by editor | 2013-09-09 1:54 pm
La información ha germinado en sociedades del conocimiento, definidas por la Unesco como “redes que propician necesariamente una mejor toma de conciencia de los problemas mundiales”. Pero la perversión de este concepto es el núcleo duro de formación de un proceso dinámico de monitoreo del flujo y reflujo de una fisura sistemática no sólo económica sino de inteligencia: el 20% que saquea el 80% de los recursos de la tierra también ha diseñado una visión paralela y virtual de dominio.
Las 300 personas con mayor riqueza, en un mundo en recesión, han aumentado en 60% sus ganancias y sus caudales equivalen al dinero que deberían tener 3.000 millones de personas. Jason Hickel, en una conferencia en la Escuela de Economía de Londres, estimó que sólo los 200 millonarios lograron hacerse con 2.7 billones mientras 3.500 millones con todo lo que poseen apenas llegarían a 2.2 billones. Esta desigualdad genera mucha presión y obliga a ese pequeño grupo a mantener la manipulación extrema por sus canales de comunicación, que forman parte de sus alianzas grupales.
En 1970 el número de empresas multinacionales era de 37.000. Hacia 2003 ya existían 63.000 multinacionales con 820.000 subsidiarias. En 2013, ese número ha crecido sin medida, pero sólo 147 concentran la imposición de políticas de mercadeo, y no es extraño que dos tercios sean bancos y grupos financieros de comportamiento oligopólico. Entre las 100 economías del mundo, el 53% lo acaparan las corporaciones. Eso sí, la contaminación y la explotación humana lo sufre el Tercer Mundo que es víctima de instituciones extractivas no incluyentes.
En el año 2013, la revista Forbes elaboró una lista con las compañías más poderosas del mundo y calculó que producían 38 billones de dólares en rentas, 2.43 billones en beneficios declaradas, 159 billones en acciones y 39 billones en el mercado de valores, empleando a más de 87 millones de personas en el planeta. De las 500 corporaciones de la lista Forbes se conoce que producen el 65,7 % de ventas totales en comparación con otras 2000 corporaciones rivales y obtienen el 74,5 % de beneficios. Brecha cognitiva, abismo económico, latifundismo comunicativo y donde hay confrontación la corrupción ha servido para debilitar cualquier falla.
El campo de acción del nuevo espionaje es prácticamente ilimitado porque todos los agentes y analistas de inteligencia están de acuerdo al admitir que la guerra más importante que se libra no se desarrolla en Kabul, Chechenia o en Bagdad sino en el ciberespacio. La ciber-guerra llegó para quedarse y no hay escrúpulos de ningún tipo para desmantelar esta estructura sino, por el contrario, se afianzan los viejos vicios del poder y los secretos ya no se queman sino que pasan a la prohibición del anatema político e ideológico: los documentos prohibidos para el pueblo que sólo una élite maneja a su antojo aprovechando sus investiduras y su representatividad alquilada por el patrocinio de los accionistas de las grandes corporaciones del planeta que han aprendido que sale más barato infiltrar operadores de seguridad en las entrañas del poder que adiestrarlos.
Baste dos ejemplos híbridos. Max Kelly, quien era el gerente de protección de confidencialidad de Facebook que pasó, en un total mutismo, a formar parte en 2010 de la Agencia de Seguridad Nacional. Dos años más tarde, Mark Zuckerberg, principal socio de Facebook tocaba la campana de apertura de la bolsa electrónica Nasdaq en Wall Street y desde entonces han crecido las sospechas de la participación de penetración de agentes en las cuentas de esa polémica red social. Como contrapartida Zuckerberg es uno de los 20 hombres con mayor fortuna y su empresa pasó de ser una inocente red universitaria a tener un valor superior a los 104.000 millones de dólares. El otro caso es Howard Schmidt, adalid de seguridad en Microsoft, reclutado por Obama para el cargo de asesor nacional de ciber-seguridad que tuvo hasta mayo de 2012.
La Información, la data, es la base del poder. Si nos atenemos a la rigurosa investigación de David Ropkopft en su libro El club de los elegidos, se ha conformado en el siglo XXI una superclase integrada por 6.000 personas que tienen prerrogativas inconcebibles: esta pandilla que maneja los secretos a su antojo estaría integrada por jefes de estado, líderes religiosos, militares, empresarios, emprendedores innovativos y científicos.
Para el 1% de las familias más ricas, en 1970 la renta creció 9% y en 2007 llegó a 24%, en 2013 ni la crisis ha golpeado a este grupo que se mantuvo en 41%. Mientras peor está el mundo, más ganan. La riqueza estimada del mundo es de 195.000 billones de dólares donde el 20% de la población posee el 80% de esas fortunas; apenas el 80% del restante de los habitantes tiene acceso al 30% de esa riqueza mediada por la distribución corrompida de los delegados de las élites.
Todo se justifica este reino implosivo que ha restablecido EEUU para dejar a un lado su combate al terrorismo desempolvando la antigua ambición de control que ha definido a la humanidad desde la prehistoria hace 150.000 años cuando se emigró del sur de África. Control de familias, control de grupos, control de pueblos, control de civilizaciones, control cultural, control religioso, control financiero, control total.
El Imperio Romano rigió, durante un milenio, territorios que abarcaban 7 millones de km2. Los Césares y senadores debían viajar meses para someter y destruir una ciudad como Cartago, con datos que pasaban la mayor parte de boca en boca.
Hoy EEUU puede hacer lo mismo a casi la velocidad de luz y preparar la intervención de cualquier país que interfiera con los negocios de sus corporaciones en cuestión de 10 minutos y preparar una intervención devastadora en apenas unos días como la que se programa contra Siria para ocultar las denuncias del espionaje y las prácticas corruptas del sector militar, industrial y político. Nunca antes en la historia un proyecto de tal envergadura había sido una amenaza tan enorme como la que está en marcha en estos momentos y se cierne sobre una comunidad cuya rebeldía aumenta del mismo modo como crecen las mentiras justificadas. De ahí la urgencia de las acciones de EEUU por mejorar los instrumentos de detección y hacer el mapa de resistencias vigentes.
Fernando Báez es autor de Las maravillas perdidas del mundo (Oceano, 2013)
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