La Cumbre del Clima de Cancún comienza sin esperanza de acuerdo

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Un total de 194 países buscan restaurar la confianza en la ONU tras el fiasco de Copenhague – Los negociadores admiten que no habrá un tratado vinculante

 La cosa suele ir más o menos así. Cada año, sobre diciembre, más de 190 ministros de Medio Ambiente se reúnen en busca de un pacto que permita combatir el cambio climático, un acuerdo vinculante que a final de 2012 sustituya al Protocolo de Kioto. En cada cumbre se suceden los discursos políticos sobre cómo el calentamiento global es el mayor reto planetario, una gran amenaza mundial… Y cada año, la cumbre acaba en frustración, en un pacto de mínimos en el mejor de los casos, o con denuncias cruzadas culpándose del bloqueo en la negociación. Luego, los líderes vuelven a su casa a ocuparse de lo urgente: la depreciación del yuan, las próximas elecciones o el diferencial con el bono alemán.

La Cumbre de Cancún que hoy comienza en México puede variar algo. Nadie espera nada. O casi nada. Los negociadores se conforman con empezar a rearmar el barco de la negociación en la ONU tras el naufragio de la Cumbre de Copenhague, en 2009, donde la presencia de más de 150 jefes de Estado y de Gobierno no sirvió para pactar cómo reducir las emisiones.

La secretaria de Estado de Cambio Climático, Teresa Ribera, señala que los negociadores “perdieron la inocencia” en Copenhague y que este año “no es posible pensar en un tratado internacional salido de Cancún”. Si alguien creyó que los discursos bastaban para revolucionar el sistema energético mundial se equivocaba. Ahora se trata de “lograr que los contenidos del Acuerdo de Copenhague se anclen dentro de Naciones Unidas”, según Ribera, una de las negociadoras europeas con más experiencia en el complejo entramado de la ONU.

Copenhague se saldó con un acuerdo en el que 120 países se comprometían de forma voluntaria a limitar sus emisiones. Además, las grandes economías emergentes aceptaban hacer públicas sus emisiones y los países ricos ayudarían económicamente a los menos desarrollados a combatir el calentamiento. Sin embargo, el acuerdo no lo hizo oficial la ONU, ya que Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua se opusieron y la Cumbre exige unanimidad. Así que ahora se trata de recuperar la negociación, de curar las heridas y meter dentro de la ONU los puntos de ese acuerdo.

El presidente de México, Felipe Calderón, explicó en su mensaje de bienvenida que hay puntos positivos, como el acuerdo para que los países ricos financien a los tropicales para frenar la deforestación: “Hay un apoyo global por establecer un mecanismo para instrumentar proyectos en el sector forestal en países en desarrollo, con el apoyo de distintas fuentes de financiamiento y en pleno respeto de los derechos de las comunidades indígenas”.

El problema, como explica Ribera, es que “no es posible pensar que se pueda acordar solo la creación de un Fondo Verde o la lucha contra la deforestación”. Estos mecanismos están ligados a que los países desarrollados -fundamentalmente EE UU- acepten rebajar sus emisiones y a que los grandes emergentes -principalmente China- permitan que sus emisiones sean auditadas.

El problema es que EE UU cada vez puede ofrecer menos. El año pasado, la Administración de Barack Obama se comprometió a rebajar sus emisiones un 17% en 2020 respecto a 2005. Alegaba que no podía ir más lejos hasta que el Congreso no aprobara la Ley de Cambio Climático que tenía en tramitación. Hoy esa ley está encallada en el Senado. En las elecciones de noviembre los republicanos obtuvieron la mayoría en la Cámara -y buena parte de ellos escépticos sobre la gravedad del cambio climático-. La mayoría de los analistas, como Daniel Weiss, del centro de estudios Center for American Progress, consideran casi imposible que en este mandato Obama logre sacar adelante esa legislación.

Por eso Teresa Ribera considera que es fundamental que Cancún no sea una ruina total. Europa teme que si Obama vuelve a Washington con un nuevo fracaso eso dé alas a los republicanos, que están ganando la batalla en la opinión pública estadounidense.

Si EE UU no parece en condiciones de legislar contra el cambio climático, China tampoco parece haber asumido que deberá hacer públicas sus emisiones de CO2 -dato a partir del cual se puede inferir la evolución económica-. En la reunión preparatoria de Tianjing (China) celebrada en noviembre el negociador de EE UU, Jonathan Pershing, apuntó que hay países que quieren revisar el Acuerdo de Copenhague, en alusión a China y su reticencia a la transparencia.

Europa, que anunció que ampliaría su recorte de emisiones del 20% actual al 30% si haría esfuerzos comparables a otras potencias, ya no considera que esa baza vaya a inclinar la negociación. “No forma parte de las cuestiones relevantes de la negociación internacional”, zanja Ribera.

En Copenhague había gran urgencia porque en diciembre de 2012 concluye el primer periodo de cumplimiento del Protocolo de Kioto, y se consideraba que no podía haber un plazo entre un tratado y el siguiente. Ahora ese salto sin legislación internacional se ve casi como inevitable. “Que no haya acuerdo en 2012 tampoco es el fin del mundo”, opina Elliot Diringer, del estadounidense Pew Center for Global Climate Change.

El diagnóstico más crudo lo hizo a principios de noviembre el negociador jefe de la Comisión Europea, el alemán Artur Runge-Metzger, un tipo muy apreciado por la prensa por sus jugosas declaraciones: “Si Cancún no genera a un acuerdo sólido que haga avanzar la lucha contra el cambio climático creo que [la negociación en la ONU] corre el riesgo de volverse irrelevante a los ojos del mundo”. Y añadió: “Nos reunimos en estos sitios maravillosos y volamos kilómetros para encontrarnos. Si este proceso no es efectivo, la gente dirá: ‘Si no pueden llegar a un acuerdo, ¿entonces por qué deberíamos molestarnos en apoyarles?”.

 


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