España, entropía e independentismo

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Este desgobierno ha tenido que leer La doctrina del shock, de Naomi Klein, porque si no, no se entiende esta avalancha de medidas represivas, regresivas y reaccionarias, que nos tienen absolutamente perplejos intentado encajar esta mano de hostias. ¿Era el fantasma del capitalismo lo que recorría Europa, o el de la democracia?

Breve repaso. Artículo 135 o “de cómo uncir a la población al yugo de la deuda”. De esta forma, el artículo 1.2 quedaría como sigue: “La soberanía nacional reside en los acreedores financieros, de los que emanan, en última instancia, las políticas del Estado”. Devaluación interna vía salarios directos e indirectos (sanidad, educación, servicios sociales); desmontaje del Estado del Bienestar y venta por piezas y al peso del patrimonio público. Estado punitivo y criminalización de la protesta; privatización de la seguridad pública y creación de “mesnadas” privadas. Pobreza alimentaria y energética: qué experiencia la de tener un cuerpo, tener hambre y frío; caridad y tele-maratones para los pobres. Emigración forzosa del trabajo cualificado y desempleo masivo. Que suenen las trompetas, ahí va la profecía: abaratar la cesta de la compra para abaratar el precio del trabajo, ergo intoxicación alimentaria masiva en pocos años. Ley del aborto y control nacionalcatólico del cuerpo de la mujer (“fuera vuestros rosarios de nuestros ovarios”). Ley Wert y reformas que avanzan en la privatización de la sanidad (y de la sangre: de la democracia a la hemocracia: del lema “un hombre, un voto”, a “una bolsa de plasma, un bocadillo”). Debilitamiento de las instituciones urbanas y municipales en favor de una recentralización de las competencias (eso sí, racional y sostenible, imprescindibles edulcorantes de toda medida indigerible). Terriblemente, etcétera.

El brazo político de esta reacción es un liberalismo de coña que no se basa en que las instituciones estatales no intervengan en la economía, sino en que no intervengan en beneficio de los sectores populares. Por el contrario, es cada vez más obvio el constante intervencionismo neoliberal: una gigantesca, evidente y nada sutil mano invisible que no hace más que succionar rentas del trabajo y patrimonio público hacia la clase capitalista, con la necesaria connivencia de amplios sectores de vividores de la política, becarios de la industria energética y la banca. Mecanismos de redistribución de la riqueza: redes clientelares, concepción patrimonial del estado, capitalismo de Boletín Oficial y corrupción. Capitalismo mamandurrio, que diría aquella. Marca España desde el siglo XIX. ¿Quién quiere formar parte de este proyecto? ¿Quién no querría la independencia?

Los estados se ven efectivamente amenazados por un poder disolvente: ese poder de separación, de abstracción, ejecutado desde los centros de decisiones del capitalismo mundial para una mayor competitividad entre sistemas urbanos; ese poder atractor del capital que desgaja territorios, no solo naciones de Estados, sino territorios dentro de naciones, ciudades de su entorno rural, fragmentos de ciudad de otros fragmentos, aislándolas de la vida urbana, de su valor de uso por la ciudadanía, para flotar insularizadas en “las heladas aguas del cálculo egoísta” (economías de archipiélago en mercados globales), cuando no convertidas en islas de excepcionalidad jurídica (cómo habrá apretado las tuercas el amigo americano para que los proxenetas de la soberanía nacional, los puteros de la dignidad del pueblo, le hayan dicho, suponemos que trémulamente, “no”). “Náufragos de la competitividad” (J. M. Naredo), no se nos ofrece otro proyecto que el de solicitar, pordioseros de la corte castellana o pidolaires de la “lumpenoligarquía” catalana, inversiones a los grandes grupos financieros (megaeventos, megachorradas que atraigan el ahorro internacional, produciendo espectáculos cutres a los que se les ven las costuras); inversiones, aunque le den la vuelta al territorio como a un calcetín, aunque nos conviertan en súbditos, en vasallos de los condottieri de las finanzas. Las ciudades (es solo una forma de hablar, más manejable que “archipiélagos urbanizados” o engendros lingüísticos de este tipo para intentar aprehender esa otra-cosa-que-la-ciudad) buscan posicionarse en los primeros lugares del mercado internacional de inversiones, despojadas de sus capacidades agrarias e industriales, únicamente como atractoras de capital inmobiliario y turístico. En buena medida, es esta estrategia de fragmentación y competitividad entre ciudades lo que promueve la simplificación del medio físico, la polarización, la segregación social y la implosión de los estados. El independentismo de izquierdas vendría más bien a ser la forma política legítima de desactivar estos mecanismos y reconstruir las instituciones capaces de proteger a la sociedad y al territorio de la perversa utopía de un mercado autorregulado (Polanyi y las ficciones del trabajo, la tierra y el dinero como mercancías; Marx y el socavamiento de las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el ser humano).

Las principales amenazas contra la soberanía, contra la integridad de los territorios, no vienen ni de manifestaciones que pretenden rescatarla de su secuestro por oscuras instituciones financieras, ni de movimientos independentistas, sino, digámoslo así, de un juego entrópico entre el sistema capitalista y una estatalidad que para reunir los fragmentos sociales y espaciales que aquel hace estallar, ha de recurrir a un cada vez mayor esfuerzo material, energético y monetario para conservar una mínima cohesión en el mantenimiento de funciones administrativas y represivas: infraestructuras de transporte y comunicación de flujos y signos, gestión y control, funciones policiales y militares… Administrar el caos tiene unos costes altísimos. El capitalismo parece haber abandonado totalmente su elemento “creativo”, para mostrarse únicamente en la faceta de la destrucción, en la producción negativa y la generación de efectos exteriores que amenazan, dicho brevemente, con mandarlo todo a la mierda.

Por lo que hace al Estado español, en este contexto, ¿cuántas constelaciones de elementos económicos, sociales y políticos flotan en la probable descomposición de las instituciones surgidas en el 78 y qué fuerzas serán capaces de ordenarlos? ¿En qué figuras? ¿Bajo qué proyectos supranacionales? Cualquier iniciativa política que pretenda domeñar el curso de las cosas bajo el lema “independencia y socialismo” debería ser apoyada por todas las fuerzas de izquierda, me parece. En otros momentos, ante amenazas autoritarias o de intervención militar (frase ejemplarmente española del tipo: “esto lo arreglo yo en 24 horas”), el movimiento obrero podía amenazar blandiendo la posibilidad de la huelga general indefinida como arma de lucha y solidaridad internacionalista. ¿Y en estos?


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