Profundización de la Europa del capital

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Desde los setenta, EE UU impulsa un capitalismo globalizado, basado en los mercados financieros y en la redefinición del papel del Estado, de la relación capital-trabajo y de las relaciones Norte-Sur: el neoliberalismo. La Comunidad Económica Europea (CEE), paralizada tras las crisis del petróleo, se ve obligada a reaccionar. Sus grandes transnacionales, apoyadas por las elites financieras, reclaman iniciar el giro neoliberal e impulsar un mercado y una moneda únicos. La Comisión toma nota y promueve esa vuelta en el “proyecto europeo”, extendiendo las competencias de Bruselas. El Consejo aprueba en 1985 el Acta Única, que instituye un Mercado Único (MU). El proyecto se profundiza con Maastricht (1991-93), cuando se ratifica la Unión Económica y Monetaria (UEM).

Mientras tanto, la CEE sigue ampliándose hacia el Sur y sus competencias pasan a desbordar lo puramente económico. Todo esto, ayudado por la caída del crudo, relanza el crecimiento pero genera progresivas desigualdades sociales y territoriales y promueve un modelo más injusto e insostenible. En 1993 la UE inicia una extensión hacia el Este, pero la apuesta es arriesgada: las diferencias de renta, la dificultad del tránsito de las economías planificadas, la debilidad de sus estructuras estatales y sus fuertes vínculos con EE UU la hacen de difícil digestión para una UE que también necesitaba profundizar en sí misma. Obligada por las circunstancias, la Unión acomete ambos procesos a la vez y, para ello, cambia las reglas de igualdad formal de los Estados.

En paralelo, desde finales de los noventa, EE UU propone la ampliación al Este de la OTAN, que refuerza su ámbito de proyección y las causas de posible intervención internacional. Los países del Este ingresan en la OTAN antes que en la UE, lo que dificulta su ya difícil consolidación político- militar, especialmente después del 11-S. Es en este contexto que se inicia la elaboración de la Constitución Europea, cuya aprobación se vuelve aún más perentoria de cara al novísimo escenario global. Las tensiones internas, y especialmente los frenos que establecen Gran Bretaña, con la Italia de Berlusconi y la España de Aznar, y la situación en los países del Este, hacen que en la Constitución se alumbre una futura configuración muy compleja, sin una estructura de mando clara, comprometiendo su construcción político- militar. Fue un acuerdo de mínimos que blindaba y profundizaba la unión neoliberal existente y que suponía un paso importante, pero limitado, para construir la “Europa” que necesitaba el capital en esta etapa. El que la Unión Europea estuviese en expansión, sin unas futuras fronteras delimitadas, dificultaba definir un “adentro” y un “afuera” para intentar construir el “nosotros” sobre el que basar su proyecto excluyente.

Hasta los ochenta, la (débil) “construcción europea” gozó de una relativa buena imagen. Sin embargo, desde entonces se incrementa el “euroescepticismo”, que se ve reforzado por la incorporación de nuevos Estados. También se asiste a una mayor movilización contra las instituciones comunitarias, que se fortalece en paralelo al “movimiento antiglobalización”. La imagen de “policía bueno” de la globalización seguramente se empiece a empañar en los próximos años, conforme se haga necesario garantizar política y militarmente la imposición de sus intereses.

Una Europa sin alma

El proyecto definido por la Constitución fue rechazado en 2005 por Francia y Holanda en sendos referendos. El marco político para su aprobación se volvió adverso. En estas circunstancias parecía difícil concebir que fuera ratificado por los 27 miembros. Sin embargo, con la presidencia alemana, los principales poderes de la UE trataron de llegar a un acuerdo que pusiera fin a la pesadilla. Intentaban cambiar algo para que todo siguiera igual, o casi. Finalmente, con la ayuda de Sarkozy, recién elegido, apoyado por Zapatero y Prodi, se consiguió acordar el proyecto del Tratado al final de la presidencia alemana, en junio de 2007.

La elaboración del Tratado de Reforma fue aún más antidemocrática. Su redacción resultó de una Conferencia Intergubernamental presidida por el secretismo, sin participación de los parlamentos europeo y nacionales, además de sin negociación con los “agentes sociales”. La nueva Europa es una “Unión de Estados” que “suprimía” a ciudadanos y ciudadanas, que ni siquiera se mencionan en el preámbulo.

El “proyecto constitucional” sufrió otras modificaciones para ser aceptado por todos, especialmente por Gran Bretaña y Polonia. Sigue abriendo la puerta a la privatización de la sanidad, la educación, el agua y las pensiones, mientras la política social y la fiscalidad continúan sometidas al veto, haciendo imposible una estrategia común. Por otro lado, se suprimen los símbolos europeos: la bandera, el himno y el término “Ley Europea”, para no generar el rechazo de los “euroescépticos”. El gasto público social queda limitado por el Pacto de Estabilidad y se preconiza que los Estados deben alcanzar el superávit pero, eso sí, se anima a gastar más en defensa.

El Tratado mantiene la propuesta de la Constitución de crear una presidencia estable, lo que acaba con las presidencias rotatorias y concentra aún más el poder. La Unión pasaría a tener estatus jurídico internacional, pero aún carecería de una entidad política unificada y, sobre todo, de una estructura militar autónoma de EE UU. La UE tiene que lidiar con un capitalismo multipolar, de Estados grandes y potentes, y es por eso también por lo que los principales actores europeos promueven la creación de un gran mercado transatlántico entre la UE y EE UU, con el fin de poder competir en mejores condiciones.

Pero esta Europa también tiene contradicciones con EE UU. Por ello lanza en paralelo su propia estrategia para ampliar sus mercados (y acceso a recursos) al margen de la OMC, a través de acuerdos de libre comercio con América Latina, África y Asia. Además de tener que competir con otros actores globales por unos recursos naturales crecientemente escasos, se verá obligada a competir con EE UU por unos recursos energéticos próximos a alcanzar su pico mundial. De hecho, en el nuevo Tratado la energía es un área que se comunitariza por su importancia estratégica.

Más desigual y contestada

El Tratado configura no sólo una Europa sin alma, sino una estructura con distintos núcleos y periferias, que contendrá al menos tres Europas. Una, el Eurogrupo, los países que han adoptado el euro, que serán probablemente los que intentarán ir más allá en sus políticas de integración (“cooperaciones reforzadas”). Fuera de ella habrá un grupo de países ricos al margen del euro: Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia. El resto de los países son fundamentalmente los del Este, que lo más probable es que tarden en integrarse en la moneda única, pues manifiestan severos desequilibrios económicos como consecuencia de su incorporación.

Pero la futura Europa tendrá también otras periferias, con el fin de ampliar sus mercados y garantizar su seguridad. Una, en su flanco del Sur, la Unión por el Mediterráneo. Otra, el Este de la Unión, cuya gestión más directa correspondería a Alemania. Es la nueva división de papeles: el Mediterráneo para París, y la Europa del Este no comunitaria para Berlín. Y ambos (junto con los países continentales) están a favor de un férreo control de la inmigración.

La UE se está convirtiendo en un Leviatán y Gran Hermano incontrolable. Los derechos y las libertades están seriamente comprometidos. El Tratado permite a la Unión intervenir en un país miembro en caso de ataque terrorista, catástrofe natural o humana. Todo ello se intenta encubrir con una Carta de Derechos Fundamentales, de consecuencias jurídicas dudosas, que no recoge de forma vinculante los derechos sociales y que, además, quedó fuera del Tratado. Pero las sociedades civiles europeas, organizaciones sindicales, políticas y diversos movimientos sociales están contestando progresivamente este proyecto. El rechazo es tan amplio que la Unión ni ha tenido la vergüenza de venderlo.

También se está desarrollando una creciente oposición en América Latina y en África en respuesta a las políticas de “libre comercio”. Y es más, se están empezando a articular las resistencias a este proyecto en el interior y en el exterior de la Unión (el proceso “Enlazando Alternativas” es un buen ejemplo). Todo ello complicará la cristalización de esta nueva Europa, provocando que los poderes europeos se vean obligados a construirla de forma autoritaria. Es preciso oponerse a este proyecto de poder, empezar a deconstruir esta Europa y desmontar el “choque de civilizaciones” para poder caminar hacia otras Europas y mundos. Todo es posible. El futuro está abierto.


*Ramón Fernández Durán es miembro de Ecologistas en Acción Este texto actualiza un capítulo del libro “La compleja construcción de la Europa superpotencia”, editado en 2005 por Virus (Barcelona) y actualizado en 2006 por la Alianza Social Continental y Manuel S. Editor (Buenos Aires).

Adaptado para Pueblos por Laura Toledo Daudén.


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