Manuel Sacristán: autodeterminación e internacionalismo (I)

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Salvador López Arnal
Rebelión

Salvo desenfoque parcial o incomprensión total por mi parte, una forma fructífera de aproximarse a las posiciones y reflexiones del traductor castellano de Platón, Marx, Quine y Engels sobre la normalmente denominada cuestión nacional es reparar en dos textos breves que escribió para la edición de Poemas y canciones de Raimon. El primero, publicado en castellano en 1976, un año después del fallecimiento del general golpista y asesino, fue escrito en 1973, para la edición catalana del poemario del cantautor valenciano.
Poco más que las palabras de la presente traducción de las “letras” de Raimon, señalaba el que también fuera amigo de Salvador Espriu, eran de exclusiva responsabilidad suya. Los detalles de la edición reflejaban el compromiso al que habían llegado cuatro personas: Raimon, Xavier Folch (entonces director literario de Ariel), Alfred Picó (director de talleres de la editorial) y el propio Sacristán. “Criterio común de los cuatro, ya antes de empezar la discusión, era que no se debía dar una versión cantable de los poemas, sino una traducción literal que permitiera a la persona de lengua castellana cantar el texto catalán entendiéndolo en todos sus detalles, o que le sirviera de cañamazo o material para hacerse su propia versión poética y cantable en castellano”. Al modo como el mismo Raimon se había hecho la suya catalana de “Amanda”, una canción de Víctor Jara que estuvo durante años en el alma y en los labios de miles y miles de ciudadanos catalanes (y no-catalanes). Muchas compañeras-ciudadanas que llevan su nombre tienen en la canción de Jara, en su lucha y en su tragedia, y en la versión catalana de Raimon, sus hermosas e inolvidables raíces.

Discrepaban, en cambio, proseguía el estudioso de Brossa, en la manera de poner en práctica el criterio. “Yo quería suministrar una versión literal, palabra por palabra e interlineada. Ésa me sigue pareciendo la forma radical de aplicar el criterio común dicho. Pero mis tres compañeros coincidieron en rechazar la presentación interlineada”. El compromiso al que llegó, “desde mi minoría de uno”, consistió en presentar “traducciones literales, pero no interlineadas, sino enfrentadas”. Se trataba de traducciones palabra por palabra, “salvo en los poquísimos casos de frases hechas, como, por ejemplo, deixar ploure (literalmente ‘dejar llover’, traducida por “oír llover”) o, en otro plano, hora foscant (literalmente ‘hora oscureciente’, traducida por “entre dos luces”)”.

Sacristán daba cuenta brevemente de una peculiaridad de su trabajo: “traduzco algunos valencianismos -los que más se prestan a ello- por andalucismos. Por ejemplo: traduzco poc por “poco” y miqueta por “poquito”, porque son términos corrientes en Cataluña; pero traduzco poquet, que es catalán del País Valenciano, por “poquiyo”, no por “poquito”, ni por “poquillo”. ¿Por qué? Porque quería de ese modo “incitar a mis paisanos a ver de qué modo el valenciano es, sencillamente, un catalán, igual que el andaluz es un castellano. Y quizá por causas parecidas a las que hacen que para mi oído el castellano más hermoso sea el sevillano, creo que el valenciano de Raimon es un catalán particularmente agraciado”.

Sacristán manifestaba una cierta incomodidad en una nota complementaria que escribió para la edición castellana del poemario.

“Me siento algo incómodo al ver reproducida en esta edición para lectores de lengua castellana la nota que escribí en 1973 por cordial encargo de Raimon”. ¿Por qué? Por una vindicación temperada del leninismo más justo y razonable: “Alguna gente de izquierda en sentido amplio (yo diría que en sentido amplísimo), creyéndose inminentemente ministrable o alcaldable, considera hoy oportuno abjurar sonoramente de Lenin”. No ignoraba el autor de “El filosofar de Lenin” los puntos del leninismo necesitados de crítica y auto-crítica. “Pero por lo que hace a la cuestión de las nacionalidades, la verdad es que la actitud de Lenin me parece no ya la mejor, sino, lisamente, la buena”. Sin embargo, una regla práctica importante de la actitud leninista respecto del problema de las nacionalidades, que nunca dejó de tener en cuenta Sacristán, aconsejaba “subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado y las cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado. A tenor de esa regla de conducta, tal vez sea un error la publicación en castellano de mi nota de 1973, dirigida primordialmente a catalanes”. Sacristán esperaba que no fuera un error importante. Le animaba a esperarlo así “la acogida de mis paisanos madrileños a Raimon en este suave y confuso invierno de 1976”.

Destacadamente, su compañero y amigo Francisco Fernández Buey obró siempre con ese criterio: subrayar determinadas caras del poliedro cuando se hablaba a las nacionalidades minoritarias en un estado y nudos complementarios cuando se hablaba a la nacionalidad más titular del estado. Nos lo enseñó hasta el final de sus días.

Hubieron, desde luego, otras aproximaciones de Sacristán a nuestra temática. Y antes, algo antes, reflexiones de interés y magníficas aproximaciones a la cultura catalana. Un ejemplo:

A finales de 1968 o principios de 1969, Xavier Folch propuso también a Sacristán la confección de un prólogo para la edición de la poesía de Joan Brossa que ediciones Ariel se proponía realizar con el título Poesia Rasa. Tria de llibres .

¿Un texto literario de presentación para una antología de la obra de un poeta -entonces ni reconocido ni muy conocido- encargado a un lógico muy competente formado en el Instituto de lógica de Münster, a un traductor incansable, a un filósofo marxista que siempre concibió el marxismo como una tradición de lucha política revolucionaria, a un profesor de metodología de las ciencias expulsado de la Facultad de Económica de la UB en 1965, a un luchador político antifranquista entonces miembro del comité ejecutivo del Partit Socialista Unificat de Catalunya? Había numerosas razones que justifican la decisión. No sólo la amistad motivó la sugerencia de Xavier Folch.

Manuel Sacristán se había encargado durante unos cuatro años de la crítica musical, teatral – La piel de nuestros dientes, El deseo bajo los olmos, El Cónsul – y literaria –“Tres grandes libros en la estacada”, “Una lectura del A lfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio”- de la revista Laye , “la inolvidable”. Había publicado en Revista española una obra de teatro “El pasillo”, nunca hasta ahora representada, y había publicado en alemán, firmando como Juan Manuel Mauri, “Spanien: Bühne unter den Fittichen des Regimes” (“España: el teatro bajo la tutela del Régimen”). Más tarde vinieron las traducciones de Lukács, Heine, Adorno y de tantos otros, y sus presentaciones a la obra en prosa de Goethe y Heine: “La veracidad de Goethe” y “Heine, la consciencia vencida”.

Sacristán no sólo escribió el prólogo de la antología de Brossa -que tituló “La práctica de la poesía”-, traducido al catalán por Francesc Vallverdú, sino que también fue entrevistado por Oriflama sobre la obra del poeta barcelonés: “Entrevista sobre el poeta Joan Brossa”. Sin poder confirmarlo, es probable que fuera Miquel Martí i Pol el entrevistador.

Sobre el supuesto hermetismo de Brossa, señalaba Sacristán “[…] El hermetismo de Brossa no se debe nunca a metáforas raras ni a violencias verbales. La dificultad de lectura, cuando se llega del buen sentido coloquial-funcional, dificultad que es seguramente lo exorcizado como hermetismo, se debe más bien a la imposibilidad de urdir una coherencia confortadora entre lo muy común que muy naturalmente dicen unas palabras del poeta y lo muy común, que muy naturalmente dicen otras luego de punto, punto y coma, coma o conjunción. Pero la evocación de un surrealismo, a lo Dalí, hecho de fragmentos naturalistas, que esa estructura puede sugerir es engañosa: si se hiciera una transposición al campo visual, la imagen del poema de Brossa sería cotidiana, común”.

Sobre la perfección formal de la obra brossiana, el autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger apuntaba: “La imperiosidad de la palabra explica la paradoja de la perfección formal de la poesía de Brossa, milagrosa y casi gratuita algunas veces, sobre todo en la inverosímil perfección de tantos sonetos suyos. Ya el mero ejercicio de metro, ritmo y acento de algunos de esos sonetos pueden poner en vilo, y uno se siente a veces ante ellos como Chaplin, según él cuenta, ante la Pavlova: con ganas de llorar por la impresión que produce “la tragedia de la perfección”. Pero desde muy pronto es también la perfección en la poesía de Brossa un cauce terrible del sarcasmo y de la sardónica destrucción de “valores”, poéticos o no. Bastantes Sonets de Caruixa (1949) [Sonetos de Caruixa] eran ya espeluznantes como perfectos. Tampoco este elemento se ha perdido en el crecer del poeta”.

Del peso de la “catástrofe”, comentaba el autor de “Panfletos y Materiales”: “Brossa ha sido uno de tantos jovencísimos soldados del Ejército Popular cuyo servicio militar de vencidos se prolongó en el tedio de los años más negros. El peso de la catástrofe gravita también culturalmente y arranca al poeta las pocas intemperancias contra las concepciones y las expectativas de la generación anterior: El pas del mar rebat aquest farcell/ De peix podrit. Tens cara d´ou, herència! (*). Pero no ahoga el pensamiento ni aplasta la voluntad. En la reiteración de la derrota se va incluso aclarando para el poeta la sustancia de lo enemigo: No resta en peu sinó amistat deserta;/ fent versos em revenjo del meu fat,/ i al fort de la demanda i de l´oferta/ paro tenda, llibert, fora poblat (**)

El pensamiento en derrotada libertad cuaja bien cuando la voluntad se siente feliz en la utopía, en Jauja: Escopir a les monedes, / Aquesta sola llei hi ha (***) [1]

De la incorruptibilidad del poeta, apuntaba el prologuista: “[…] Yo diría que la constante principal del trabajo de Brossa es la incorruptibilidad. Una incorruptibilidad popular, sin gestos grandilocuentes. La constante principal de la poesía de Brossa es la destrucción de falsedades. Pero es también característico de su poesía que la destrucción permita brotes de utopía, de felicidad”

Poco tiempo después de la publicación del libro de Brossa, o acaso a partir de algún manuscrito que el mismo Sacristán les hiciera llegar, Antoni Tàpies y Teresa, su compañera, desde su domicilio en la calle Zaragoza de Barcelona, le escribían una carta, fechada el 14 de junio de 1969, en la que se expresaban en los términos siguientes:

Querido amigo:

Acabamos de tener el privilegio de una primera lectura de “La práctica de la poesía” que has escrito para Brossa. Estamos emocionados viendo como por fin, gracias a ti, se aclaran tantas cosas sobre nuestro amigo… y sobre mucho más

Lo has hecho, además, con un “desenfado” y una “naturalidad” que son un oportuno testimonio de lo que debe ser una añeja posición tuya sobre muchos problemas, desde el innecesario sometimiento a Zdanov hasta la réplica al “hermetismo”, desde la puesta en evidencia del ”amisticismo” y la “vocación felicitaria” hasta la puntualización histórica de la “elegía política que ha precedido a otras” en la literatura catalana. Pasando por tantas cosas justas y bellas como dices.

Recibe nuestra cordial felicitación junto con el testimonio de nuestra amista sincera.

Teresa y Tàpies

En el verano del año siguiente, Sacristán intervenía en el pleno del Comité Central del PCE. La cuestión nacional era de nuevo motivo de reflexión.

Nota:

[1] (*) “El paso del mar devuelve este fardel / De pescado podrido. ¡Tienes cara de huevo, herencia!” (**) “No queda en pie sino amistad desierta; / haciendo versos me vengo de mi hado,/ y en lo más fuerte de la demanda y de la oferta / levanto tienda, liberto, fuera de poblado.” (***) “Escupir a las monedas / Esta sola ley hay””

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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