Indulto a los presos de Quebracho

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Pedimos justicia

Quebracho está en prisión en una Argentina que se jacta de haber recuperado la democracia hace 30 años, y que además brindó por esa gesta, festejó, bailó, y hasta empalagó.

Quebracho, es decir, Fernando Esteche y Raúl Boli Lezcano, dos alma mater del Movimiento, representan la foto congelada de que las cosas no están tal como nos la pintan. Para colmo de males, no son los únicos, sino que se lo pregunten a los petroleros de Las Heras, condenados a cadena perpetua, y a los presos políticos de Corral de Bustos, olvidados por esa “mayoría”, que se jacta de proclamar al viento que nos sobran libertades y protagonismo.

En otro momento de la historia de este país, cuando los compañeros usaban menos corbatas y gestaban revolución en las calles, se solía decir que un sólo pibe con hambre o cualquiera de nosotros que estuviera entre rejas, alcanzaba para cuestionar, por huecos, todos los discursos, los gestos y hasta las canciones que convocaran a festejar la paz, la justicia, la soberanía.

Desde esa memoria histórica, tan válida como otras, me atrevo a insinuar que genera por lo menos rabia, que nuestros hermanos, con sobrados antecedentes de ejercer el patriotismo en los momentos difíciles, estén hoy encerrados, mientras campan provocadoramente libres asesinos de diverso pelaje, que desde sus cargos de gobernadores tercerizan sus crímenes o desde los sillones ejecutivos de las trasnacionales nos rocían con glisfosato u otras lacras. Unos y otros gozan, como siempre, de altísimas dosis de impunidad, se muestran en actos institucionales, presentan candidaturas, y algunos hasta aspiran a ser presidentes. Estas y otras sensaciones encontradas sentimos cuando esta pasada semana fuimos con ese artista y luchador impenitente que es Norman Briski, y nuestras respectivas compañeras a visitar a Fernando Esteche, recluido en la prisión de Ezeiza.

Más allá de la alegría de verlo íntegro, sonriente, y con esa valentía que sólo tienen los que saben que la libertad se conquista desde la rebeldía, no pudimos dejar de recordar las malditas tretas que el poder utiliza para intentar alinear a quienes no pueden ser cooptados por sus prebendas.

Hagamos memoria: 4 de abril de 2007, el maestro Carlos Fuentealba es fusilado por un policía en la provincia de Neuquén, por estar luchando por reivindicaciones específicas del gremio docente. En medio de la conmoción y la bronca que recorrió el país, un grupo de militantes de Quebracho escracharon un local en Buenos Aires, perteneciente al partido del gobernador Jorge Sobisch, autor intelectual del asesinato. Un par de vidrios rotos, gritos denunciando la barbarie policial, y poco más. Luego, con la complicidad del terrorismo mediático que criminalizó la protesta y edulcoró el accionar de quienes habían masacrado a Fuentealba, vino un juicio amañado, con cuatro magistrados cargados de antecedentes siniestros en el encubrimiento de acciones represivas. Todo terminó como el Sistema determina en estos casos: Lezcano (afectado de una grave enfermedad y con 70 años peleones en la mochila) y Esteche (que ni siquiera participó del escrache) condenados a casi cuatro años de prisión, tras una aplicación criolla de la “doctrina Garzón”, según la cual todo lo que se mueve es subversivo.

Ahora, frente a las consecuencias de un Sistema que por más progresista que se presente no admite que nadie saque los pies del plato (es decir, se rebele ante la injusticia y plante cara a los represores), a los presos de Quebracho no les queda otro camino que exigir un indulto presidencial. Sería el único remedio para reparar este despropósito, de ser preso político en tiempos de democracia. Por más difícil que parezca conseguirlo, nuestro compromiso deber ser acompañar a Quebracho a empujar ese reclamo y ayudar que sus voces se escuchen en el medio del barullo de la politiquería y el conformismo hipócrita de quienes disfrutan del microclima que ellos mismos edifican.

Esteche, Lezcano, los presos de Las Heras y los de Corral de Bustos son llamados de atención que preanuncian escenarios difíciles a corto y mediano plazo. ¡A no hacernos los distraídos!


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