by editor | 14th August 2013 10:00 pm
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Egipto, el país árabe más importante de África, verdadero puente entre el Magreb y Oriente Medio, entró ayer en el peor escenario de los posibles; ningún analista era capaz de aventurar lo que va a ocurrir a partir de ahora.
Teóricamente bajo estado de emergencia y toque de queda por la noche, en la práctica este extenso país, con más de 80 millones de habitantes, vive un clima previo a la guerra civil entre dos bandos radicalizados, que ahora han quedado separados por un abismo de sangre que hace imposible la reconciliación. Incluso las cifras oficiales acercan la cifra de muertos a 300 personas, fundamentalmente seguidores de los Hermanos Musulmanes, elevándose la de heridos a varios millares.
Lo peor de todo es que ambas partes mantienen sus posiciones: el Ejército imponiendo a la fuerza el orden y los islamistas desafiándolo con nuevas convocatorias de manifestaciones populares por todo el país, ignorando flagrantemente el estado de emergencia.
Como suele ocurrir en procesos semejantes, la gran víctima en la radicalización de un país son las
Entre estos últimos destaca la postura de Al Baradei, que, de forma inmediata, presentó su dimisión como viceprimer ministro. El Premio Nobel de la Paz había advertido que, si en el desalojo de las dos acampadas mantenidas por los partidarios del destituido presidente Mursi se registraba un número considerable de muertes, abandonaría el Gobierno.
Precisamente, Al Baradei fue uno de los pocos políticos que se ha atrevido a aventurar las consecuencias que en el futuro próximo puede tener esta luctuosa jornada. Desplazadas de la escena política las fuerzas que rechazan tanto la hegemonía islamista como la escalada represiva, en su opinión los que más se pueden beneficiar de esta radicalización extrema son los grupos partidarios de la violencia, “los terroristas”, dijo expresamente en una clara alusión a las organizaciones yihadistas cercanas a Al Qaeda.
Estos grupos siempre han estado presentes en Egipto, tomando como blancos preferentes el turismo y la comunidad copta. En muchos actos públicos sus banderas y símbolos aparecen junto a los de la Hermandad. El hecho de que en las manifestaciones del miércoles fueran atacadas decenas de iglesias, escuelas y centros culturales cristianos revela que también van a aprovechar esta ocasión para aumentar su protagonismo.
No cabe duda de que en estos momentos cientos de jóvenes islamistas se han lanzado a los brazos del yihadismo para responder con la violencia a la violencia de una forma de gobernar cada vez más parecida a la que sufrían los egipcios con Hosni Mubarak.
La última prueba de que Egipto se encamina a un sistema contrario a los objetivos de la revolución de Tahrir ha sido el nombramiento de los nuevos gobernadores provinciales. De los 18 designados en vísperas de la sangrienta operación policial, 11 son antiguos mandos militares y dos ex generales de la Policía. Desde las distintas fuerzas que participaron en la campaña contra Mohamed Mursi se ha criticado estos nombramientos destacando que la mayor parte de ellos jamás se alinearon con los objetivos democráticos de la revolución.
La cada vez más fuerte idea de que se está restaurando un régimen autoritario y el convencimiento de que ha fracasado la “vía democrática” de los Hermanos Musulmanes crea, objetivamente, el caldo de cultivo para que los grupos yihadistas intensifiquen sus actividades en Egipto, igual que lo están haciendo en distintos países del Magreb y de Oriente Medio.
Los conflictos de Mali y de Siria, por poner un ejemplo de cada una de esas zonas, han demostrado la capacidad de Al Qaeda para aprovechar las crisis internas e irrumpir en países donde su presencia era muy débil. La situación creada en Egipto le brinda otra gran oportunidad que, seguramente, no dejará pasar de largo, sobre todo si con ello logra dar continuidad geográfica a la lucha que desarrolla en toda la cuenca árabe del Mediterráneo.
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