La doble pedagogía del Imperio

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Assata Shakur y Cuba en la lista de terroristas más buscados
Luis Martín-Cabrera
Rebelión

“Me llamo Assata Shakur, nací y me crié en los Estados Unidos. Soy descendiente de africanos secuestrados y traídos a las Américas como esclavos. Pasé mi primera infancia en el sur racista y segregado. Más tarde me mudé al norte del país y me di cuenta de que allí los negros eran igualmente víctimas del racismo y la opresión. Crecí y me transformé en una activista política, participé en las luchas estudiantiles, en el movimiento contra la guerra y, sobre todo, en el movimiento de liberación de los afroamericanos en Estados Unidos. Después me afilié al Partido de las Panteras Negras, una organización que fue perseguida por el programa COINTELPRO, un programa creado por el FBI para eliminar toda oposición a las políticas del gobierno estadounidense, destrozar el Movimiento de Liberación Negra en los Estados Unidos, desacreditar a los activistas políticos y eliminar a sus potenciales líderes” [1]

Estas son las palabras que Assata Shakur escribió en una carta abierta dirigida al Papa Juan Pablo II con motivo de su visita a Cuba en 1998 y a raíz de la petición de extradición del gobierno de Estados Unidos. En 1979 Shakur había escapado de la prisión de Clinton en New Jersey para recibir asilo político en Cuba en 1984. La semana pasada el FBI y el fiscal general del estado de New Jersey han redoblado su agresión imperialista situando a Assata Shakur en la lista de los 10 terroristas más buscados y ofreciendo 2 millones de dólares por su captura.
En 1973 Joanne Chesimar –como la llaman el FBI y los negreros que dieron nombre a sus antepasados– o Assata Shakur –su nombre de guerrera africana– iba en un coche por la autopista de New Jersey con otros dos activistas del Ejército de Liberación Negro (“Black Liberation Army”) cuando la policía de tráfico les dio el alto. En el encuentro se produjo un tiroteo en el que murieron Werener Foester, uno de los policías, y Zayd Malik Shakur, uno de los activistas. Shakur fue acusada del asesinato del policía a pesar de haber recibido un tiro en la clavícula que la inhabilitaba para disparar y de que no se encontró ningún rastro de pólvora o arsénico en sus ropas. El juicio contra Shakur, como ha explicado su abogado Lenox Hinds, se celebró sin respetar ninguna de las garantías procesales: todos los miembros del jurado eran blancos, los medios de comunicación ya habían hecho una campaña previa de criminalización y a pesar de que no había ninguna evidencia contra la activista afroamericana, Shakur fue condenada simplemente por ir en el coche. Por si todo esto fuera poco, Shakur fue encadenada a una cama de hospital a pesar de la gravedad de sus heridas. Cuando se recuperó, fue internada en una celda de castigo durante dos años en una prisión de alta seguridad para hombres. El día que salió la sentencia Lennox Hinds convocó una rueda de prensa y calificó el juicio de linchamiento legal. En respuesta, el Colegio de Abogados de New Jersey y el fiscal general trataron de quitarle su licencia para ejercer la abogacía. La corte suprema acabó dándole la razón a Hinds de la misma manera que distintos juicios tuvieron que absolver a Assata Shakur de múltiples cargos fabricados por el FBI de robo armado, asesinato y secuestro.

¿Qué sentido tiene entonces, cuarenta años después, colocar a Assata Shakur en la lista de terroristas más buscadas? ¿Qué tipo de amenaza representa Shakur para la seguridad de los Estados Unidos? Creo que en esta decisión hay una pedagogía doble del imperio, un mensaje hacia dentro y hacia fuera, una llamada de atención para paralizar los movimientos de resistencia y emancipación en Estados Unidos y en América Latina que pone en el punto de mira y en una situación de extrema vulnerabilidad a la activista afroamericana.

Hacia fuera, en esta decisión hay, en primer lugar, un mensaje para Cuba, pues parte de la estrategia de guerra de baja intensidad y aislamiento consiste en incluir a la isla en la lista de países terroristas: si Assata Shakur es una de las diez terroristas más buscadas por el FBI y Cuba se niega a extraditarla es porque Cuba es, en efecto, un Estado terrorista. Pretenden vendernos esta lógica ilógica a pesar de que desde el punto de vista legal la decisión de Cuba es impecable, porque, de volver a Estados Unidos, Shakur podría ser juzgada, como ya sucedió, por sus ideas políticas y por su etnicidad, no por sus supuestos crímenes.

Pero además esta decisión sucede en un contexto en el que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos podrían –y deberían—relajarse. Recientemente el gobierno Cubano decidió cambiar su política migratoria y relajar la salida y el movimiento de sus ciudadanos al extranjero. La pelota está pues en el campo de los Estados Unidos que sigue restringiendo, ahora unilateralmente, los viajes a la isla. La semana pasada además Joan Lenard, una jueza del distrito de Florida, autorizó a René González, uno de los cinco agentes cubanos injustamente encarcelados en Estados Unidos por prevenir atentados terroristas contra su país, a volver a Cuba. Por detrás de la decisión de situar a Assata Shakur en la lista de terroristas más buscados están algunos congresistas cubanoamericanos que no están dispuestos a tolerar ninguna concesión frente a la Revolución. El bloqueo y las sanciones deben continuar, el castigo no puede ceder ni un milímetro, por cada concesión como la liberación de René González una agresión, ante la posibilidad del diálogo otra bala al corazón del pueblo cubano, “the carrot and the stick”. Ese gran palo del imperialismo norteamericano no sólo es para Cuba es también para Venezuela, para el gobierno de Nicolás Maduro y para cualquier otro gobierno o movimiento social que se atreva a desobedecer a los Estados Unidos. “Terrorista” no es una palabra ni un concepto, es un “código de guerra”, un arma arrojadiza que “autoriza” al imperio para matar y torturar con impunidad allí donde los intereses económicos y políticos de su oligarquía se vean amenazados.

Hacia dentro, la agresión contra Shakur es un intento de criminalizar el activismo político en general y las campañas contra la brutalidad policial y el encarcelamiento masivo de afroamericanos y latinos en particular. En los últimos meses se han intensificado las protestas contra los asesinatos impunes de afroamericanos como Trayvon Martin, Óscar Grant, Allan Blueford o Kimani Gray. Como muy bien explica Angela Davis, la decisión de redoblar la persecución contra Assata Shakur 40 años después es una vendetta diseñada para aterrorizar a los activistas y desincentivar la militancia política, puesto que “a principios del siglo XXI estamos todavía luchando por las mismas cuestiones: violencia policial, sanidad, educación, encarcelamiento” [2]. Además de estas causas el nuevo linchamiento mediático y legal contra Shakur se produce en un momento en el que las minorías latinas están luchando por una reforma migratoria que pare la deportación masiva de inmigrantes indocumentados. Esta reforma no amenaza de ninguna manera la estructura del sistema. De hecho, en su versión más conservadora, la que defiende el congresista cubanoamericano Marco Rubio, se trata simplemente de un nuevo “Programa Bracero” a cambio de la militarización total de la frontera. Pero aún así la criminalización de Shakur es un instrumento pedagógico de inestimable valor para las clases dominantes blancas, porque traza líneas rojas que no se pueden transgredir sin ser clasificado inmediatamente como “terrorista”. En su carta a Juan Pablo II Shakur escribe:

“En este momento creo que es importante dejar algo muy claro. He abogado y todavía abogo a favor de cambios revolucionarios en la estructura y los principios que gobiernan los Estados Unidos. Defiendo la autodeterminación de mi pueblo y de todos los pueblos oprimidos dentro de los Estados Unidos. Abogo por el final de la explotación capitalista, la abolición de las políticas racistas, la erradicación del sexismo y la eliminación de la represión política. Si esto es un crimen, soy totalmente culpable”

Podemos tener un presidente negro en la Casa Blanca –qué cruel ironía—u otras formas de excepcionalismo afroamericano, lo que de ninguna manera se puede tolerar es que una mujer negra cuestione la estructura misma de poder que sigue situando a las minorías étnicas y a las clases más desfavorecidas en una posición de marginalización abyecta. Se pueden tolerar ciertos cambios cosméticos contra el sexismo, la misoginia, el racismo, la homofobia y la explotación capitalista, pero si se cuestiona la armadura del poder, su legitimidad, el espectro del pasado esclavista resucita siniestramente y sitúa los cuerpos de color en una posición de peligro, vida desnuda que puede ser extinguida sin repercusiones legales.

Entre los múltiples frentes abiertos por la campaña de criminalización contra Shakur destacan los carteles en las autopistas de New Jersey pidiendo su búsqueda y captura. Estos carteles recuerdan las postales y anuncios contra los esclavos cimarrones de las plantaciones del sur: desplegar el cuerpo de la mujer esclava, pedir su captura y su linchamiento, transformar el terror racial en un espectáculo para consumo doméstico en las autopistas o en las mesas de té mientras la clase media vuelve apaciblemente a sus casas en los suburbios de New Jersey. Esta es la “justicia” y la “democracia” que ofrece Estados Unidos: pedir la captura viva o muerta de Assata Shakur, invitar otra vez a los mercenarios de la estirpe de Posada Carriles a ejecutar actos de terror en la Isla. Frente a esta “justicia” travestida y manchada de sangre, dejemos hablar al espíritu libre de Shakur, sus palabras no se pueden detener con cadenas ni grilletes, porque están animadas por aquella memorable frase del apóstol de la independencia cubana, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”:

“¿Es la tortura justicia? Me tuvieron aislada en una celda más de dos años, la mayoría del tiempo en prisiones para hombres, ¿es esto justicia? Amenazaron a mis abogados con la prisión y los encarcelaron, ¿es esto justicia? Me juzgó un jurado enteramente blanco que ni siquiera disimuló ser imparcial y me sentenciaron a vivir en la cárcel durante más de 33 años, ¿es esto justicia? Déjenme enfatizar que no es justicia para mí lo que estoy pidiendo. Es justicia para mi gente lo que está en juego. Cuando se le haga justicia a mi pueblo, estoy segura de que se me hará a mí también”

N.B. Esta crónica hubiera sido imposible sin la ayuda inestimable, el diálogo y la alegría militante de Dennis Childs, Fatima El-Tayeb, Rosi Escamilla, Anthony Kim y Niall Twohig.

[1] http://www.democracynow.org/2013/5/3/assata_shakur_in_her_own_words

todas las citas de Assata Shakur están traducidas de esta carta.

[2] http://www.democracynow.org/2013/5/3/angela_davis_and_assata_shakurs_lawyer

 


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