El inmenso legado de los hermanos Grenet

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Marta Valdés
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El empeño en reconstruir la historia de Ernesto Grenet, hacía necesario disponer  de un poco más de datos que, aunque fuera de manera fragmentada, pudieran auxiliarnos en un acercamiento a su obra, su vida, su manera de ser. Esa búsqueda ha reclamado tiempo, ha hecho necesario el concurso de colegas y amigos, la revisión de textos que, lamentablemente, ofrecen datos contradictorios acerca de su año de nacimiento en La Habana (fijado para algunos en 1908 y para otros en 1901).
La gloria inmensa de habernos legado la canción de cuna Drume, negrita, apunta hacia el talento seguro de este compositor y, así y todo, alguna que otra etiqueta de discos se la escamotea; algún que otro tratado pone en tela de juicio la propia confiabilidad, haciendo brillar por su ausencia a este músico cubano cuyo año y lugar de fallecimiento según se afirma en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana, aparecen fijados en 1981, en la ciudad de Miami.
Más allá de su condición de pianista, todo parece indicar que Ernesto Grenet coincidió con sus dos hermanos en la inclinación a dirigir agrupaciones bailables, lo cual nos alerta acerca del natural sentido  rítmico y la cubanía presentes en la vocación de alguien que se proponía despertar en los demás los deseos de bailar. Se destacó como baterista y así se le menciona actuando bajo la dirección de su hermano Eliseo, en sus laboriosos años a comienzos de la década de los treinta del siglo pasado, cuando el compositor emigró a España en defensa propia, a raíz de haberse visto amenazado por parte de la tiranía de Eduardo Machado, en su condición de autor del Lamento cubano. En sus crónicas desde París, fechadas por aquellos años, Alejo Carpentier se refiere al grupo que dirigía el trompetista y compositor Julio Cueva y destaca que, en él, figuraban dos de los hermanos Grenet: Eliseo al piano y Ernesto en la batería: todo un elenco que protagonizó el éxito de la música cubana en aquellas latitudes desde el pequeño cabaret que, por voluntad de su dueño y en honor al inmenso músico cuyo arte fue el verdadero eje en este acontecimiento, pasó a llamarse La Cueva y, así, entró en la Historia. No sería descabellado pensar –por cierto-que la usual denominación de “cuevas de jazz de París” , acuñada para esta categoría de sitios, está marcada con la huella del cubano digno que, en aquellos momentos, no vaciló en abandonar el camino de tan estruendosa fama para integrarse a la lucha popular contra el fascismo en la guerra civil española.

Dulcila Cañizares, muy amablemente, envió a esta columna de Cubadebate  fragmentos que ha guardado entre sus materiales investigativos con vista a la nueva edición de su libro acerca de Julio Cueva que aparecerá en fecha próxima en el catálogo editorial del Centro Pablo de la Torriente. Ellos pertenecen a la reseña que Juan Marinello nos ha legado acerca de su visita, junto con varios cubanos participantes en un evento cultural relacionado con el mencionado movimiento en lucha, a un cuartel donde el comandante destaca la presencia de combatientes cubanos en la banda cuyo director es, precisamente, Julio Cueva y en la cual aparece como pianista, así como asumiendo la jefatura de la División de Música en la brigada, nada menos que Ernesto Grenet. Las impresiones de Marinello en su reseña, nos dejan una clara  idea del grado de cubanía que contagiaban los nuestros al resto de los integrantes de la banda, músicos españoles que, guiados por la trompeta de Cueva y el piano de Grenet, conseguían imprimir al repertorio escogido el ritmo y sabor nuestros. Vale la pena imaginar, en el caso de esteúltimo, el poder de arrastre que debe haber caracterizado a quien, además de una excelente formación como pianista, era capaz de trasladar a ese instrumento la fuerza y vivacidad de su desempeño como baterista.

Hasta hace poco, me llamaba la atención el hecho de que una pieza de tanto valor como lo es la obra maestra de este compositor, su canción de cuna Drume, negrita, no apareciera antologada en el libro que Emilio Grenet publicó en 1939 (acerca del cual se dio noticia en otro capítulo de esta serie). La respuesta apareció, luego de una trabajosa búsqueda en los archivos de la ACDAM, al apreciar la hoja de inscripción de obras del compositor, donde aparecen declarados varios títulos –entre ellos la mencionada canción de cuna– en el año 1942, es decir, con posterioridad al fallecimiento, en 1941, de su hermano Emilio.

La memoria y el olvido se permiten juegos de mano como éste de no haber hallado una sola imagen con qué ilustrar las palabras que hilvanan la breve, pero muy sentida nota de este domingo. La personalidad de Ernesto Grenet me abre el camino hacia un sinfín de reflexiones cuando veo su antológica canción de cuna figurar en el muy escogido repertorio (apenas ocho piezas y sólo cuatro de autores cubanos) que Bola de Nieve seleccionó para salir al ruedo por primera vez -o lo que es lo mismo, para decir “aquí estoy yo”– en el mercado discográfico, en 1954.  A las puertas de su centenario, Bola se apresta a colaborar aquí aportando, con su magistral interpretación de Drume, negrita, un grano de arena digno de cualquier coleccionista, que se suma al resto de sus apariciones en esta serie donde, modestamente (y correspondiendo a la inquietud de una lectora) hemos venido tratando, entre todos, de rendir homenaje al inmenso legado de los hermanos Eliseo, Emilio y Ernesto Grenet.


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