Crimea, regalo de “Occidente” a Rusia
¿Qué creían los mediocres políticos que gobiernan Estados Unidos y la Unión Europea? ¿Que nada menos que Vladimir Vladimírovich Putin iba a aceptarles con los brazos cruzados el establecimiento por la fuerza de un gobierno enemigo en Kiev y, poco después, de los tanques de la OTAN en la frontera rusa?
Con su delirio de cercar a Rusia, Estados Unidos acaba de cosechar la irreversible reintegración a Moscú de la singularmente estratégica península de Crimea, en cuyo puerto de Sebastopol, está fondeada la poderosa flota rusa del Mar Negro, unica salida de sus buques al Mediterraneo.
Crimea fue parte del imperio zarista desde 1783 y permaneció en la Unión Soviética, su sucesora, hasta su disolución en 1991, pero cuenta con una población mayoritariamente rusohablante o rusa. Por alguna razón que desconozco, NIkita Krushev, siendo líder de la extinta URSS decidió que Crimea fuera transferida a la República Socialista Soviética de Ucrania en 1954, lo que a fin de cuentas la mantenía dentro de la soberanía del gran estado multinacional con capital en Moscú.
Además, no es fortuito que al disolverse la URSS y Crimea declararse independiente en un plebiscito, Kiev, para que ésta siguiera formando parte de Ucrania, tuvo que aceptarla como República Autónoma. Y el proceso político posterior a la disolución de la URSS en la península ha dejado muy claro que formar parte de Rusia constituye un caro anhelo de la mayoría de su población, confirmado de forma aplastante por los resultados del referendo del 16 de marzo en que con una concurrencia a las urnas de más de 83 por ciento, el 96.67 se manifestó a favor de formar parte de Rusia. Ello significa que fue también la opción de no pocas personas de origen ucraniano o tártaro. Sebastopol, que en la era soviética siempre estuvo directamente subordinada a Moscú votó en proporción semejante por recuperar su condición anterior de ciudad federal, como lo son Moscú o la antigua Leningrado.
Washinton y Bruselas, con su ya larga y grosera intervención en Ucrania desde la revolución naranja
(2004), los ríos de dinero enviados a sus agentes en ese país y ahora la revolución
de la plaza Maidán no le dejaron otra opción a Rusia que enviar tropas a Crimea si quería seguir siendo una potencia mundial.
El Euromaidán implicaba la virtual ocupación de Ucrania por Occidente
mediante la directa intervención de sus servicios especiales y de un pequeño pero muy bien entrenado ejército de neonazis ucranios declaradamente seguidores del colaboracionista Stepan Bandera. Estos ejercieron extrema violencia contra las fuerzas de seguridad y los bienes públicos y fueron apoyados por francotiradores que mataron por igual a policías y manifestantes, de lo que luego culparon al presidente Victor Yanukovich.
A todo ello se añadieron los llamados en plena plaza para derrocar al gobierno legítimo por aventureros políticos como la subsecretaria de Estado Victoria Nuland, el senador John MacCain, líder del Injerencista Instituto Nacional Republicano y de una infinidad de irresponsables y prepotentes cancilleres, ministros y legisladores de Alemania y otros países. El Euromaidán es otro de los golpesdébiles
gringos tan de moda contra los países que defienden altivamente su soberanía y su democracia –como la Venezuela bolivariana– o donde, como en Ucrania, por su vecindad e importancia estratégica para Rusia, Washington quiere hace tiempo un gobierno títere pese a que el timorato Yanukovich estaba lejos de ser su enemigo.
Rusia ha soportado que violando la promesa de George H. W. Bush a Mijail Gorbahov, Washington y Bruselas extiendan la OTAN hacia las fronteras rusas, organización a la que han ingresado 12 de los países de la antigua esfera de influencia de la Unión Soviética, incluyendo Polonia, Estonia, Lituania y Letonia. Ha visto cómo se despliegan bases aéreas y el escudo antimisiles de Estados Unidos en sus fronteras y la descarada captura por camarillas proyanquis mediante revoluciones
de colores de los gobiernos de varios de los estados de anterior espacio soviético. Pero en 2007 y luego en 2008, a raíz de la paliza con que los rusos respondieron a una provocación del ejército georgiano, Putin advirtió que la línea roja a esa expansión pasaba por Georgia y Ucrania.
A raíz del plebiscito en Ucrania el jefe del Kremlin dijo una frase lapidaria: nos dicen que estamos violando el derecho internacional. Qué bien que Occidente recuerda la ley internacional, más vale tarde que nunca
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