by editor | 28th November 2013 2:22 pm
¿Cómo es que el PRI logró recuperar la presidencia?¿Cómo fue posible que el mismo partido que fue echado con júbilo de Los Pinos en el 2000 para inaugurar una celebrada alternancia -inclusive descrita como transición democrática por semejanza con lo ocurrido en el cono sur tras las dictaduras militares- volviera victorioso tras un relativamente corto periodo de tiempo?¿Cómo entender el triunfo del desacreditado partido que gobernara a México durante 71 años ininterrumpidos, descrito como la dictadura perfecta[1] y la representación paradigmática de los peores males de la política latinoamericana al menos desde la presidencia de Miguel Alemán?
Este artículo polemiza algunos elementos que pueden ser considerados a la hora de dar respuesta a los interrogantes mencionados:
1. La cuota de responsabilidad de los gobiernos del PAN
En la victoria electoral del Partido de Acción Nacional en el 2000, influyó de forma determinante el desgaste acumulado del PRI, más que su mérito propio y en especial el de su candidato y luego presidente Vicente Fox.
“El demagogo talentoso, el populista amenazador, el profeta de la felicidad instantánea tuvo que hacerse cargo de su triunfo… el resultado no podía ser más desalentador… La alternancia fue la primera aportación de Fox a la maduración política de México. La segunda fue el desencanto”[2]. Este retrato del sexenio foxista de algún modo, alivió el descrédito del PRI.
Por su parte, Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), en un intento por cancelar la discusión sobre las denuncias de fraude en su elección, lanzó en una entrevista de televisión aquella frase que se convertiría en un lastre para su gobierno: “haiga sido como haiga sido”[3]. Calderón Hinojosa no pudo evitar arrastrar hasta el final de su mandato con la condición de ilegitimidad que generó las dudas de su elección y que dicha frase antes que esquivar, reforzó.
El cuestionamiento a su legitimidad y los controvertidos resultados de su gestión facilitaron el regreso del PRI: empantanado en una política de seguridad errática que disparó los niveles de violencia cobrando la vida a cerca de 50 mil mexicanos[4] y con unas fuerzas militares y de policía gravemente comprometidas en violaciones a los derechos humanos. Con resultados económicos y sociales igualmente discretos: durante el sexenio de Calderón el ingreso de los hogares mexicanos se redujo 12.75 % de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2012, difundida por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, y entre el 2008 y 2012, la pobreza se incrementó en poco más de 3.7 millones de personas[5]. Los indicadores macroeconómicos no tuvieron un mejor desempeño, por ejemplo, el crecimiento promedio del PIB fue de 2.3 %, inferior al promedio mundial (3.6) y latinoamericano (4.1)[6].
Estos resultados hicieron de la era Fox-Calderón, una con más pena que gloria, que resumida en la confesión del “haiga sido como haiga sido”, representó una decepción con la “transición” que en buena medida capitalizó el PRI.
2. Los rezagos de la cultura política
Ciertos rasgos hacen parte de la cultura política en América Latina como permisividad con la corrupción, uso y abuso de prácticas clientelistas y flexibilidad moral, entre otras, son rezagos de los que México no escapa. “El que no tranza, no avanza” es un popular refrán mexicano que legitima estos rasgos y que ayudaron a impermeabilizar una campaña presidencial caracterizada por ir al límite de las consideraciones éticas y legales, aunque vale decir que de esta cultura política gusta la inmensa mayoría de los actores políticos de la región y de México, incluidos representantes del PAN y el PRD.
En el caso Monex[7] se gestó una sofisticada operación de supuesta triangulación de dineros para financiar la campaña priista superando los topes establecidos o el caso de las tarjetas Soriana, denunciada como una operación de compra de votos con el programa de fidelización de los reconocidos supermercados, fueron dos hechos que colocaron bajo sospecha el retorno del PRI a la residencia oficial de Los Pinos y que enturbian su gobierno a pesar del respaldo del IFE en estos temas.
Sumado a lo anterior, el fantasma del fraude electoral nuevamente se hizo presente como tantas otras veces. Aunque, como coinciden muchos analistas[8], la utilización de la burda técnica de registrar votos no existentes o llenar de boletas la urna no son ahora el principal elemento del modus operandi. De hecho, hoy en América Latina sería más preciso hablar de la manipulación de los procesos electorales donde sólo uno de sus elementos, y quizá ya no el más determinante, sea el fraude en las urnas. Esta manipulación se configura en una serie de hechos que, sumados, modifican el resultado final: inmensas cantidades de dinero que desplazan la lógica política democrática del centro de la escena, pactos de élites con poderes empresariales y cacicazgos regionales y locales, sofisticadas operaciones para saltarse la ley sin infringirla y el papel determinante de los medios de comunicación en estas democracias televisivas, entre otros.
3. El papel de los medios de comunicación, del corporativo Televisa y de las empresas encuestadoras
Enrique Peña Nieto no sólo era el candidato del PRI, sino que abiertamente lo fue de los grandes medios de comunicación masiva, especialmente del corporativo liderado por Emilio Azcárraga que pusieron a su disposición todo su poder y experiencia.
La alianza PRI-Televisa posicionó al candidato cuya campaña fue un claro éxito telegénico y quien garantizaba los intereses de la televisora que habían estado a buen resguardo en los gobiernos panistas. Una lucrativa y estrecha relación entre Peña Nieto y Televisa venía consolidándose desde su periodo como gobernador mexiquense (2005-2011)[9], esta relación fue uno de los detonantes que generó el movimiento juvenil “Yo Soy 132” que denunció la candidatura de Peña como la imposición.
Por su parte, las encuestadoras jugaron un papel perverso, su mensaje casi que unificado fue que Peña Nieto era invencible dada una ventaja promedio de entre 16 y 18 puntos porcentuales[10]. Al final la diferencia que reportó el IFE fue de seis puntos con respecto al candidato de la coalición Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, muy lejos del relato encuestador. Diferencia que era de 2.9 % cuando se contabilizó el 20 % y que rondó el 4 % en la mayor parte del escrutinio. Ese “margen de error” de las encuestas no fue un error técnico sino la decisión política de cohonestar con la imposición.
4. El PRI que nunca perdió el poder aunque perdió la presidencia
La realidad política comprobó que en el 2000 el PRI perdió el gobierno pero no perdió el poder, conservando gran parte de la inmensa porción que ya controlaba. Su derrota parlamentaria de 1997 y presidencial en el 2000, no tuvo como consecuencia el desmantelamiento de sus estructuras que, aunque menguadas, siguieron funcionando. El PRI nunca perdió el poder regional y local donde siguió siendo clara mayoría. Antes de la elección del primero de julio, aún existían diez estados, de los 32 que existen, en los que el PRI gobierna desde 1929 sucesivamente (entre ellos el de México y Veracruz que son los dos estados con mayor potencial electoral). Además, al menos otros diez estados están siendo gobernados por el PRI actualmente.
Este control funcionó como un gran músculo financiero y de maquinaria política para trasladar votos hacia la candidatura de Peña Nieto. El nutrido y poderoso grupo de gobernadores priistas constituyeron una base fundamental en la estrategia política y financiera de la campaña.
Adicionalmente, el PRI conservó el decisivo respaldo del sindicalismo corporativo que, manejados por gamonales enriquecidos, siguen mayoritariamente constituyendo buena parte de las bases del viejo partido, que además incorporó a varios de ellos en sus listas parlamentarias. Por ejemplo, a Carlos Romero Deschamps que completa más de 20 años al frente del sindicato petrolero y al que tiempo que ha sido senador o diputado por el PRI desde 1979.
Estos son algunos elementos que deben tenerse en cuenta entre las explicaciones posibles sobre por qué volvió el PRI, un partido cuya dirigencia representa, a pesar de su nutrida base popular, los intereses monopólicos de las oligarquías financieras nacionales y transnacionales, que garantiza los intereses norteamericanos en México (también el PAN), representa los intereses corporativos de los gremios de la patronal, de la corporación mediática y del sindicalismo corrupto y poderoso del SNTE y de PEMEX entre otros, asegura la estabilidad y privilegios de una clase política descaradamente rica y descompuesta[11] y porque también, y hay que decirlo, tiene una clientela inmensa a la que nunca descuidó y en la que se cuenta mucha gente humilde que dice recordar que el PRI robaba pero algo repartía.
De cualquier modo, el ahijado político de Carlos Salinas de Gortari y favorecido del grupo Atlacomulco[12], ya completa un año como presidente de México y lo celebra precisamente, y con apoyo de la dirigencia sindical, con el proyecto de privatizar la renta petrolera y enajenar a la inversión privada parte de PEMEX, el símbolo por excelencia de la otrora Revolución mexicana.
Fuente: Palabras Al Margen.[1]
NOTAS:
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