Suelo ético

by editor | 2013-04-06 10:23 am

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Iñaki Egaña | historiador

Persigue a la moda y, como es habitual, solo sirve para esconder una gran hipocresía. «Un soplo de aire fresco en nuestra jerga» (la suya), lo describía Manuel Montero en Vocento, para, a continuación, alimentar el saco de lo viejo y rancio para definir las actitudes de quienes no piensan ni actúan como desea el constitucionalismo hispano.

En 2001, con la avanzadilla norteamericana y británica, la OTAN invadió Afganistán, apoyándose en el derecho de legítima defensa invocado por la ONU. España participó con tropas en el asalto multidisciplinar, convirtiéndose en el décimo Estado del planeta en número de efectivos en el país asiático.

Desde aquella invasión, la fabricación de heroína en Afganistán se ha multiplicado por cuarenta. Mil gramos de heroína que salían de Kabul en 2003 se han convertido en cuarenta kilogramos hoy. Un récord capitalista. Los expertos señalan que ese incremento ha provocado al menos un millón de muertos más en el mundo por los efectos de la heroína. ¿Daños colaterales? Aquella invasión se llamó «Operación Libertad Duradera». Semejantes nombres avalan cualquier aberración.

Dos años después, en 2003, los tres de las Azores, entre los que se encontraba el presidente español Aznar, daban comienzo a la campaña llamada «Libertad iraquí», la invasión de Irak. Jean Marie Roland, que murió en la guillotina, dejó escrito aquel epitafio que tanto nos gusta recordar: «¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!».

Como recordamos, en dos semanas, las tropas invasoras alcanzaron Bagdad. En diez años, murieron 4.486 soldados norteamericanos y 317 militares de otros 21 países, entre ellos España. La Asociación de Víctimas del Terrorismo los incluye en su lista bajo el epígrafe de «víctimas del terrorismo islámico». En poco tiempo harán un mapa completo, con la lista de los muertos en Paracuellos que achacaban al ya fallecido Santiago Carrillo.

Entre 2003 y 2013, según datos del Sindicato Iraquí de Periodistas, un total de 250.000 civiles murieron en Irak a causa de la invasión. Para el mundo occidental, supongo que también para Montero, se trata de «víctimas inocentes». En la revista «Plos Medicine» apareció un trabajo en el que se relataba que las fuerzas surgidas por el Acuerdo de las Azores (España entre ellos), habían causado más muertes que las milicias antiestadounidenses, aunque el 74% de los asesinatos habían sido provocados por un «autor desconocido».

Son cuestiones que se escapan al análisis diario. En Vascongadas, por decir, la ética tiene un valor que en Kandahar o en Basora pierde. Porque esto de la ética debe de ser una cuestión relacionada con la ubicación geográfica. Lo percibí hace unos meses, al comentar la guerra por la posesión del oro moderno, el coltan, para nuestros ordenadores y teléfonos móviles que, por desgracia, se encuentra en Congo. Cuatro millones de muertos. Un nimiedad. Quizás si el dichoso coltan se hallase entre el flysch del Paleoceno de Zumaia ahora ni siquiera estaría escribiendo en este diario.

No citemos a la ética como un suelo democrático. Porque todos sabemos que es una gran fantochada. Podríamos referirnos a cuestiones más cercanas, como la gestión de la paz, o la desactivación de los medios bélicos que abundan, por cierto, en nuestra tierra y en las vecinas. Si comenzamos por la ética, las puertas seguirán cerradas. Porque su ausencia está, precisamente, en la esencia de la constitución de los estados, en sus fondos reservados, en sus operaciones encubiertas, en el injusto reparto de la riqueza, en la corrupción, en el nepotismo, en los ejércitos, en… me falta la respiración para articular una frase tan larga.

Hablemos de lo que ocurre, en realidad.

La ofensiva gubernamental sobre el conflicto vasco de las últimas semanas no aporta nuevos elementos sobre el escenario que ya conocemos: una pugna formidable entre halcones y halcones. Nada que ver con la ética. Unos y otros del mismo corral. Si hay palomas, debieron pasar más al sur, en su viaje de primavera. Por aquí no las hemos visto. Quizás las mataron en Faluya.

La batalla por la memoria, que es como decir por la hegemonía en el mensaje, no ha hecho sino comenzar, con algunos detalles que desvelan la intensidad que alcanzará en los próximos meses, incluso años. Ahí es donde se enreda la ética. Ya a mediados de diciembre la Audiencia Nacional llamó a declarar como imputado al director de este diario por una necrológica veraniega que recordaba la muerte de una militante de ETA en… 1987. Desde entonces, la fuente no ha dejado de fluir.

Hace un par de semanas, el dirigente popular Antonio Basagoiti leía en el Parlamento de Gasteiz la lista de víctimas causada por las diversas ramas de ETA y los CCAA. No citaba entre ellas a Begoña Urroz, la niña de Lasarte muerta en 1960 en atentado de los DRIL. Tampoco a Pertur. Sin embargo, Vocento se salió del guión. «DV» ya había protestado con un artículo provocador cuando Interior dejó fuera de los muertos de ETA a Urroz. Ahora, «ABC», el producto madrileño con capital vasco, iba más allá que Basagoiti y mentía de forma descarada: ponía en boca del presidente del PP de la CAV lo que no había dicho.

A la par, la misma Asociación que recuerda a sus víctimas en una lista que incluye a los militares muertos en Irak o Afganistán, se ha personado en una causa que, sorprendentemente, la Audiencia Nacional ha reabierto, 34 años después. El incendio del Hotel Corona de Aragón, en Zaragoza, donde las llamas provocaron 76 muertos y 113 heridos. El objetivo: incrementar la lista de las víctimas de ETA y, de paso, condicionar su historia aunque sea de forma artificiosa, como en el caso de Begoña Urroz.

En esos mismos días, el monolito de recuerdo a los presos republicanos de la cárcel de Ondarreta, centenares de los cuales fueron ejecutados, que fue inaugurado recientemente, recibió dos ataques fascistas. En un breve espacio de tiempo. La prensa fue leve con el incidente. Supongo que ni siquiera se levantó atestado por alguna de las policías que se reparten la tarta de la seguridad. Y santas pascuas. Como si nada hubiera pasado, tan calada está en los agentes sociales la extensión de estas tropelías que parecen más juegos florales que atentados contra la inteligencia.

La subida de tono no ha llegado precisamente con la muerte de dos presos en un breve espacio de tiempo, Angel Figueroa y Xabier López Peña, sino que la misma fue, precisamente, consecuencia de una atmósfera contaminada por una política penitenciaria concebida como castigo anexo. Vengativo. Los presos vascos son el eslabón propicio para mantener las tesis de los halcones. No tienen defensa, ni jurídica ni política. España es el país en el que el dinero sirve para comprar lo deseado. En este caso la opinión.

Estamos ante un escenario en el que se han sentido especialmente cómodos los sectores que han configurado la España tradicional. Un único relato, una única verdad y la amenaza constante para quien se salga del esquema trazado, la cárcel. Amenazaron con la misma al lehendakari Ibarretxe hace dos legislaturas, pero ahora tienen al partido jeltzale de su lado, por eso de una doble coincidencia en los objetivos: desmontar el tsunami electoral de Bildu (y por tanto que los soberanistas de izquierda se conviertan en alternativa real) y defender los intereses de clase en medio de la crisis.

El escenario cómodo es el del franquismo y el de la transición, dos períodos históricos previos sin los que no sería comprensible el presente. Por eso, como se hizo entonces, los padres de la llamada Doctrina Parot, que es como decir los padres de la venganza como actividad política, buscan en los sótanos, más abajo de ese suelo ético, las claves de una jerga sempiterna.

Ese suelo ético que sería, para nuestro Bergamín, una superficie patética. Etica y patética en un aforismo afortunado. El lenguaje político está lejos, muy lejos, de la meta definida por los lingüistas. Parece más bien, en este juego de palabras, una herramienta cruel. Cuando aún andamos desenterrando a nuestros muertos de hace 75 años, aparcados, escondidos y negados bajo tierra, hablar de suelo ético es poco menos que patético.

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