Septiembre se llama Allende
MARIO AMORÓS
Chile vive estos días tres efemérides y dos dramas profundamente entrelazados. Este mes ha traído ya el 40 aniversario de la histórica victoria de Salvador Allende y la Unidad Popular en las elecciones presidenciales. Aquel 4 de septiembre de 1970 el pueblo chileno abrió de par en par las puertas de la historia y emprendió un profundo proceso de transformaciones económicas, sociales, culturales y políticas. La “vía chilena al socialismo” sólo pudo ser derrotada por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, del que mañana se cumplen 37 años, protagonizado por las Fuerzas Armadas pero estimulado por la derecha, la Democracia Cristiana, la burguesía y Washington.
Estas dos fechas son probablemente las jornadas más relevantes de los dos siglos de historia republicana junto con el 18 de septiembre de 1810, cuando se estableció la primera Junta Nacional de Gobierno, que abrió el camino hacia el proceso de independencia que finalizó en 1818 y que, después de una década convulsa, culminó entre 1829 y 1833 con la imposición de un férreo Estado oligárquico que no se resquebrajó parcialmente hasta la victoria del Frente Popular en 1938, del que Salvador Allende fue un destacado dirigente.
A una semana de la conmemoración del bicentenario de la independencia, 33 trabajadores permanecen sepultados desde el 5 de agosto a 700 metros de profundidad en la mina San José debido a las condiciones de explotación en que desarrollaban su tarea, reconocidas –a posteriori– por los propietarios de la mina y el propio Gobierno de Sebastián Piñera. Y, además, 34 presos políticos mapuches están en huelga de hambre desde el 12 de julio. Si al movimiento obrero el Gobierno aplica el restrictivo Código del Trabajo, impuesto por la dictadura en 1980, las movilizaciones de los mapuches en defensa de sus territorios y de su demanda de autonomía son brutalmente reprimidas y sancionadas penalmente con el recurso a la Ley Antiterrorista que Pinochet hizo aprobar en 1984.
Asimismo, los últimos estudios confirman que Chile es uno de los países donde la brecha entre ricos y pobres es más acentuada hasta aproximarse a los niveles, por ejemplo, de Haití, producto de unas políticas neoliberales cuyas coordenadas la Concertación mantuvo inalteradas durante 20 años y que desde el pasado 11 de marzo administra su verdadero impulsor, una derecha de nuevo tipo, hija de la contrarrevolución pinochetista y sólidamente implantada en el mundo popular.
Piñera se apresta a vivir su primer 11 de septiembre desde La Moneda y a presidir los múltiples actos del bicentenario con un insistente y retórico llamamiento a la “unidad nacional”. Mientras tanto, los cuatro partidos que integran la Concertación acaban de renovar sus cúpulas para afrontar el nuevo ciclo electoral que asomará pronto en el horizonte, con las elecciones municipales de 2012 y las parlamentarias y presidenciales de 2013, y el Partido Comunista está inmerso en los debates de su XXIV congreso.
Más allá de la incógnita sobre el próximo candidato presidencial de la Concertación (lo que dependerá esencialmente de la voluntad de Michelle Bachelet, quien conserva una enorme adhesión popular), la encrucijada que deberán afrontar a medio plazo esta coalición y las fuerzas de izquierda estriba en la posibilidad de ir más allá de una alianza puntual, como la que permitió elegir en diciembre tres diputados comunistas por primera vez desde 1973, para tejer un acuerdo político y programático que permita abrir una nueva época.
A veces son los pequeños gestos o resultados los que cambian la historia. El 15 de marzo de 1964 la inesperada victoria de la izquierda en una votación parcial para elegir un diputado en Curicó abocó a la derecha a renunciar a llevar un candidato propio y a apoyar al socialcristiano Eduardo Frei Montalva, quien derrotó a Allende en septiembre de aquel año. Hace apenas un mes en la ciudad de Penco, en la región del Biobío, los dirigentes locales de la Concertación y el Partido Comunista suscribieron un acuerdo para unirse de cara a los comicios de 2012 a fin de derrotar a la derecha, que actualmente ostenta la alcaldía.
El debate sobre sus proyecciones nacionales está ya instalado en la agenda política. La derecha no ha tardado en exhibir su anticomunismo más rudo y en la Democracia Cristiana seguramente persistirán las dudas hasta el último momento. Mientras tanto, el Partido Socialista se muestra favorable a explorar un pacto, al igual que el Partido Comunista, que propugna una amplia convergencia de fuerzas políticas y sociales para conquistar un gobierno “de nuevo tipo” que deje atrás los dogmas neoliberales y haga posible el pleno desarrollo democrático del país.
A 37 años del bombardeo de La Moneda y del inicio de una cruel dictadura, la memoria de Salvador Allende y la Unidad Popular ilumina este camino. Precisamente, aquella noche inolvidable del 4 de septiembre de 1970, cuando dejó de ser el “compañero Allende” para convertirse en el “compañero presidente”, acabó su discurso en la Alameda de Santiago, ante las miles de personas que festejaban la victoria de la UP, con unas palabras llenas del afecto sincero con el que siempre se dirigió a los trabajadores y que tienen una absoluta vigencia: “Esta noche, cuando acaricien a sus hijos cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria…”.
Doctor en Historia y periodista. Autor de ‘Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo’
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