Biopólitica y bioética: un encuentro fecundo

by editor | 2014-03-13 11:27 am

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Reseña de “El trasfondo biopolítico de la bioética”

Esta publicación me parece muy interesante. Me lo parece porque el horizonte de la biopolítica, abierto por Michel Foucault en algunos de sus últimos seminarios, es un campo de estudio fundamental para entender críticamente el mundo en que vivimos. Campo que en nuestro país, por cierto, ha sido poco trabajado. Anna Quintanas, profesora de la Universidad de Girona, es una de las excepciones, junto a otros filósofos como Francisco Vázquez García o Francisco Javier Ugarte, entre otros. El libro que coordina reúne diferentes estudios sobre el tema, de un interés desigual pero que en conjunto nos dan en conjunto una obra muy válida. Recogen un ciclo de seminarios, de carácter internacional, organizados por la coordinadora del libro en la Facultat de Lletres de la Universidad de Girona.

El título es algo retórico porque la mayoría de artículos son o de biopolítica o de bioética. El artículo de Anna Quintanas, que sintetiza muy bien la línea que abre Foucault y que tiene hoy como mejor representante a Nikolas Rose, es el que relaciona de una manera precisa la bioética, la biopolítica y el neoliberalismo. De hecho una de las mayores virtudes del libro es que nos permite la lectura de un potente artículo de Nikolas Rose. Este profesor de Sociología ( y Director del Departamento de Ciencias Sociales, Salud y Medicina del King´s College de Londres ) es uno de los que han analizado de una manera más lúcida y con mayor base empírica la relación entre la biopolítica y el neoliberalismo. Me parece que es la más consistente y fecunda línea de elaboración de la biopolítica. Mucho más que la abierta por filósofos más mediáticos y de culto, como Giorgio Aganbem y Roberto Expósito, de los que más tarde hablaré. De Rose se han traducido pocos textos en castellano. Por una parte dos artículos muy interesantes que aparecieron en la revista de crítica de la cultura Archipiélago, hace años desaparecida. Por otra la traducción por parte de la Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires del mejor libros de Rose, “Políticas de la vida”, no se ha distribuido en España. Y el único artículo que trata de Rose con seriedad es el Francisco Vázquez García “Empresarios de nosotros mismos” ( que está en su libro Tras laautoestima). El libro que nos ocupa es una oportunidad excelente para conocer a Rose.

La primera parte se titula precisamente “Las políticas de la vida del siglo XXI”. Rose define muy bien la herencia de Foucault : el trabajo de campo en filosofía. Se trata de extraer de las prácticas humanas concretas los conceptos que conllevan. Como dijo Foucault en una ocasión, la ciencia hace visible lo invisible y la filosofía hace visible lo visible. No se trata de buscar lo oculto tras las ideologías sino de explicitar lo que hay de implícito en estas prácticas. Se trata de analizar más específicamente la biomedicina, que implica toda una serie de supuestos e implicaciones. La primera es la creencia que la medicina debe basarse exclusivamente en la biología. La segunda es hacer a los ciudadanos responsables de su propia salud. La tercera es es que la medicina se ha convertido en uno de los grandes negocios del capitalismo actual. La cuarta es que la medicina ya no es un poder que descansa en el médico sino que se somete a un gran aparato de control y de regulación. Todo ello implica una transformación radical de lo que entendemos por vitalidad., cuya base es lo molecular. Hay igualmente una idea de optimización de la vida. Pero también supone la idea de que todos estamos potencialmente enfermos. Finalmente una idea de la ciudadanía basada en un concepto activo de nuestra biología. Somos cuerpos, pero no cuerpos programados sino con capacidad de auto programación, es decir de autoprogramación, basado sobre todo en la plasticidad neuronal. Las preguntas kantianas ¿ que puedo saber ? ¿ que debo hacer ? ¿ que puedo esperar se remiten hoy a la neurociencia. Surge una ética somática vinculada al biocapital. Esto nos conduce a la segunda parte del artículo: “Las neurociencias y sus implicaciones sociales”. El siglo XXI será seguramente el neurosiglo. Las consecuencias serán importantes. Dejamos de lado la hegemonía del discurso psicológico-terapéutico ( del que nos hablaba la socióloga) Eva Illouz. Ahora nos es la psique sino el cerebro el concepto clave. Las neurociencias son el proyecto interdisciplinar para conocer el cerebro. Posteriormente se convierte en tecnología y a partir de ella en capital mental. Es el capital almacenado en la salud. Los remedios no pasan por las terapias sino por los psicofármacos.

El otro artículo imprescindible del libro es el de Dominique Memmi, Directora de Investigación del Centre Nacional Scientifique y una brillante investigadora de biopolítica contemporánea. El texto es tan interesante como innovador. Empieza por una operativa definición de biopolítica : “Es la administración en la vida pública de la relación de cada uno con la reproducción, la enfermedad y la salud, la vida y la muerte”. La biopolítica es reglamentación y como tal se basa en la eliminación de lo singular. Aunque aparentemente se dirga los individuos. La autora considera que no hay que definir la biopolítica como liberal, no hay una relación directa entre ambas nociones. La biopolítica ordinaria se basa en la hegemonía de la psicología, como disciplina y profesión, y en el saber neurálgico que de ella deriva y su institucionalización. Dominique Memmi analiza los gobiernos de la conducta que derivan del biopoder en Francia a partir de los años 70. En primer lugar un gobierno por la palabra, laico, en la que se pretende que un sujeto idealizado sea capaz de decidir sobre cuestiones referidas a su vida y su muerte. Siempre en diálogo con el sanitario, que le orienta. Después aparece la bioética como gobierno de los valores, en incesante apelación a las normas dictadas por las comisiones de expertos en bioética. Más tarde hay una bioética que vuelve a estar delegada a los pacientes y a los profesionales. Hay una reapropiación del propio cuerpo por el sujeto. A partir de los años 90 empieza lo que denomina el gobierno de la carne. Se intenta materializar incluso la pérdida. Mostrar, por ejemplo, los cuerpos de los bebés muertos. Hay en todo este proceso una biopolítica de la institución como gobierno indirecto de la vida cotidiana frente a la vida y la muerte donde se va retirando progresivamente la intervención directa del Estado en las decisiones. Las instituciones son maternales, no autoritarias. Hay un análisis muy sugerente en este artículo, que presupone un rigor empírico y una lucidez teórica a considerar. Autora que era para mí, he de reconocerlo, una desconocida.

Los artículos de Nikolás Rosa y de Dominique Memmi, junto al artículo más introductorio y global de la propia Anna Quintanas, bien merecen la lectura del libro. El resto, más prescindible. Por un lado tenemos una derivación mucho más especulativa de la biopolítica, la que representan Giorgio Aganbem y Roberto Expósito. El propio Expósito escribe un artículo sobre democracia y biopolítica. Hay algunas ideas sugerentes, aunque discutibles, como su análisis de la crisis de la democracia a partir del giro biopolítico que conduce a los ciudadanos, sujetos vacíos, al cuerpo vivo de los individuos y las poblaciones. Pero peca de excesos retóricos y su propuesta para remediar la enfermedad actual de la democrácia me parece sencillamente incomprensible a nivel práctico. De Aganbem no hay ningún artículo pero sí uno, el de Robert T. Valgenti, que reflexiona sobre su Homo sacer. Pero el artículo resulta tan retórico y poco claro como lo que critica. El artículo de Terricabras, “Por una bioética como proyecto global” me parece que responde más a la exigencia de publicarle algo como director del proyecto que no a que tenga algo que decir realmente interesante sobre la biopolítica. Más bien me parece que no responde en absoluto a la línea de investigación abierta por Foucault y continuada por gente como Rose. El artículo de Joan Canimas intenta recuperar la propuesta de resistencia política de Foucault pero en una linea que me resulta demasiado edificante, por decirlo así. Falta la tensión interna de Foucault.

Otros artículos hablan de bioética en un sentido más convencional, sin tener nada que ver con la biopolítica. Son los de Antoni Defez y Carla Carrera, sobre las problemáticas del suicidio y la eutanasia. Los artículos, de todas maneras, abordan el tema con un rigor crítico importante.

El libro es, en definitiva, un intento muy positivo, que en alguna de sus partes realiza de manera impecable, de relacionar la bioética con una concepción fecunda de la biopolítica.

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