Las potencias occidentales avalan el golpe militar en Egipto

by editor | 2013-07-10 2:58 pm

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Aducen que el islam es incompatible con la modernidad y la democracia

Napoleón a finales del siglo XVIII desembarcó con una flota de 400 navíos y 50.000 soldados en Alejandría con el propósito de apoderarse de Egipto y cerrarle a los ingleses la ruta hacia la India. En sus delirios de grandeza quería emular a Alejandro Magno e inscribir su nombre en letras doradas en los anales de la historia. En la Batalla de las Pirámides las tropas francesas, aprovechando su superioridad militar, derrotaron a los briosos guerreros Mamelucos al servicio del imperio Otomano. De esta manera comienza la aventura colonial europea en Oriente Medio que perdura hasta nuestros días.

Las élites, las familias de la alta sociedad o la aristocracia aceptaron sin dilaciones el protectorado de Gran Bretaña, colaboraron con los invasores y se repartieron equitativamente las ganancias comerciales producto de la explotación de las materias primas y el manejo del canal de Suez.

En 1922 la corona británica decide otorgarle la independencia a Egipto que de inmediato se trasforma en una monarquía constitucional. Se corona al rey a Fuad I con el propósito de mantener sus privilegios y proteger los intereses de las compañías extranjeras. En 1936 lo sucedió su hijo el rey Faruk I que muy pronto se reveló como un déspota amante del lujo y el derroche. El soberano, a pesar de la miseria en que padecía su pueblo, se destacó por su glotonería y un insaciable apetito sexual que lo hizo acreedor de la mayor colección privada de pornografía del mundo.

En 1952 un golpe militar encabezado por los oficiales Naguib y Gamal Abdel Nasser lo derroca y envía al exilio. Abdel Nasser se afianza en el poder y bajo su mandato Egipto se adhiere al bloque soviético instituyendo el socialismo como la única vía al desarrollo. A pesar de sufrir las humillantes derrotas de los años 1956 y 1967 contra los israelíes Abdel Nasser se convertirá en el adalid del panarabismo, el eterno héroe laureado. Su heredero Anwar El-Saddat sucumbe también en la guerra del Yom Kippur 1973 y ante la imposibilidad de vencer a los sionistas decide firmar el tratado de paz de Camp David. Egipto entonces se convierte en la principal base del imperialismo norteamericano en la zona. ElSaddat es acusado de alta traición y caerá asesinado en 1979 a manos de militares pertenecientes a los Hermanos Musulmanes. Lo reemplazó su vicepresidente Mubarak que se dedicó a implementar políticas neoliberales y privatizadoras cuyos grandes beneficiarios fueron los inversores capitalistas. Hasta que en enero del 2011 se produce la intifada libertaria que derriba al tirano e inicia un proceso democratizador que culminará con la elección en junio de 2012 de Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes como primer presidente civil del país. (documental “la voz del pueblo es la voz de Allah. Intifada egipcia” http://youtu.be/1mtD7v0FoHQ).

Necesariamente tenemos que hacer esta reseña cronológica para comprender mejor cuales son los antecedentes históricos que han condenado a Egipto a la postración y el retraso. De los casi 100 millones de habitantes que tiene el país más de la mitad sobrevive con menos de dos dólares diarios. Los militares se han reservado el derecho a tutelar las instituciones y la sociedad civil tiene obligatoriamente que acatar sus órdenes pues el que carga las armas es quien manda.

En el inconsciente colectivo del pueblo egipcio se ha inoculado el virus de la baja autoestima y ese complejo de inferioridad propio de las sociedades coloniales donde se consideran a los nativos incapaces de regirse por si mismos. “De ahí que precisen de una autoridad suprema que los dome a latigazos”. Por ejemplo, en las películas egipcias se presenta al musulmán como un personaje de grandes bigotes, rostro perverso vestido con chilaba, fez o turbante, que encarna el mal, mientras que el bueno es un actor de corte occidental bien trajeado y de modales exquisitos. Las clases altas son racistas, odian a su pueblo, odian a sus ancestros, odian lo que representa el islam al que califican de “doctrina medieval incompatible con la civilización y el progreso” .

La laicidad y secularismo son conceptos exclusivos de las clases medias ilustradas; los intelectuales, profesores y estudiantes pro-occidentales que hablan un inglés fluido, dominan la tecnología y son capaces de amplificar sus demandas a través de los medios de comunicación de masas. Pero Egipto no es el Cairo o Alejandría, Egipto es el país musulmán más importante de la Umma, habitado en su mayoría por trabajadores, obreros, campesinos; gente pobre y humilde de tendencia ultra conservadora y sumidos en la más absoluta ignorancia.

El centralismo cairota es una de las lacras más infames. Los capitalinos controlan el ámbito político, cultural, económico o empresarial. O sea, todo el poder se concentra en sus manos. Los cairotas son odiados por los pobladores del alto Egipto, son odiados por los beduinos del Sinaí, por los Nubios de Assuan, por las tribus del desierto por que los han despojado de sus tierras y su patrimonio condenádolos a la esclavitud. Esas castas de burgueses y terratenientes en alianza con las fuerzas armadas, que es la mayor empresa de Egipto pues controla sectores como el petróleo, el cemento, la industria textil, el turismo, el sistema educativo o el sanitario, son los nuevos faraones a los que hay que reverenciar. Desde luego que se repite la misma historia de los que aconteció en Argelia en 1989 cuando el FIS (Frente Islámico de Salvación) ganó las primeras elecciones libres obteniendo el 54% de los votos. Dos años más tarde en las legislativas consiguió 188 escaños en la Asamblea, es decir, la mayoría absoluta. Lo que llevó a los generales del FLN a suspender el proceso electoral y detener a sus dirigentes aduciendo que “eran un peligro para la democracia”. Los países occidentales, con Francia a la cabeza, estuvieron de acuerdo con tal medida pues las fuerzas islamistas representaban “una amenaza a la paz y la libertad del mundo civilizado”. Este golpe militar causó una sangrienta guerra civil que dejó más de 200.000 muertos.

Los expertos occidentales afirman que el islam político es incompatible con la modernidad, que el islam es un obstáculo para el progreso y es enemigo de la democracia. Por el contrario el judaísmo o el catolicismo son religiones de principios “éticos y universales”. El terrorismo sionista es positivo pues se justifica en defensa de la paz y la libertad de nuestra civilización. Tampoco hay ningún inconveniente en aceptar el catolicismo político al que pertenecen gran cantidad de partidos europeos o norteamericanos. En España el núcleo del PP en el gobierno, lo componen miembros del Opus Dei, una secta cristiana de inspiración fascista, en Italia o Francia o Alemania los partidos de derecha o ultraderecha también tienen un honda raíz cristiana.

Occidente le exige a los islamistas que se moderen, que respeten el estado de derecho, la libertad de expresión y la independencia de las instituciones. En todo caso los ciudadanos les han otorgado su voto de confianza pero de manera deliberada se les ha criminalizado. Por ahora ningún gobierno occidental ha condenado el golpe militar, aquellos que pregonan la defensa de los derechos humanos y la voluntad popular guardan un silencio cómplice. Nadie se ha preocupado por la suerte de Mohamed Morsi, presidente constitucional y legítimo, ni la de su gabinete arrestados en el cuartel de la Guardia Republicana.

Se acusa a Mohamed Mursi de mezclar política y religión, de no haber podido resolver la crisis económica, el creciente desempleo, el alza de precios de los artículos de primera necesidad y del petróleo. Además se ha recrudecido la criminalidad y las bandas delincuenciales conformadas por los antiguos miembros del servicio secreto de Mubarak capean a sus anchas. Los miembros del antiguo régimen, sus viejos camaradas, la cúpula del estado, la administración, los jueces y los mafia institucional siguen conspirando. Se argumenta que los Hermanos Musulmanes pretenden imponer las leyes de la sharia y resucitar el califato islámico en un claro apoyo al terrorismo fundamentalista.
El Comandante en Jefe del Ejército y Ministro de Defensa Abdel Fatah al Sisi, hombre de confianza de Morsi, ha sido el protagonista del golpe de estado. No podía ser otro más que un pupilo de Mubarak y de Tantawi pues también se ha declarado “salvador y protector de Egipto”. “El presidente Mursi ha sido depuesto por no responder a las crecientes manifestaciones de descontento ciudadano que amenazaban la seguridad nacional”.

Se pretende que en apenas un año se saque a flote un país que ha sufrido el latrocinio y el expolio durante siglos. El gobierno de Mohamed Mursi ha sido boicoteado desde un principio por los partidos de oposición entre los que hay que resaltar los cristianos coptos, el movimiento 26 de Enero, los nostálgicos del antiguo régimen de Mubarak, los nasseristas de izquierda, el Doustur, o la corriente Popular (el Nour de los salafistas, se ha desmarcado tras la matanza cometida por la Guardia Republicana en la víspera del ramadán). Desde hace meses que vienen preparando el golpe cívico-militar unificados en torno al Frente 30 de Julio o Tamarrud. EE.UU y la Unión Europea estaban al tanto del mismo y dieron luz verde al nombramiento del abogado Adli Mansur como Presidente de facto y al premio Nobel de la paz El Baradein (un completo desconocido para el común de los egipcios) de vicepresidente. Tan ilustres personalidades, sabios de reconocido prestigio que gozan con el respaldo de occidente serán los encargados de dirigir la transición política.

Es increíble que un premio nobel de la Paz sea el instigador de asonadas y matanzas más propias de un bárbaro criminal.
Egipto se ha quedado sin constitución, sin parlamento, sin judiciatura ni presidente. La contrarevolución ha triunfado. Ahora los golpistas prometen que van a convocar elecciones libres en el menor espacio de tiempo. Lo más seguro es que los Hermanos Musulmanes vuelvan a ganarlas a no ser que los ilegalicen. En Egipto nos guste o no nos guste el islamismo es la fuerza mayoritaria y no respetar el resultado de las urnas es una demencial provocación que puede desencadenar una pavorosa guerra civil de impredecibles consecuencias.

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