by editor | 13th November 2012 11:45 am
José Miguel Arrugaeta
Historiador
Ya he perdido la cuenta de las condenas, sin efectos ni consecuencias para el infractor. Martes, trece de noviembre del año 2012, la Asamblea General de Naciones Unidas vuelve a mostrar su rechazo casi unánime al bloqueo financiero, económico y comercial que los Estados Unidos de Norteamérica mantienen contra este pequeño y resistente país caribeño.
No me hace falta estar al tanto de los resultados de la votación para conocer la crónica de esta noticia anunciada y repetida, que será oportunamente ninguneada, o ahogada entre otras muchas menores, por los grandes medios de comunicación y difusión internacionales.
A pesar de la reiteración, y de lo que eso puede tener de rutina, yo soy persona persistente, lo soy para lo mío, y la solidaridad es parte de mi patrimonio, por lo tanto no quiero olvidarme de la fecha, es casi una obligación moral y de principios. Yo defiendo la soberanía de todos, la misma qué reclamo para mí mismo y mi pequeño pueblo. Por lo tanto señalo, recuerdo y quiero poner por escrito mi condena, con la confianza de que las palabras impresas no se las lleva el viento, a pesar de los modernos disolventes químicos, y además me permito subrayar que precisamente este mismo año se cumple exactamente el cincuenta aniversario del inicio oficial del bloqueo de los EEUU a Cuba, por el grave e irremediable delito de ser una Revolución inoportuna, demasiado cercana, rebelde e indómita.
El conjunto de leyes, enmiendas y demás argucias legales que han configurado, a través del tiempo, esta monumental escultura universal a favor del abuso y la prepotencia, son literalmente, y tomo las palabras de un alto responsable político norteamericano de 1962, «medidas de guerra económica». Y puestos a recordar, nadie tiene memoria (porque es imposible sostener mentiras por tanto tiempo) de que la Revolución cubana haya declarado ninguna guerra económica a los EEUU, por lo tanto, no hay que investigar mucho para identificar al agresor y responsable de este despropósito.
En los Estados Unidos, y por extensión en casi todo el mundo anglosajón y europeo, a esta mantenida acción unilateral e ilegal se le denomina tiernamente como «embargo». Y los términos, desde que se inventó el lenguaje, nunca han sido ni ingenuos ni inocentes. Cuando hay un «embargo», como ustedes bien saben por sus desgraciadas relaciones con el sistema bancario (rescatado y por rescatar), el mismo consiste en una acción extrema de confiscación de bienes, consecuencia de que alguien debe algo que no pudo cumplir en plazo. La pregunta consecuente es por lo tanto si Cuba le debe algo a los Estados Unidos, que estuviese acordado o fuese contemplado por la legislación internacional vigente, y que sea razón suficiente para justificar un «embargo».
Según las leyes reconocidas en el ámbito de las relaciones entre naciones, cualquier Gobierno nacional, constituido y reconocido, en pleno ejercicio de sus facultades soberanas puede aplicar el derecho de nacionalización de recursos y bienes, en aras del bien público, mediante compensación justa. Y es este viejo principio, normalmente no discutido en otros contextos, el que aplicó plenamente el Gobierno revolucionario cubano, para disgusto y desagrado de sus vecinos del Norte, durante sus primeros años de mandato (lo cual incluyó, por supuesto, el reconocimiento legal de indemnizaciones, de acuerdo a los pagos de impuestos y valores declarados). Y no está de más señalar que esta misma actitud es exactamente la que vienen aplicando numerosos gobiernos latinoamericanos en los últimos años (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina…) en su firme voluntad por recuperar recursos naturales, servicios públicos y otras ramas económicas estratégicas. Claro que no es lo mismo meterse con un pequeño país como Cuba, aislado durante casi dos décadas, que con un bloque extenso de naciones, bien armado y coordinado desde 2000 en adelante. Parece una mera cuestión de tiempos y contextos, lo cual es fácil de traducir; por ejemplo, bloquear hoy en día a Argentina, por nacionalizar YPF, es técnicamente imposible y políticamente desastroso.
Aclarado, pues, que no hay razones ni anclaje legal posible para justificar ningún «embargo» entonces, el bloqueo a Cuba (que es el término correcto, y adecuado a su contenido bélico) adquiere su plena dimensión, es decir que el mismo es un conjunto de medidas de coacción, chantaje económico y presión múltiple que busca afectar los niveles de vida y expectativas sociales de toda una población, sin ninguna distinción, y tiene como finalidad última socavar la base social del Gobierno, mediante la generalización del sufrimiento y de la escasez material. Su objetivo terminal y exitoso sería pues el derrocamiento, por cualquier medio, de las autoridades legales cubanas. Lo cual se parece bastante, en intención, contenido y consecuencias, a un delito continuado de carácter internacional, de esos que suelen juzgar en La Haya.
Hasta aquí la cosa parecería clara y meridiana, si no fuera por los matices que acompañan a esta situación prolongada y anormal que se denomina bloqueo a Cuba. Entre estas características yo destacaría dos detalles esenciales por su importancia: el primero, por orden, es que el agresor goza de plena inmunidad e impunidad, y no le importa lo que piensen los demás, por la simple razón de ser el país más poderosos de la tierra (al menos hasta nuevo aviso), y el segundo, no menos importante, es que numerosos e influyentes países que «votan» contra el bloqueo en la ONU (como la Unión Europea, Suiza o Canadá, por ejemplo) hacen gala de una perfecta y estética hipocresía al asumir de hecho las consecuencias extraterritoriales de leyes norteamericanas que afectan directamente su soberanía e independencia sin adoptar medidas de respuesta adecuadas y equitativas para defender tanto sus empresas como su plena libertad de comercio.
El rechazo casi absoluto de la Asamblea General de las naciones Unidas al bloqueo unilateral de los EEUU contra Cuba no tiene, por lo tanto, más significación por el momento que su enorme valor moral y la constatación de la más absoluta soledad diplomática del agresor en lo que atañe a este asunto.
En honor a la verdad, que por lo general suele ser compleja y diversa, mi larga vida en Cuba me permite también afirmar que el bloqueo hace tiempo que no es elemento esencial ni determinante de las graves dificultades y carencias que (desde hace algo más de dos décadas) muestran la economía y el sistema productivo nacional, o que incluso el bloqueo, en abstracto, sirve en ocasiones de justificación reiterada para que parte del aparato administrativo y económico cubano esconda sus incapacidades y desaciertos. Al mismo tiempo se podría decir que esta condicionante económica «aprieta, pero no ahoga», es decir, hace años que perdió su capacidad de determinar un final exitoso para sus propósitos, y de hecho se puede decir que el tiempo y las realidades (a pesar del fenomenal empeño de las agencias federales norteamericanas) tienden a agrietarlo progresivamente, y buena muestra de ello pueden ser las ventas directas y autorizadas de alimentos desde los EEUU a Cuba, o el importante flujo de remesas económicas que los cubanos residentes en Estados Unidos envían a sus familiares.
Sin embargo, ninguna de estas, u otras, consideraciones le restan importancia o magnitud al delito, ni tan siquiera sirven de atenuantes del mismo. El bloqueo ha sido y sigue siendo una pesada amenaza y un obstáculo real en campos como la educación, la medicina, el desarrollo científico, la renovación tecnológica, el costo de servicios de transporte y seguros, el turismo o los costes financieros. Las cifras cantan al respecto.
Pero además en esta ocasión quiero ir un poco más lejos, pues cuando no se ataja el delito y no se enmienda la afrenta, el sinvergüenza tiende a reincidir, y en estos últimos tiempos es fácil constatar cómo el bloqueo a Cuba se ha convertido en antecedente vivo y directo de medidas similares, que pretenden ser de aplicación obligatoria para todos los demás, como si el mundo se gobernase por elección divina desde Washington o Bruselas; tal es el caso, por ejemplo, de las reiteradas y muy actuales sanciones unilaterales, de EEUU y la Unión Europea en contra de Irán y Siria.
Para terminar estas líneas de denuncia, reiterada un año más (y todo el tiempo que haga falta), yo me sumo incondicionalmente a las palabras, siempre claras y transparentes, de ese admirable Presidente que es el boliviano Evo Morales, quien en acto público y multitudinario, felicitó a Barack Obama por su reelección diciéndole que si de verdad quería cambiar algo que comenzase por levantar el bloqueo a Cuba, como un acto de justicia. Pues eso mismo. ¡Abajo el bloqueo, carajo!
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