by editor | 2013-06-26 2:21 pm
La reciente celebración, en la ciudad sudafricana de Durban, de la quinta cumbre del grupo de países denominados BRICS ha inaugurado un nuevo escenario donde sus miembros han anunciado con claridad su intención de trabajar por un nuevo orden internacional. El encuentro tuvo por objetivo la discusión sobre el desarrollo y la industrialización, junto a la cita con los países del continente impulsada por la Unión Africana; no en vano, la conferencia se celebró bajo el lema de la “cooperación con África”. Estuvieron presentes el sudafricano Jacob Zuma, la brasileña Dilma Roussef; Vladímir Putin, el nuevo presidente chino, Xi Jinping, y el indio Manmohan Singh.
Muchas cosas han cambiado desde la primera cumbre (que se celebró en la ciudad rusa de Yekaterinburg, en 2009) de unos países que, si bien tienen grandes diferencias entre sí, comparten en lo esencial el rechazo al actual sistema financiero internacional, al predominio norteamericano en las instituciones surgidas en la postguerra mundial, y a unas relaciones económicas que fuerzan a utilizar el dólar estadounidense como moneda de pagos y de reserva internacional, y que, en fin, defienden el papel de la ONU como garante de la paz y árbitro de las disputas, frente a la política de fuerza que han llevado a cabo Washington y algunas naciones europeas como Gran Bretaña y Francia. En suma, los cinco países de Durban postulan un sistema multilateral que rompa con las inercias del pasado y sea más equilibrado entre viejas y nuevas potencias. Su creciente protagonismo, incluso, ha llevado a Egipto a solicitar su incorporación, aunque los BRICS no piensan en articular una organización convencional, una nueva estructura internacional añadida a las existentes, sino en impulsar acuerdos de desarrollo desde las diferencias entre los cinco países.
No faltan, pese a ello, las voces que califican a los países BRICS como “cómplices del neoliberalismo” que, supuestamente, refuerzan el poder norteamericano, y la construcción de infraestructuras que llevan a cabo en África es considerada el requisito imprescindible para una nueva “explotación neocolonial” de las riquezas mineras y de hidrocarburos, en una suerte de nueva Conferencia de Berlín (en referencia a la celebrada en la capital prusiana en 1885). Curiosamente, muchas de esas críticas expresadas desde la izquierda coinciden con las difundidas por los grandes medios de comunicación internacionales que amplifican el discurso de Washington y de Bruselas, sin que esa izquierda tenga en cuenta que la mayoría de los BRICS no apuesta, hoy, por un modelo económico alternativo al capitalismo, con la excepción de China, que mantiene su propio camino al socialismo. Eso explica la actuación de las empresas de esos países, que buscan el fortalecimiento de sus economías nacionales, y que, en general, actúan con criterios de rentabilidad. El papel de Putin es el de portavoz de la nueva burguesía rusa; Jacob Zuma es el valedor de la nueva identidad del Congreso Nacional Africano, una compleja aglomeración de fuerzas donde conviven la nueva burguesía negra enriquecida, como la que representa Cyril Ramaphosa, vicepresidente del CNA, y el alma de izquierdas de la lucha contra la segregación racial; la India del Partido del Congreso defiende también una visión neoliberal, escindida entre la vieja relación con Moscú, la atracción por el rápido desarrollo chino y la desconfianza histórica hacia Pekín, y los cantos de sirena de Washington; y el Brasil de Lula y Roussef (ésta, con orígenes guerrilleros) apuesta por el desarrollo nacional y la visión de Brasil como potencia regional con intereses mundiales, rasgo que le distancia y le enfrenta a Estados Unidos. China continúa defendiendo su condición de país socialista.
En Durban, China y Brasil suscribieron un acuerdo para la utilización de sus propias monedas en los intercambios comerciales, convenio que puede estimular una dinámica de relación económica con otros países, en detrimento del dólar norteamericano. China se ha convertido en el principal socio comercial de Brasil. La cumbre sudafricana acordó la creación de un banco para el desarrollo que dispondrá de un capital inicial de 50.000 millones de dólares, aunque su definitiva puesta en marcha se dejó al examen posterior, y la idea de crear un Fondo Anticrisis dotado de 100.000 millones de dólares se pospuso, en una muestra de las complejas relaciones entre los BRICS. El banco de desarrollo (una idea del gobierno hindú) impulsado por el foro de Durban pretende convertirse en una alternativa al Banco Mundial y al FMI, según indicó el ministro brasileño de Hacienda, Guido Mantega, y su objetivo sería el fomento de las infraestructuras. También fue abordada la creación de una agencia de calificación de riesgos que permita escapar al monopolio norteamericano en ese campo: aunque China dispone de la Dagong Global Credit Rating, son las tres agencias norteamericanas (Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch Rating) quienes controlan más del noventa por ciento de la actividad, con enormes repercusiones económicas y financieras.
Las posibilidades del grupo BRICS fueron subrayadas por Putin: dispone del cuarenta por ciento de la población mundial, de casi el treinta por ciento de la producción, y crece de forma notable, mientras los países del viejo G-7 permanecen estancados en la crisis. Además, aumenta la colaboración en iniciativas científicas, tecnológicas y de investigación y desarrollo del cosmos, proyectos médicos (India, por ejemplo, produce medicamentos baratos y de buena calidad), y el grupo ha decidido impulsar el crecimiento en África, la transferencia de tecnología, y la concesión de créditos al desarrollo. De igual forma, el creciente comercio entre los países miembros, utilizando sus monedas y no el dólar, contribuirá decisivamente al debilitamiento de la moneda norteamericana; sin olvidar, por ejemplo, que China puede contribuir de forma decisiva a la urgente construcción de las infraestructuras indias, una de las principales debilidades de la India.
Esos intereses comunes no deben hacer olvidar que el grupo BRICS está compuesto por países con sistemas muy diferentes y que tienen evidentes puntos débiles, por no hablar de notorias contradicciones. Sudáfrica, por ejemplo, votó en 2011 junto a Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU para autorizar los bombardeos de la OTAN sobre Libia. Pese a ello, la articulación de los BRICS y la apuesta conjunta por una nueva arquitectura política y económica mundial es una excelente noticia, y aunque Rusia, India, Brasil y Sudáfrica no discuten muchos de los aspectos de la globalización impuesta por Occidente, y mantienen dependencias económicas con los principales países capitalistas, mantienen una cierta autonomía financiera respecto del sistema mundial controlado por Washington, Londres y Bruselas. No es así para China, cuyo sistema financiero y bancario es enteramente público, y que ha sido capaz de construir una estructura industrial que está, sustancialmente, en manos del Estado. El sistema nacido en Bretton Woods recibe así la indicación de que su tiempo termina: tanto el Banco Mundial, como el Fondo Monetario Internacional, el papel del dólar, y la propia hegemonía de Estados Unidos y de Europa, son cuestionados de forma abierta.
La cita de los BRICS en África imponía la agenda de la reunión, porque los problemas africanos no admiten espera, y el interés de esas potencias emergentes en el continente negro abre nuevas posibilidades, aunque también muchos riesgos. La ronda de Doha no avanza en la solución a los problemas agrícolas, y, cincuenta años después de las independencias, las abundantes riquezas del continente no han servido para cambiar sustancialmente la pobreza africana, pese a mejores parciales y al retroceso del hambre. Pese a todo, en los últimos años, la tasa de crecimiento africana ha alcanzado el cinco por ciento, aunque el modesto punto de partida limita el desarrollo.
China, la principal potencia de las que se reunieron en Durban, tiene un protagonismo evidente en el futuro de África, y el primer viaje al exterior de Xi Jinping ha sido revelador: Rusia y África (Tanzania, Congo-Brazzaville y Sudáfrica). Además, la asociación estratégica entre Moscú y Pekín se ha consolidado: Andrey Denisov, viceministro ruso de Asuntos Exteriores, enfatizó que todas las fuerzas políticas rusas están de acuerdo en fortalecer la relación con China, lejos ya de las apocalípticas e interesadas profecías occidentales sobre una “invasión amarilla” en Siberia. Xi Jinping, que comienza su mandato, ha sido criticado en medios informativos internacionales y cancillerías occidentales por haber mostrado su pesar por la desaparición de la Unión Soviética, y por sus frecuentes citas de Mao.
Las relaciones africanas con Pekín se iniciaron en los años de Bandung, y, hoy, China se ha convertido en el principal socio comercial de África: en 2011, la cifra de intercambios alcanzó casi los 170.000 millones de dólares, con un crecimiento espectacular: se ha multiplicado casi por veinte en el plazo de la primera década del siglo XXI. En conjunto, Sudáfrica protagoniza casi la tercera parte de los flujos comerciales con Pekín. China está hoy presente en prácticamente todos los países africanos, aunque la envergadura de los proyectos y de las inversiones depende de muchos factores, y otorga créditos a bajo interés para el desarrollo económico; más de dos mil empresas chinas trabajan en infraestructuras, construcción, minería, energía. China es, desde 2009, el principal socio del continente africano, y no es una casualidad que la incorporación de Sudáfrica (la economía africana más dinámica) al BRICS fuera propuesta por Pekín. India y Brasil tienen también una significativa y creciente presencia en el continente negro: Brasil, por ejemplo, está explotando uno de los yacimientos de carbón más grandes del mundo (en Tete, Mozambique) a través de la multinacional carioca Vale, una de las compañías mineras más grandes del mundo, y las comunidades indias en África son un creciente estímulo para las empresas hindúes. Los intercambios económicos entre China y África son cada año mayores: en 2012, el comercio entre ambos llegó ya a los 200.000 millones de dólares, y el programa de créditos chinos a países africanos, previsto hasta 2015, supera los 20.000 millones de dólares.
África es un escenario de competencia sin cuartel entre las grandes potencias, lo que explica guerras y conflictos, aunque los intereses locales y el papel de caudillos, señores de la guerra y dictadores, juegan también un papel muy relevante. Así, la división del Sudán en dos países no se explica sin los intereses petroleros norteamericanos, y la situación en Nigeria y en Angola, grandes productores de petróleo, no es ajena a la actuación de las multinacionales occidentales. En ese marco, la política seguida por las potencias del BRICS, y, singularmente, por China, es la del pragmatismo y la no injerencia en los asuntos internos, en un complicado equilibrio, pese a que ello obliga a mantener relaciones con presidentes como Yoweri Museveni (protagonista de las rebeliones contra Idi Amin, junto a Nyerere, y contra Milton Obote), reelegido en elecciones fraudulentas, o con el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, dirigente de la independencia, implicado hoy en flagrantes casos de corrupción, sin olvidar que la Sudáfrica libre de Mandela, Mbeki y Zuma no ha acabado con la corrupción, las matanzas (como la que causó la muerte de treinta y cuatro mineros en la mina de platino de Marikana, en agosto de 2012) y la tortura.
Xi Jinping se reunió con Museveni, presidente de Uganda, así como con Armando Guebuza (dirigente del FRELIMO y presidente mozambiqueño), y con Hailemariam Desalegn, primer ministro etíope y actual presidente de la Unión Africana. Reforzar la cooperación china con Etiopía, Mozambique y Uganda estaba entre las previsiones del viaje del presidente chino. El primer ministro etíope enfatizó que su país confía en China para impulsar su desarrollo, y la cooperación china en Mozambique cuenta con importantes proyectos en infraestructuras, agricultura y energía. El presidente chino anunció que su país formará a treinta mil técnicos y profesionales africanos, y que esa educación irá acompañada de transferencias de tecnología. Durante la visita de Xi Jinping a Tanzania se firmaron acuerdos para la construcción de puertos, hospitales y centros culturales, y el presidente tanzano, Jakaya Kikwete, afirmó: “No dudamos de que China continuará trabajando con el pueblo africano”, al tiempo que calificaba a quienes critican la actuación china en África de estar anclados en los años de la guerra fría.
Tanzania desempeña un papel muy relevante en la estrategia china en África. En septiembre de 2011, el gobierno tanzano propuso a Pekín la construcción de un gasoducto de quinientos cuarenta kilómetros entre las ciudades de Mtwara y Dar es Salaam, a lo largo de la costa del océano Índico, proyecto que supone una inversión de más de mil doscientos millones de dólares sufragada con un crédito bancario chino. El acuerdo para el desarrollo firmado con Tanzania supone inversiones por valor de 10.000 millones de dólares, aunque las cancillerías occidentales filtraron a los medios de comunicación que el interés de Pekín radicaba en el futuro uso militar de un puerto tanzano. En realidad, la construcción del puerto de Bagamoyo, frente a la isla de Zanzíbar, es una iniciativa civil que pretende el desarrollo comercial. En todo el continente, China construye carreteras, centenares de kilómetros de vías férreas, puertos, colegios y hospitales, explota yacimientos, contribuye al desarrollo agrícola y forma a decenas de miles de nuevos técnicos de países africanos, además de enviar numerosas misiones médicas, dentro de un esquema de colaboración que contempla la búsqueda del mutuo beneficio, como recuerdan los responsables del gobierno chino.
Tras la cumbre del BRICS, Xi se reunió con Denis Sassou Nguesso, presidente congoleño, país que espera desarrollar su infraestructura ferroviaria y sus carreteras con ayuda china: Pekín se ha convertido también en el principal socio comercial del Congo-Brazzaville. Sassou Nguesso (un presidente de orígenes marxistas, y dirigente del Partido Congolés del Trabajo) descalificó las acusaciones occidentales sobre el supuesto “colonialismo” chino, afirmando que los africanos conocen perfectamente el colonialismo por su experiencia histórica. El presidente chino aseguró que su país continuará su colaboración con África, impulsando la paz y el desarrollo, y apostando por un mayor protagonismo del continente en las instituciones internacionales, frente a la marginación a que Occidente sometió a los africanos. Para ello, China cuenta con unas reservas que superan los 3’3 billones de dólares: más que el conjunto de Europa, y el nuevo presidente chino ha puesto de manifiesto que no apuesta por un mundo gobernado por un G-2, Washington y Pekín, como gustaría en la Casa Blanca.
Helen Clark, que fue presidenta del gobierno de Nueva Zelanda, y, hoy, es administradora del PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, mantiene que la cumbre de los BRICS es una oportunidad para África y, también, la muestra de los rápidos cambios en los equilibrios planetarios. Por su parte, Donald Kaberuka, un economista ruandés, presidente del Banco Africano de Desarrollo, ve en la colaboración de los BRICS una magnífica posibilidad de crecimiento para África, aunque Lamido Sanusi, gobernador del banco central nigeriano y hombre ligado a los intereses occidentales, criticaba (en un reciente artículo que publicó en marzo de 2013 en el Financial Times) la actitud de China: “China se lleva nuestras materias primas y nos vende los productos manufacturados. Esta fue también la esencia del colonialismo”. Pese a ello, Sanusi no deja de reconocer que China está creando importantes infraestructuras en África, y no defendía el fin de la relación africana con Pekín. Sin embargo, al criticar el supuesto “colonialismo” chino, Sanusi ignoraba deliberadamente las diferencias de actitud entre el colonialismo occidental y la actuación de Pekín en África: China no dispone de un solo soldado en el continente, no ha incorporado ningún territorio como colonia, y, además, compra las materias primas y los productos africanos, frente al histórico expolio occidental, y se ha convertido en el país del mundo que más créditos concede a los países en desarrollo, sin exigencias económicas y políticas como las que imponen el Banco Mundial, el FMI o Estados Unidos. En contraposición, no hay que olvidar que Occidente invadió África, se apoderó de países enteros, los convirtió en colonias sujetas al poder de la metrópoli, y robó durante décadas las materias primas del continente e impuso formas de conducta regidas por la corrupción y el soborno, por no hablar de que la intervención militar continúa, y que Estados Unidos ha forzado en los últimos años a más de una decena de países africanos (desde Egipto, Marruecos y Argelia, a Kenia, Gambia, Somalia y Sudáfrica) a colaborar con su programa de cárceles secretas y de secuestros extrajudiciales en nombre de la política “antiterrorista”. Las diferencias entre Washington y Pekín son evidentes.
El consenso de Washington ha muerto, aunque su cadáver siga apestando las instituciones internacionales con su fanatismo de mercado y su énfasis en la desregulación y el ataque a los derechos cívicos y a las conquistas sociales de los trabajadores. Frente a ello, el nuevo consenso de Pekín se revela atractivo para buena parte del mundo en desarrollo, y singularmente para África, con sus ideas sobre la planificación centralizada y un rápido desarrollo que si bien tiene inevitables hipotecas del pasado, apuesta por unas nuevas relaciones internacionales, por otro sistema financiero, y por un modelo de conducta que renuncie a la fuerza y a las intervenciones militares. La vieja y dolida reflexión de Julius Nyerere (“No necesitamos ayuda de Occidente. Basta con que levante su bota de nuestro cuerpo”) ilustra todavía la forma en que África busca el futuro, desconfiando de las viejas potencias coloniales y de Washington, y ayudándose con mapas chinos.
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