Un ex-presidente encarcelado y algunas lecciones que aprender

by JM Arrugaeta, Global Rights | 9th April 2018 10:24 am

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EL MUNDO EN LA MIRILLA

Tras una larga lucha judicial el ex-Presidente de Brasil Luís Ignacio Lula da Silva ha sido condenado a 12 años de cárcel por supuesta corrupción. Esta misma semana el Tribunal Supremo de ese país decidió  en una cerrada votación, de 6 contra 5, rechazar la petición de habeas corpus para no ser encarcelado antes de agotar todas las apelaciones. Finalmente el envío a prisión del ex-Presidente significa, más allá de asuntos judiciales, un golpe político a la izquierda de este gigante sudamericano, pues Lula es candidato a las próximas elecciones presidenciales y goza, según todas las encuestas, de un amplia preferencia en la intención de voto. La cerrada decisión del máximo órgano judicial habla a las claras del trasfondo político de la condena y acusaciones que pesan sobre el ex-mandatario. La actual polarización política y social de Brasil tiene su origen en la previa destitución, por un argumento meramente administrativo, de la Presidenta electa Dilma Roussef, del mismo partido que Lula, llevada a cabo por un parlamento en el cual las dos terceras partes de sus integrantes estaban a su vez acusados de graves delitos de corrupción y cohecho. Un buen ejemplo es que el Presidente de la cámara que dirigió las sesiones en que Dilma fue cesada está actualmente condenado y en la cárcel.

El golpe blando constitucional, efectuado en primera instancia por el poder legislativo, y al parecer ratificado por el momento por una mínima mayoría del máximo órgano judicial, es un buen ejemplo de que la supuesta separación de poderes proclamada por las democracias occidentales, es solo eso un supuesto, y que los ocultos poderes económicos, políticos y externos mandan más que las decisiones de los ciudadanos votantes.

De mientras el vice-Presidente, y actual Presidente no electo pero legal, Michel Temer, un conservador estrechamente ligado a poderosos sectores económicos y mediáticos, nacionales e internacionales (acusado a su vez de graves y claros casos de corrupción pero protegido por su cargo) se dedica muy activamente a suprimir leyes y regulaciones de corte social y progresista, a endeudar las arcas públicas y a privatizar todo lo privatizable. Su aprobación popular según encuestas de empresas de la misma derecha apenas alcanza en estos momento el 6%, frente al apoyo a Lula del 40% de los potenciales votantes.

Las lecciones para los responsables y líderes de 10 años de Gobiernos de izquierda en la región parecen bastante claras, más allá de los evidentes avances en lo que se refiere a políticas sociales (educación, salud o redistribución de la riqueza), las alianzas con sectores de la derecha tienen un precio, y lo mismo vale en lo que se refiere a no llevar adelante transformaciones estructurales y de fondo como pueden ser la reforma agraria, la propiedad urbana, o cambios en los modelos de producción, propiedad y de información. Todo lo anterior desdibuja la identidad de los Gobiernos y fuerzas progresistas y de izquierda alejándolos de una parte de su respaldo social, sin importar lo populares que puedan ser sus lideres y sus perfiles mediáticos.

En el plano internacional y regional las consecuencias de los errores de la izquierda del subcontinente son igualmente graves: El desbalance a favor de las políticas imperialistas norteamericanas en la región y sus oligarquías aliadas, que buscan aplicar políticas neo-liberales duras con altos costos sociales. Además en el caso brasileño habría que añadir la desaparición en el práctica de los BRIC (de los cuales Brasil fue fundador) o importantes retrocesos en procesos de integración regional como UNASUR, MERCOSUR o la CELAC.

Más allá del encarcelamiento de Lula son los temas de fondo los que deben hacer reflexionar a las fuerzas política, sociales y a los cada vez más aislados Gobierno latinoamericanos de izquierda, que apuestan por cambios profundos y perdurables de sus sociedades y en favor de un nuevo mundo.

La batalla aun está en curso, que Lula pueda ser finalmente candidato sería una buena forma de medir no solo salud y capacidad de la izquierda sino también en que medida la sociedad percibe el evidente peligro de retroceder a los tiempos en que el neoliberalismo a ultranza arrasó América Latina.

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