
¿Y cuál crees que sería el impacto en la UE de una salida del euro por parte de España? ¿La seguirían otros países? ¿Podría significar el fin del euro?
Sin duda muy importante por el peso económico y financiero de nuestro país. Las fichas del dominó no son todas iguales, y tras Grecia, Portugal e Irlanda la caída de España, bien en la versión rescate o bien con la salida del euro, conmovería los cimientos de la unión monetaria, tanto más cuanto que se sabe que cuando se resuelva nuestro caso espera el de Italia. El disparatado proyecto del euro aún dará muchos quebraderos de cabeza a los dirigentes europeos. Acabo de leer una entrevista con Jacques Sapir, un reconocido crítico de la unión monetaria y un abanderado de la “ desglobalización”, cuyas palabras a una pregunta sobre si la crisis financiera de la UE podría afectar a Francia se pueden compartir y son las siguientes (resumo): “La crisis financiera ya ha contaminado a Francia. La prima de riesgo con Alemania alcanza ahora más del 1,3% o 130 puntos básicos. Es una diferencia idéntica, e incluso superior, a la que existía antes de crear la zona euro. De hecho, la única ventaja del euro –poder pedir prestado a tipos globalmente equivalentes a los alemanes– ha desaparecido.
La salida del euro lleva aparejado inevitablemente el impago de la deuda, con los matices que puedan incorporarse; palabras mayores, un grave problema, pero irresoluble de otra forma
La cadena de contaminación de la crisis es muy conocida. La situación de Grecia ejerce una influencia directa sobre Portugal. Una degradación de la situación portuguesa tiene consecuencias nefastas para España, y eso entraña la degradación de la situación financiera de Italia. Sin embargo, las situaciones en esos países son muy diferentes y esas diferencias hacen que, estructuralmente, no debería haber contaminación porque los problemas de los países son distintos, incluso aunque tengan el mismo origen: el euro. El euro ha sido el causante de que España se haya desindustrializado y especializado en los servicios y la construcción; y de que Italia padezca un tipo de cambio sobrevalorado. Los tipos de interés son importantes en España y cruciales para Italia. Por eso los mercados financieros reaccionan, pasan de esas diferencias y surge la cadena de contaminación”. Sapir concluye: “Está claro que cuando España e Italia tomen dinero prestado por encima del 6%, habrá llegado el momento de cuestionar a Francia. Todos saben, aunque ahora no se diga, que si España e Italia se vieran forzadas a salir de la zona euro, Francia tampoco podría permanecer en ella”. Creo que tu pregunta queda así contestada. Se pueden hacer muchas hipótesis sobre cómo discurrirán los acontecimientos, pero quizá lo único cierto es que nadie ni ningún país está en condiciones de controlarlos y que con la tormenta desatada la zona euro no sobrevivirá con la configuración actual, pudiendo llegar a desaparecer.
La desaparición del euro o una eurozona en la que hubiera sido podado el sur, ¿qué efectos produciría en el dólar y la economía estadounidense?
Entramos en un terreno más especulativo y me muevo con una regla que sería: cuanto mejor le vaya al euro o a las monedas más fuertes que lo conforman peor le irá al dólar estadounidense. No es algo surgido de ninguna ley mecánica, sino de la interpretación de que el capitalismo está sufriendo un desequilibrio económico-financiero mundial que se resolverá por un reequilibrio que tendrá consecuencias geopolíticas. Por otra parte, los Estados Unidos en particular, debido a las enormes emisiones de deuda pública financiadas por la Reserva Federal para hacer frente a la crisis terrible que abrió la quiebra de Lehman en las finanzas y la industria del país, ha alimentado una burbuja de sus bonos que en algún momento tendrá que explotar.
Por decirlo de otra manera, hay pendiente una crisis del dólar cuyo estallido puede sobrevenir por diversos motivos, uno de los cuales desde luego es cómo se resuelva la crisis del euro. Estados Unidos es de lejos el primer país deudor exterior neto del mundo –el segundo, por cierto, es España–, y cuando se tienen unos pasivos brutos que superan los 18 billones de dólares es para estar intranquilos, ellos como país y el resto del mundo por los contagios posibles.
Siempre amenazados, continuamente vigilados, los países rescatados se van hundiendo económica y socialmente en un abismo que no parece tener fondo
Los principales acreedores exteriores netos del mundo son Japón, China y Alemania, un país este que, por su fuerza económica, puede tener veleidades de todo tipo y no es descartable que el euro suponga una rémora para sus planes, si bien, como especulamos, habrá quien sostenga que es el primer país interesado en mantener el euro como una moneda débil que facilita sus exportaciones y el excedente de su balanza comercial. Digo para concluir: había una carrera entre el euro y el dólar para ver a qué moneda le llegaba antes la crisis y los europeos nos hemos adelantado. Algunos malpensados incluso opinan que los estadounidenses azuzan la crisis del euro –hasta se cita al profesor Krugman por sus análisis críticos sobre la unión monetaria– para entretener a los mercados.
Volvamos a las consecuencias de permanecer en el euro. Los eurobonos, la unión bancaria, la cesión de más soberanía, un cambio en la política del BCE, el diseño europeo de políticas de crecimiento, el rescate bancario… ¿todo eso sería suficiente para que la crisis que atraviesa España se resolviese a medio plazo?
Me reafirmo en mi opinión. Creo que lo mejor para nuestro país, para la inmensa mayoría de los ciudadanos, sería desvincularse del euro y recuperar soberanía e instrumentos de política económica. Confío además en que esto sucederá inevitablemente y sería muy conveniente que Izquierda Unida y los sindicatos mayoritarios adoptaran como estrategia esa alternativa. La sociedad tiene mucho miedo, la opinión pública está muy manipulada, al punto de que, a pesar de los grandes sufrimientos que ya padecemos y las amenazas que se ciernen en el horizonte, todavía se siente pánico ante la idea de abandonar, no Europa, sino la unión monetaria. Pasa aquí y está pasando en Grecia.
Con todo, las encuestas hablan ya de casi un tercio de la población que culpa al euro de la crisis y quisieran desvincularse de él. Nadie representa políticamente a esa significativa minoría que podría ampliarse con facilidad con una buena explicación de lo sucedido y si se trabajase con seriedad en esa alternativa. Todos estamos opinando de la crisis europea cuando, en las circunstancias actuales, sería conveniente y legítimo dedicarse a pensar, aunque fuese como hipótesis improbable, en el escenario de no permanecer en el euro. Quiero añadir que el tiempo es un dato de la situación que hay que tomar en cuenta. Cuanto más se prolongue la caída en esta fase destructiva del tejido productivo, de la desaparición de empresas, de ruina económica, de acumulación de paro –un terrible problema en todos los órdenes– y de degradación social, será mucho más difícil y complicado recuperar el país y rehacerlo desde todos los puntos de vista. Ahora bien, como verás, esta es una versión española, considerando lo más deseable para nuestro país y nuestras gentes. Pero cabe preguntarse qué piensa Europa de la crisis del euro, de los peligros que entraña España y de lo que convendría hacer. Hay mucho ruido, propuestas, ocurrencias, disputas y controversias, lo cual prueba que hay también mucha desesperación y pocas ideas claras.
Querámoslo o no, la unión monetaria la conforman un conglomerado de países, con fuerza distinta, intereses contrapuestos, situaciones económicas, sociales y políticas muy diferentes y todos, en general, con problemas serios, cuyas sociedades reclaman a sus gobiernos soluciones que respeten en lo fundamental los intereses nacionales. Añádase que hay reglas, compromisos, pactos y casi una constitución para comprender que no todo es posible y que algunos cambios que se reclaman contradicen la esencia del proyecto de Maastricht, que es una unión monetaria sin fiscalidad común.La aparición de Hollande ha acentuado los contrastes existentes y la división potencial entre Francia Alemania, si bien podemos estar de acuerdo en que la quiebra del euro sería un gran fracaso de la burguesía “europea” que lleva apostando por este proyecto de Europa más de 30 años.
De modo que el fiasco es inevitable…
Sí. El fracaso abre una variante especulativa en la que no entro, pero coge a Europa en una débil posición ante los cambios mundiales que se están produciendo. Supongamos, pues, que se quiere lograr con los medios disponibles el “rescate” de nuestro país, más allá del actual rescate bancario. Eso significa que los países fuertes están dispuestos a pagar los costes de “salvarnos” en estos momentos.
Eso de la austeridad y el crecimiento es otra ocurrencia, un engañabobos: es imposible, con los brutales ajustes y recortes decretados y los que se bajaran para que nos “rescate” la UE, pensar en el crecimiento. Todo lo contrario: las cifras de paro seguirán incrementándose de modo pavoroso durante tiempo
Con los eurobonos, para Alemania, el país en mejor posición, se encarecerían sus emisiones actuales de deuda pública, cosa por la que no sienten ninguna pasión. ¿Y cómo se distribuyen los fondos obtenidos con los eurobonos? ¿Cuánto para España, cuánto para Portugal, cuánto para Francia? ¿Y por qué? ¿Más para España dado que su déficit público es mayor porque los españoles como media pagan muchos menos impuestos que los franceses y los alemanes? Y si el BCE ofrece liquidez generosamente al estilo de la Reserva Federal, aunque sea contradiciendo los fundamentos del Tratado de Maastricht y pasando por encima de la voluntad de Alemania, de nuevo: ¿qué criterios se siguen o que límites para cada país, teniendo en cuenta que los más incumplidores fiscalmente son los que más necesitan o que la banca española alimentó una burbuja inmobiliaria disparatada que enriqueció a muchos, entre otros a los propios bancos? No sigo, esto es una entrevista y no un libro.
Escuetamente ya te diré que no se en qué consiste la “unidad bancaria” y algo fundamental: bien, se superan estos momentos de tensión extrema en España, se la rescata, pero el problema de su enorme deuda como país permanece intacto, y la deuda pública irá creciendo en la parte asignada de los eurobonos o monetizada por el BCE. Como ves, todo muy sencillo, rápido y sin contraindicaciones. Para terminar: eso de la austeridad y el crecimiento es otra ocurrencia, un engañabobos: es imposible, con los brutales ajustes y recortes decretados y los que se bajaran para que nos “rescate” la UE, pensar en el crecimiento. Todo lo contrario: las cifras de paro seguirán incrementándose de modo pavoroso durante tiempo.
La idea de salir del euro, sin embargo, provoca el pánico tanto entre la clase dirigente como en la inmensa mayoría de la población. ¿Cómo tendría que hacerse, cuáles serían los pasos?
Sí, es verdad, pero le da mucho más miedo a la clase dirigente que a los ciudadanos, como he comentado al referirme a las encuestas. Y esto por varios motivos: tanto el PSOE como el PP hicieron y siguen haciendo del tema de Europa la espina dorsal de su política, sin valorar nunca su significado y sus consecuencias, cuando estaba claro que Maastricht era la clave de bóveda de un modelo neoliberal extremo de la construcción europea. Competitividad sin límite y, al mismo tiempo, sin tipo de cambio para afrontar las diferencias entre países, luego condiciones inmejorables para recortar salarios, precarizar el mercado laboral, imponer reformas fiscales regresivas, privatizar, desmontar el estado del bienestar… Mientras el PP se sentía en su medio natural, se entiende menos que el PSOE haya acabado abrazado a la unión monetaria con la misma pasión, y de ahí la crisis ideológica de la socialdemocracia y el ridículo que ha acabado haciendo entre los votantes.
Las capas dirigentes no son propicias a reconocer errores y menos a desaparecer cuando se equivocan tan radicalmente. Otro motivo está implícito en lo que acabo de comentar: ¡que maravilla de proyecto! Una década imponiendo políticas regresivas en lo económico y lo social para cumplir las condiciones de convergencia y poder formar parte de la zona euro desde el principio, luego la necesidad imperiosa de practicar recortes para no perder competitividad y ya con la crisis el sueño hecho realidad, con el PP a por todas librando una guerra económica contra los trabajadores y las capas sociales más desfavorecidas con ribetes fascistas.
Y todo el mundo callando…
Sorprende, desde luego, el silencio cómplice que han mantenido muchos expertos y analistas ante lo que ha ocurrido, así como el pánico que se ha instalado en la sociedad. Hay una cobardía manifiesta, como si no se quisiera afrontar la realidad y se prefiriese descender a los infiernos antes que pararse y ver si hay otra alternativa. Todos los que componen el orden establecido –las tertulias son un buen exponente– hablan de la necesidad inevitable de los ajustes y la reducción del déficit público como si fueran obligaciones impuestas por la naturaleza, como si el mundo acabase donde ellos alcanzan a ver, cuando sólo basta mirar un poco y comprender que cabe otra opción que consiste en volver a la situación previa al euro tal como la conocíamos hace sólo 14 años.
Mi confianza es que la lucha y la necesidad de ofrecer una alternativa acaben por hacer evidente que romper con la unión monetaria es inevitable. Estamos en la barbarie
No es la vuelta a la edad media ni a la autarquía. Puedo reconocer que los cambios producidos complican esa vuelta, pero no al punto de que la sociedad se condene a un período indefinido de sacrificios y desolación por no querer rectificar unos pasos en falso. La complejidad técnica de ello es innegable, pero del mismo modo que las dificultades técnicas no impidieron adoptar el euro tampoco ahora podrían impedir implantar la peseta. La nueva moneda tendría que sufrir una significativa devaluación y el Banco de España podría recuperar su prestigio perdido volviendo a sus viejas tareas de emitir y distribuir la moneda nacional. Si tiene suerte Grecia, siempre podrá servirnos de modelo.
Al pasar del euro a la peseta, las deudas en euros crecerían por efecto de la devaluación.
Sí, la montaña de la deuda ahí está y veo dos problemas fundamentales. Uno es si se podrá hacer frente a la deuda externa que tiene fundamentalmente el sector privado de la economía –aunque también hay unos 300.000 millones de euros de deuda pública en manos de extranjeros–, sobre todo después de elevarse su cuantía con la devaluación indicada de la peseta. Los euros que se deben valdrán más pesetas. No será posible, y aquí, en una economía de mercado, cada acreedor y deudor tendrá que correr con las consecuencias de sus decisiones en el pasado. Habrá mucha agitación en los mercados, desconfianza generalizada en el país y sin duda muchos impagos, razón por la cual se piensa que a nuestro país no se le dejará caer.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons[1], respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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