Lucha de clases y resistencia en la era del capitalismo extractivo

by editor | 2013-08-30 6:41 pm

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Introducción

La lucha de clases es esencial para enmarcar cuestiones de régimen político, relaciones de clase, estructuras y estrategias económicas y distribución de la riqueza.

La lucha de clases posee un carácter internacionalista, especialmente en esta era de globalización imperialista; las corporaciones multinacionales, las organizaciones financieras internacionales y los estados imperiales intervienen directa o indirectamente, a través de estados colaboracionistas o testaferros, en la “lucha de clases entre los trabajadores y el capital”. Esto es particularmente evidente en América Latina con el auge del capitalismo extractivo: las gigantescas corporaciones agro-mineras tienen un papel principal en la elaboración de políticas económicas, que van en detrimento de los trabajadores, de las comunidades y de los pueblos indígenas.

Las clases en lucha varían según la época y el lugar, dependiendo de condiciones socio-económicas y políticas, organización, trayectoria histórica, distribución del ingreso y sitios de explotación económica y despojo.

La naturaleza de las luchas y las demandas conflictivas entre trabajadores y capital varía en términos de alcance, intensidad, ubicación geográfica e intereses de clase. El rango de temas abarca desde demandas sectoriales específicas sobre salario y condiciones de trabajo hasta luchas más amplias que abarcan tanto políticas públicas sobre presupuesto, decisiones de inversión y derechos de propiedad como cuestiones de despojo, contaminación y los impactos destructivos en las comunidades locales.

En las luchas de clases participan dos rivales principales. La lucha de la clase dominante, “desde arriba”, en la que varios sectores capitalistas usan su poder social, control económico y penetración estatal para maximizar las ganancias inmediatas y futuras, para monopolizar las asignaciones del presupuesto estatal, para limitar la parte del ingreso destinado a los trabajadores y para despojar y desplazar a pequeños productores y habitantes locales de las regiones ricas en recursos. La lucha de la clase popular, “desde abajo”, involucra a una panoplia de clases abarcando a desempleados y a obreros de la industria, gremios públicos y empleados asalariados del sector privado, campesinos sin tierra, pequeños productores y comunidades indígenas. Sus demandas cubren un amplio rango que va desde una mayor participación en el ingreso nacional, la recuperación de tierras y recursos usurpados por el estado para las corporaciones agro-mineras, hasta un cambio sistémico en derechos de propiedad y relaciones de clase.

Uno de los determinantes clave del alcance y la profundidad de la lucha de clases es el “momento del ciclo económico” -el punto en el cual un modelo económico particular está en una fase ascendente o ya ha extenuado sus posibilidades y ha ingresado en su declinación y crisis. Por ejemplo, en años recientes presenciamos el auge del neoliberalismo, entre mediados de los 70s y fines de los 90s, un periodo en el que el capital estuvo en la ofensiva, librando una guerra de clases y revirtiendo los avances de los obreros y campesinos, privatizando la economía y saqueando el tesoro público. A fines de la década del 90 y principios del siglo XXI, el neoliberalismo entró en crisis, se intensificó la lucha de clases desde abajo, abarcando desde los movimientos de trabajadores desocupados de Argentina, a los movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador que causaron la caída de varios regímenes y el surgimiento de gobiernos post neoliberales.

De igual manera, la declinación del mega-ciclo (boom de una década de las economías exportadoras de commodities) que comenzó en 2012-2013, está siendo acompañada por un auge de movimientos urbanos de masas que protestan contra las políticas de los regímenes post neoliberales en Brasil, Perú y Argentina.

Los cambios en las configuraciones económicas de América Latina, especialmente en la expansión de los sectores agro-mineros, financieros y comerciales y la caída del sector manufacturero han tenido un profundo impacto en la forma de la estructura de clase, la organización de los sindicatos y el conflicto de clase. La afiliación a los sindicatos ha sufrido una caída estrepitosa. En Brasil, los afiliados a los sindicatos decrecieron de un 32,1% a principios de la década del 90 (previo a la elección del neoliberal Cardoso en 1994) al 17% a mediados de los 90 en la presidencia de Lula (2005). En Argentina, entre 1986 y 2005, la cantidad de afiliados a los sindicatos bajó del 48,7% al 25,4%. En México, los afiliados disminuyeron del 14% al 10% entre 1985 y 2005. Chile es la excepción: comenzó con un índice bajo del 11.6% en 1986 y aumentó al 16% en 2005. Además, la caída de la cantidad de afiliados a los sindicatos ha estado acompañada por la disminución de la cantidad de obreros industriales, especialmente en las industrias de bienes de consumo que requieren mano de obra intensiva, afectadas negativamente por importaciones de textiles, zapatos, juguetes y otros productos de bajo costo desde Asia -como parte del intercambio entre exportadores agro-mineros e importadores de manufacturas.

El debilitamiento de los sindicatos va a la par con la disminución de la influencia política en las políticas estatales y un giro hacia la reducción de los salarios y empeoramiento de las condiciones de trabajo. A raíz de ello, hay menos huelgas y estas se enfocan en reivindicaciones de índole inmediata.

Los movimientos sociales masivos ocuparon el espacio social y político de la lucha de clases que había sido dejado vacante por los obreros industriales. En el campo, el movimiento anteriormente liderado por campesinos, indígenas y los trabajadores sin tierra durante la era neoliberal fue reemplazado por las luchas urbanas lideradas por trabajadores de servicios de bajos ingresos y empleados de clase media baja en el periodo post neoliberal “tardío”. Esto fue puesto en evidencia por las luchas urbanas masivas en las que participaron millones de personas en Brasil en mayo-junio de 2013.

El cambio en las luchas económicas y sociales condujo a transformaciones fundamentales en la ubicación de las luchas de clases y en las demandas socio-económicas.

Antes de la década del 90, las principales huelgas, protestas y otras actividades de clase eran organizadas en el sitio de trabajo por trabajadores empleados y afiliados a sindicatos. Durante la década del 90 el eje de la lucha se trasladó a las calles, el campo y los barrios mientras que la lucha de clases era impulsada por trabajadores rurales sin tierra, obreros desocupados y la clase media en descenso. En la primera década y media del 2000, la ubicación de la lucha de clases se focalizó en las comunidades indígenas y de las provincias aledañas a la explotación corporativa agro-minera. Las luchas se centraron en la resistencia al despojo, a la erradicación y a la destrucción del hábitat. En los movimientos urbanos de masa de las principales ciudades brasileñas confluyeron personas de la clase media baja, trabajadores informales y estudiantes. Estos se organizaron en las calles: el centro de organización y confrontación se ubica en los barrios y comunidades. El blanco de ataque es el estado post neoliberal. El poder de convocatoria de los sindicatos ha disminuido en un ratio de 20 a 1. Dos millones de trabajadores participaron en marchas de protesta contra la corrupción masiva, la asignación injusta de los recursos presupuestarios y la caída de los estándares de vida y la calidad de servicios básicos de salud, educación y transporte.

La nueva lucha de clases está conformada básicamente por la joven generación de trabajadores no sindicalizados, muchos de los cuales son trabajadores del sector informal y trabajadores de servicios con salarios bajos, alto nivel de dependencia de los servicios públicos y sin protección social del estado.

La fisonomía compleja y cambiante de la “lucha de clases desde abajo” se corresponde con la continuidad y los cambios de la “lucha de clases desde arriba”.

Las clases dominantes han cambiado de postura: pasaron de tener una posición de fuerza bruta -vía dictaduras militares y regímenes ultra-autoritarios al lanzar la contrarrevolución neoliberal a principios de la década del 70 y mediados del 80- hacia una postura de apoyo a la transición negociada a políticas electorales como un medio de consolidar el modelo e implementar rápidamente la agenda neoliberal en la década del 90.

Frente a las revueltas populares contra el neoliberalismo de fines de la década del 90, la élite agro-minera apoyó a los regímenes post neoliberales de centro-izquierda y se aseguró un lugar de privilegio en el nuevo modelo, aceptando el aumento de impuestos y los pagos de royalties a cambio de vastos subsidios estatales y apropiaciones de tierra a gran escala.

Con la caída del mega-boom (después de 2012) diferentes sectores de la clase dominante adoptaron distintas estrategias: algunos, sobretodo los sectores agro-mineros de Brasil, presionaron por un regreso al neoliberalismo dentro de los regímenes de centro-izquierda; otros, especialmente la unión agro-industrial de Argentina, organizaron “protestas masivas” para deteriorar al gobierno post neoliberal y la inversión inmobiliaria y el capital financiero internacional trasladaron capital hacia sitios más lucrativos en otras regiones.

Mientras que la lucha de clases en sus múltiples expresiones es una fuerza “constante” y en movimiento que determina estrategias económicas y la dirección de la política social, la forma organizativa que adquiere ha cambiado drásticamente en la última mitad del siglo. Incluso lo que aparenta ser una organización similar (“movimientos”, “sindicatos” y “movilizaciones basadas en la comunidad”) posee grandes variantes en su composición interna y en su modo de operar. Para aumentar la complejidad, las organizaciones cambian con el tiempo tanto en sus estructuras como en sus relaciones con el estado, según la tendencia política del gobierno en el poder.

Vamos a examinar algunos ejemplos:

En la década del 70, los sindicatos de Chile, Argentina, Perú y Uruguay estaban altamente politizados, tenían un papel principal en la movilización y en la unión con partidos y movimientos barriales promoviendo la socialización de la economía y la resistencia a las dictaduras militares. Así mismo, durante las últimas fases de las dictaduras militares en Brasil y Perú, los sindicatos militantes participaron en huelgas masivas para acelerar el advenimiento de políticas democráticas electorales. Posteriormente, con el surgimiento de los regímenes post neoliberales, la mayoría de los sindicatos participaron en negociaciones colectivas tripartitas sobre estrechas demandas corporativas, eludiendo cualquier lucha enraizada en la comunidad sobre cuestiones sociales y, en muchos casos, respaldando las políticas gubernamentales mediante sus líderes cooptados. En otras palabras, los sindicatos han tenido en diferentes épocas tanto el papel de “vanguardias sociales” y aliados de los movimientos de masa, como de mediadores del compromiso social o el de colaboradores activos y correa de transmisión del estado. El mismo concepto organizativo de sindicato abarca respuestas contradictorias a las demandas de la lucha de clases. Lo mismo sucede con los “movimientos sociales”. Desde el comienzo de los regímenes neoliberales, y durante su accionar catastrófico los movimientos sociales tuvieron un papel de liderazgo cuestionándolos y derrocándolos ante la crisis económica. Los movimientos abarcaron un amplio abanico, desde los trabajadores urbanos desempleados organizados localmente en Argentina a los movimientos indígenas comunitarios de Ecuador y Bolivia, y a los movimientos de trabajadores rurales centralizados de Brasil. Con el surgimiento de los regímenes post neoliberales y el auge del mega-ciclo, los movimientos de desocupados (piqueteros) prácticamente desaparecieron en Argentina, sectores importantes del movimiento indígena, especialmente los cocaleros de Bolivia perdieron su autonomía y pasaron a apoyar políticamente al gobierno de Evo Morales, y el movimiento MST (Movimiento de los trabajadores rurales sin tierra) disminuyó su actividad de recuperación de la tierra en pos de los subsidios económicos de los regímenes de Lula y Dilma en Brasil.

Lo que es impactante en relación al concepto de “movimientos sociales” es que cuando disminuye la lucha de clases llevada a cabo por movimientos anteriores, establecidos y/o cooptados, movimientos nuevos y vibrantes irrumpen en la escena. En Bolivia el movimiento TIPNIS lidera la lucha contra las estrategias extractivas del gobierno de Morales. En Brasil, los movimientos de masas conformados por millones de personas desafiaron las políticas, prioridades y a los políticos corruptos del gobierno de Lula-Dilma. Movimientos eco-indígenas sobrepasaron a los sindicatos y los movimientos sociales cooptados en Ecuador, Argentina, Paraguay y Perú… Nuevas organizaciones de clase y organizaciones civiles dinámicas y enraizadas en la comunidad participan en confrontaciones masivas contra las multinacionales mineras extractivas y el estado en Colombia, Perú, Ecuador y otros países.

La dinámica del capital extractivo, con sus políticas extremas de erradicación, desplazamiento y desposesión de comunidades enteras, genera alianzas interclasistas y abarcadoras que desafían el poder y las prerrogativas del estado para dictar políticas de desarrollo, al menos en relación con la explotación regional de los recursos. Con la caída del mega-ciclo extractivo y la disminución de la demanda de commodities y de sus precios, mientras el crecimiento de China, India y el resto de Asia se desacelera, regresan los signos de una lucha de clases nueva, amplia, nacional (en oposición a regional). La élite debate estrategias de clase. Los sectores del capital extractivo demandan intensificar la producción para compensar la baja de precios; otros se aseguran recortes en impuestos y costos sociales; otros, en los regímenes post neoliberales hacen llamados a un “nuevo modelo de desarrollo” frente a la movilización de las masas (Lula Da Silva en Brasil). Los gobiernos post neoliberales, temerosos de la fuga de capitales, son presionados para hacer mayores concesiones impositivas a los capitalistas, por un lado, y por el otro, sienten temor ante los movimientos urbanos masivos que exigen mejoras efectivas en los servicios públicos y el empleo; vacilan entre las concesiones sociales y la represión policial.

Dado el alto grado de dependencia inscripto dentro del modelo extractivo, cortar las conexiones gubernamentales con el comercio de commodities, y construir un nuevo modelo equilibrado requerirá de un compromiso más profundo y amplio con las clases populares y un retorno a la lucha de clases desde abajo.

Estudios de caso de la lucha de clases desde arriba y desde abajo

La lucha de clases ha sido claramente internacionalizada. La intervención imperial es una parte central de la lucha de clases desde arriba y es endémica, ya sea mediante corporaciones multinacionales, inversión y desinversión, los golpes de estado promovidos por el imperio y las políticas desestabilizadoras o las invasiones militares -directas o a través de terceros países. La lucha de clases antiimperialista desde abajo es menos prominente, pero se manifiesta en la ayuda internacional y las políticas solidarias promovidas desde Venezuela con el ALBA, reuniones internacionales de estrategia campesina, de pueblos indígenas y movimientos de solidaridad. Sin embargo, lo fundamental de la lucha de clases contra la explotación halla su expresión en los movimientos de los oprimidos y los desposeídos, quienes solo pueden contar en última instancia con los recursos de sus propias bases -a diferencia de las clases dominantes, que dependen de sus aliados imperiales estratégicos.

Traducido para Rebelión por Silvia Arana

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