Euskara, más allá de la identidad de resistencia

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Desde que en el año 1949 la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza propuso la fecha de hoy como día para conmemorar con énfasis la validez y la universalidad del euskara, el Día Internacional del Euskara ha ido creciendo hasta conse- guir una referencialidad remarcable. Es una jornada que coincide con el Día de Nafarroa, de celebración y concienciación, no exenta de poses y promesas retóricas. Hoy se multiplicarán los actos institucionales y las declaraciones de los gobernantes y su mensaje nos dejará una extraña sensación de déjà vu: apoyo total al euskara, todos a favor de divulgar su conocimiento. Mañana, sin embargo, también amanecerá y demostrará nuevamente que hoy y aquí, en Euskal Herria, hablar el euskara en todos los órdenes, vivir como euskaldun con toda naturalidad, no es algo evidente que forma parte del paisaje. Cuando no es algo absolutamente imposible.
Al margen del debate sobre las políticas públicas en favor de la recuperación del euskara -manifiestamente mejorables en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, abiertamente hostiles en Nafarroa y que en Ipar Euskal Herria ni siquiera reconocen la oficialidad-, más allá de la botella medio llena o medio vacía, la política con mayúsculas que el euskara merece presenta un fracaso que conviene remarcar para poder hacer frente a los desafíos vitales que se presentan. La identidad vasca, con su dolorosa historia, su geografía partida y su idioma tantas veces marginado se ha hecho a sí misma como una identidad de resistencia. Ante las identidades que los poderosos vecinos quisieron imponer, los vascos no se han integrado. Pero aún no han conseguido pasar de esa identidad de resistencia a otra, compactada en torno a un nuevo proyecto nacional. Un proyecto que no vendrá del cielo, que será construido o no será, y que en caso de ser, como punto de partida, también será erdaldun.

La política en Euskal Herria, aprendiendo de los intentos fallidos, tiene que inventar, que acertar en esa transformación. Sería una conquista colectiva, un nuevo suelo democrático, en el que todos ganarían. Y, muy particularmente, el euskara y su comunidad natural.


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