Gays, islamistas y la primavera árabe

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¿Qué haría un revolucionario?
Maya Mikdashi y R.M
Jadaliyya
Traducción para Rebelión de Loles Oliván
(English version of this article here)
El pasado mes de mayo el blog Una lesbiana en Damasco respondía a un alarmista artículo de primera plana en la BBC International sobre el futuro de los derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (LGBT) en el despertar de la primavera árabe. El quid de la respuesta de la blogger se centraba en las formas en que la retórica de los derechos de los gays se está utilizando para socavar las revoluciones de la región y con ello, las primeras posibilidades tangibles de democracia en Estados que han sufrido décadas de brutales regímenes autoritarios. En los últimos días, se ha extendido como un reguero de pólvora la noticia de que Amina Arraf, la blogger mencionada al principio de este artículo, es en realidad una invención. Arraf, quien se describe como lesbiana musulmana siria-estadounidense que vive en Damasco, saltó a la fama de manera meteórica en Occidente tras publicar una increíble historia titulada “Mi padre, el héroe”, en la que afirmaba que un discurso elocuente y firme de su padre avergonzó de tal modo a la policía secreta siria que no la detuvieron.
El mensaje tuvo escasa repercusión en el mundo árabe, donde muchos pensaron inmediatamente que se trataba de una historia inventada. Mientras tanto, Amina fue aclamada por nada menos que el Huffington Post como una “heroína de la revolución siria”. La combinación de su identidad sexual, su belleza, su impecable inglés, su “moderada” creencia musulmana y sus fantásticos (y muchas veces sexuales) mensajes autobiográficos resultaron ser una potente mezcla. Amina era una “heroína para los liberales occidentales”, como dijo un twittero. Algo sabroso con lo que podían identificarse, la perfecta criatura de poster medio blanca en una revolución morena. Si lo que capturaba la imaginación en Occidente eran las narraciones sobre su vida como lesbiana en Siria y sobre ser musulmán y homosexual, lo que atrajo la atención de los lectores del mundo árabe (y en particular la de los gays progresistas) eran sus abiertas y políticas polémicas, como los mensajes Gracias, pero no gracias a Obama y Pinkwashing Assad.

Una puede llegar a muchas conclusiones acerca de lo que significa realmente la historia de la secreta Amina, pero para nuestros propósitos lo que demuestra es la fractura creciente entre las preocupaciones vividas, muy reales, de las personas que viven en la región y el enfoque selectivo, sensacionalista de los medios de comunicación occidentales sobre asuntos en los que pueden verse reflejados, uno de los cuales es la vida de los “árabes gays” y de los “musulmanes gays”. Tras preocuparse por la “estabilidad” del mundo árabe e intentar caracterizar las revoluciones en Túnez y Egipto como inspiradas por el islamismo, los medios occidentales han dado un giro hasta cuestionar el destino de los homosexuales árabes bajo potenciales democracias árabes. Implícita en esta cuestión está la idea de que los homosexuales árabes han conseguido más con el autoritarismo árabe y que, si tuvieran que elegir, los homosexuales árabes preferirían estar bajo un régimen que les oprime políticamente pero que les “permite” un mínimo de libertad sexual en lugar de estar bajo un gobierno que les otorgue derechos políticos y pueda ser socialmente más conservador.

La “cuestión gay” se está convirtiendo en un tema cada vez más caliente en la cobertura mediática occidental sobre el mundo árabe. De hecho, a partir de la ola de asesinatos homosexuales en el Iraq ocupado por Estados Unidos, la situación de la sexualidad que no responde a la norma ha sido quizá envuelta en un discurso que pone de relieve la difícil situación de las “mujeres” en los países árabes o musulmanes, y el material ideológico y la movilización militar que tal discurso permite. El ya mencionado artículo de la CNN es uno entre varios dedicados a la cuestión de qué pasará con “los gays” después de las revoluciones, además de la avalancha de comentarios de muchas otras piezas que analizan lo que pueden significar las revoluciones. Un lector crítico podría preguntarse qué hay detrás de este interés por los gays, de dónde surge y a qué tipo de discursos y prácticas contribuye; qué supuestos asume tal debate en relación con las prácticas internacionales de la sexualidad y la política, y qué silencios implica sobre otras formas de opresión en su ansiedad por la situación de los árabes gays en las democracias árabes.

Cuando comentaristas, políticos y periodistas plantean cuestiones sobre los aspectos potencialmente peligrosos de un cambio de régimen en el mundo árabe, apuntan a la posibilidad de que se puedan formar gobiernos islamistas en Túnez, Egipto o Siria. Los temores de Estados Unidos y Europa hacia los islamistas no se deben en absoluto a que representen una amenaza a las libertades personales (basta con ver el registro de las libertades personales en Arabia Saudí, el más fuerte aliado árabe de Estados Unidos), sino a que las potencias occidentales temen cómo pudiera ser una política exterior de inspiración islamista. En pocas palabras, el temor se deriva de que los gobiernos islamistas podrían realinearse contra el bando de Estados Unidos e Israel, aunque, mirando de nuevo a Arabia Saudí, hay pocas evidencias que sugieran que el islamismo en sí contraría los objetivos de la política exterior estadounidense e israelí. De modo que los árabes homosexuales son sólo el último forraje utilizado para avivar las llamas de la islamofobia en el discurso político, en los medios de comunicación y entre la opinión pública.

La idea es que los gobiernos islamistas son intrínsecamente intolerantes respecto a la conducta sexual no normativa, y que esa intolerancia es inaceptable para la comunidad internacional hoy en día. Esta declaración, a su vez, se basa en varios supuestos: 1) los regímenes autoritarios laicos han sido los protectores de las mujeres y los gays en el mundo árabe, y 2) la comunidad internacional, a través del discurso de los derechos humanos, puede elegir las injusticias y politizarlas dentro del discurso liberal de la tolerancia. En el marco de los discursos parejos de “tolerancia” e “islamofobia” el tratamiento de un Estado hacia sus homosexuales y sus mujeres se utiliza como indicador de “atraso” o “civilización”. Como Wendy Brown nos recuerda, la utilización de los abusos contra los derechos humanos para justificar la guerra contra el terrorismo emplea esta lógica de violencia; que aquellos que son intolerantes no merecen ser tolerados [por quienes establecen el patrón y por quienes tienen la tarea de defenderlo cuando se adapta a ellos].

La homofobia dentro de Palestina, por ejemplo, que se presenta curiosamente como única y excepcional, se convierte en una justificación de por qué los palestinos son menos merecedores de justicia, de igualdad y de un Estado que los liberales, tolerantes y democráticos israelíes. Es significativo que sectores de población como los homosexuales, las mujeres y los cristianos estén siendo utilizados para promover el miedo de lo que surgirá después de Assad, por ejemplo. En parte, no debe sorprendernos: si la campaña pinkwashing nos ha enseñado algo, es que Israel, mediante la promoción de sí mismo como protector de los gays palestinos, disgrega exitosamente los derechos humanos del compromiso político y utiliza el capital ideológico de la “tolerancia” para promoverse a sí mismo como protector de la libertad en un mar de intolerancia, atraso y peligrosos árabes/palestinos. Una podría preguntarse, como le gusta decir a un activista palestino gay, ¿es que hay una puerta secreta en el muro del apartheid visible sólo para los palestinos que son gays? En el contexto de la primavera árabe esta separación de los derechos humanos y políticos cumple muchos de los mismos objetivos. Sitúa a los regímenes de Assad, Mubarak, o Ben Ali como preferibles en términos de derechos humanos y de las minorías frente a los gobiernos islámicos que puedan surgir. Y traduce los derechos políticos y la voluntad de todos los árabes, homosexuales y heterosexuales, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ciudadanos y no ciudadanos, cristianos, musulmanes y judíos, en una perspectiva de la que nosotros, laicos y liberales, deberíamos estar ya cansados.

Centrarse en los peligros que los islamistas suponen para las minorías y los derechos sexuales desalienta a la gente de hacer preguntas serias acerca de problemas estructurales que determinarán el resultado de estas sociedades post-revolucionarias. El artículo de la CNN que alerta sobre el futuro de los derechos de LGBT en el despertar de la primavera árabe parece decir: “En lugar de cuestionar el papel de los militares egipcios aliados de Estados Unidos, el renovado interés del FMI en Egipto, o la arquitectura de la opresión política aún vigente en Egipto, deberíamos preocuparnos por los locos de los musulmanes”. Con contadas excepciones, la respuesta de los activistas gays de la región y del extranjero en artículos como los de la CNN y AP, así como a través de internet en el caso de Twitter y Facebook ha sido la de reforzar los temores promulgados por Estados Unidos y la UE sobre “la amenaza islamista” sin ninguna comprensión real o de fondo de lo que realmente está teniendo lugar en el Túnez y el Egipto pos revolucionario. Declaraciones tales como “los gays pueden convertirse en los corderos del sacrificio de la primavera árabe” o difundir miedo ante una posible “toma islamista” no solo refuerzan el infantilismo y el racismo del discurso euro-estadounidense sobre los árabes y los musulmanes, sino que también revela un análisis simplista e ingenuo de la política y la evolución social que está teniendo lugar en la región.

Tras décadas de contar con un puñado de partidos políticos en Túnez (algunos de los cuales eran en realidad de apoyo a Ben Ali), el panorama político del país presenta en la actualidad 81. Siempre ha habido una fuerte cultura política laica en Túnez entre los liberales, los intelectuales y las élites, no muy diferente de la laicidad francesa. Sin embargo, se centra una gran preocupación en el partido islamista Nahda, modelado en el AKP de Turquía. ¿Quién ha peguntado realmente sobre las opiniones, posiciones y la base de apoyo de los otros 80 partidos políticos? Por supuesto, el partido Nahda es poderoso, pero también lo pueden ser las coaliciones de los partidos más liberales y laicos. No hay una clara hegemonía en el panorama político del país. A diferencia de Egipto, el consejo de transición de Túnez es civil y verdaderamente multipartidista, y reúne en la misma mesa a miembros del centro político, de la derecha, de la izquierda, de la izquierda radical y de los islamistas. Una coalición política creíble como esa no tiene precedentes en la historia de la región. Si este productivo compromiso entre laicos e islamistas en Túnez se rompe, se sumirá al país en un punto muerto polarizado. La historia nos dice que si se ponen a la defensiva, pueden emerger a la superficie los aspectos más radicales y conservadores del partido Nahda así como de los grupos salafíes más marginales. El temor reflejo hacia los islamistas, en parte impulsado por un laicismo islamófobo cada vez más intenso en la esfera local e internacional, pasa por alto las densas realidades de estos países. Ese reduccionismo, en medio de una transición histórica, estrecha peligrosamente los parámetros del debate.

En Egipto, son los militares financiados por Estados Unidos quienes están en el control del proceso por el cual se elaborará la constitución egipcia; sin tiempo y espacio adecuados para formar partidos políticos y reformar la ley electoral, el proceso en su forma actual otorga a los Hermanos Musulmanes una ventaja en tanto ente político más organizado y más antiguo. Son los militares quienes están restringiendo la libertad de expresión y de asociación. Son los militares quienes detienen a las personas, las tortura y las juzga en tribunales militares. En Egipto, son los militares y no la Hermandad Musulmana quienes están jugando la carta moral acusando a los manifestantes de sexo ilícito, de prostitución, de drogas. Son también los militares quienes han obligado a las manifestantes a someterse a pruebas de virginidad (lo que, quizá, se podría llamar violación médica). La Hermandad guarda un curioso silencio sobre estos abusos y se ha negado a unirse a las manifestaciones recientes de Tahrir en protesta por las violaciones cometidas impunemente por los militares egipcios. En todos los artículos periodísticos sobre el futuro de los gays en Egipto, ni uno solo ha aludido a la amenaza planteada por los militares, que ahora, parece cada vez más, que pueden llegar a un acuerdo (si no lo han alcanzado ya) con los Hermanos Musulmanes.

Ninguno se ha referido a las plataformas regresivas, homofóbicas y anti-feministas de otros partidos laicos, o a los llamamientos de algunas organizaciones de la sociedad civil para que gobiernen los militares con mano aún más dura. La lucha entre progresistas e islamistas que puede derivarse será civil. Por ahora, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas está tratando de secuestrar la revolución egipcia por la fuerza de las armas, la tortura, y los tribunales militares, sin embargo, cuando se trata de los gays y las mujeres, la prensa occidental insiste en colocarlos en un ring de boxeo con los islamistas, como si su destino estuviera de algún modo separado del de la nación en su conjunto. La miopía resultante de un enfoque alarmista sobre el Islam como enemigo de la libertad nos ha cegado para reconocer que una bota en el cuello es una bota en el cuello, pertenezca a alguien con traje, con uniforme militar, o con turbante.

Los islamistas son conservadores sociales. Pero eso no significa que sean necesariamente inaccesibles o irracionales. Por otra parte, los árabes gays no pueden ser separados del tejido de sus sociedades, son árabes, son musulmanes, cristianos, conservadores y progresistas, soldados y civiles, comunistas y capitalistas, machistas y feministas, clasistas y revolucionarios, y son tanto opresores como oprimidos. Los discursos islamistas no están osificados y estancados en el siglo XVI, como la mayoría de los comentaristas occidentales asume. Son plurales, responsables, dinámicos y representan el punto de vista de un amplio y diverso público. En los últimos meses, han circulado varias declaraciones distribuidas por islamistas en Egipto, Marruecos, Líbano y otros lugares, denunciando especialmente el matrimonio gay. Estas jutbas no dicen nada de la homosexualidad en sí, sino que se centran, como el láser, en el matrimonio gay. En Líbano, la verdadera cuestión en juego no tenía nada que ver con la homosexualidad. Más bien, el “peligro” que se discutía era la posibilidad de una ley de matrimonio civil que permitiera a musulmanes, cristianos y judíos casarse entre sí dentro de Líbano. El matrimonio gay fue utilizado para ilustrar los “peligros” que estaban seguros entrarían en Líbano a través de una ley de matrimonio civil. Uno puede escuchar el mismo silencio paradójico entre la gente gay hermanada con la oposición virulenta al matrimonio gay en miles de iglesias en todo Estados Unidos. Esta oposición al matrimonio gay dentro de los grupos islamistas y en las jutbas de las mezquitas no impide irrevocablemente que los islamistas y sus partidarios discutan sobre cuestiones relativas a los homosexuales y a la sexualidad. De hecho, cuando un shaij utiliza la perspectiva del matrimonio gay en vez de la existencia de personas homosexuales o la práctica de sexo gay, para ilustrar en mayor grado los peligros del laicismo (no la sustancia), podemos estar escuchando la prueba de los múltiples éxitos de los movimientos por los derechos de los árabes homosexuales.

¿Existe la posibilidad de una reacción violenta contra la minoría gay y los derechos de las mujeres en la región árabe? Sin lugar a dudas. En tiempos de cambios sociales y políticos rápidos los reinos de género y la sexualidad se convierten a menudo en los campos de batalla en los que se manifiestan más ampliamente las ansiedades sociales. Pero esa reacción no tiene por qué darse. La respuesta es no marginar a los islamistas o temerles sino trabajar en la construcción de sociedades democráticas verdaderamente participativas (políticamente, socialmente, y de manera crucial, económicamente) que protejan las libertades individuales y colectivas. Esos serían Estados en los que prevaleciera el imparcial Estado de Derecho, en los que las instituciones serían fuertes e independientes y donde los derechos humanos y políticos de todos los ciudadanos (homosexuales y heterosexuales, hombres y mujeres, ateos e islamistas) y de los residentes fueran ferozmente protegidos por el Estado, independientemente de quién estuviera en el gobierno en cada momento.

Estamos en un momento de transformación en la historia de la región. Nos corresponde a nosotros, en tanto árabes homosexuales, progresistas, y personas que pretenden construir sociedades más justas y equitativas, entender no sólo lo que está sucediendo en la región sino también la facilidad con que los derechos de los homosexuales pueden transformarse en una moneda de cambio político que es menos emancipador de lo que a primera vista puede parecer. Debemos hacer una pausa y pensar en las redes de capital, de intereses y de desigualdad política que viajan con los discursos sobre los derechos de los homosexuales y con las instituciones desde los centros del poder mundial a sus periferias. No olvidemos cómo nosotras, en tanto que homosexuales y mujeres, hemos sido utilizadas como justificación para invasiones (Afganistán), para promover la democracia a punta de pistola (Iraq), y para la ocupación militar (Palestina).

Tenemos que aprender, otra vez, a negarnos a permitir que se movilicen facetas de nuestra personalidad (la sexualidad, el género a expensas de otras facetas que nos definen (la palestina, la árabe, la de clase obrera). Debemos rechazar esa fragmentación y la auto-alienación. Durante años, los homosexuales militantes progresistas han estado haciendo retroceder la utilización de los derechos de los homosexuales y de la movilización de la comunidad internacional gay para promover a Israel como una democracia liberal. Tal discurso promovido desde el Estado trata de ocultar la realidad de la ocupación, el apartheid, el robo de tierras y las demoliciones, los desplazamientos y el racismo cada vez más consagrado en la legislación israelí. Debemos estar en sintonía con el peligro de un discurso similar, el que trata de crear una separación arbitraria y fabricada entre los derechos humanos y la “política” situando a unos por encima de la otra, y servirse de ello para crear ansiedad sobre los derechos de los gays y los derechos humanos en el mundo árabe en el caso de que los derechos políticos se concedan a todos los árabes.

Los homosexuales, como las mujeres, se están convirtiendo en una herramienta de fácil despliegue en el servicio de intereses geopolíticos que son opresivos y anti-emancipadores. Como personas relacionadas con la lucha contra todas las formas y todas las redes de la injusticia, no debemos permitir que eso suceda.

Fuente: http://www.jadaliyya.com/


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