EDESIO

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Marta Valdés
Palabras, Cultura

Edesio Alejandro

Edesio Alejandro

“Edesio Alejandro Rodríguez”– recalcó  mi musicalísima amiga, la actriz Alicia Bustamante como para dejarme bien grabado en la mente el nombre de aquel joven vinculado de alguna manera al Teatro Musical de La Habana–. Según mis cálculos, debe haber sido a comienzos de la década de los ochenta cuando supe del interés del muchacho rubiecito que tocaba la guitarra, por someterse a prueba y mostrar sus aptitudes en el manejo de la música para teatro. A ningún colega se le ocurrió dudar de su talento cuando nos tocó analizar su trabajo creando la banda sonora para una puesta en escena y, muy pronto, Edesio fue uno más en las filas de quienes, en calidad de Asesores Musicales de Teatro nos ganábamos el pan buscando fragmentos instrumentales muy breves como para ambientar un haz de luz que “entra en resistencia”, o bien seleccionando el sonido de cañonazo o trueno que mejor pudiera acercarse a la realidad, en lucha perenne contra el “scratch” de los discos de pasta o el deterioro de la cinta magnetofónica mil veces rodada para dejarse copiar.
Cada vez que me enfrenté a una banda sonora concebida por Edesio para una puesta en escena, percibí, con mucha claridad, su sensibilidad para las soluciones a base de efectos verdaderamente atractivos por lo que tenían de inusitados, por lo bien colocadosen el momento preciso. Muy pronto, supe que –más allá del azaroso oficio de montar canciones a los actores o ejecutar un pasaje necesario gracias a la posibilidad de echar mano a su inseparable amiga, la guitarra– se nos había convertido en un excelente compositor de música incidental (no me satisface esta terminología pero es la aceptada).  Un día, se nos inventó una imagen nueva y única –de pies a cabeza– así como una señal sonora inconfundible que es, más bien, su canto y supe que se había hecho dueño de un universo conformado entre máquinas, instrumentos y -sobre todo-ideas sin fin. Máquinas, atuendo, luces, señal de canto que no parece salida de una garganta sino del cuerpo todo, y los pies sobre la tierra -preferiblemente calzados de blanco me parece-y, en un momento dado, la idea genial de juntarse (no hay aventura musical que pueda pasar por alto la necesidad de contraste) con el cantante Adriano Rodríguez  Nada más ajeno al músico Edesio Alejandro que la condición de “casasola”. Si existe el delito de asociación ilícita, se me ocurre verlo reincidir en el ejercicio de la asociación virtuosa cuando pienso en su conjunción con alguien como Fernando Pérez, ese geniecillo que sale de las cosas, que no tiene que mirarlas ni escucharlas ni tocarlas porque viene de ellas bajo la apariencia del más común de los mortales. Qué dos maneras de proyectar, entre ambos, exactamente el sonido que nos ha tocado a los habitantes de una misma ciudad en dos siglos distintos, ese sonido ciudadano que nos siembra (y casi paraliza) donde estemos mientras nos moviliza lo humano y lo divino que tenemos por dentro, cuando nos enfrentamos a Suite Habana y Martí, el ojo del canario.

Por si fuera poco, Edesio tiene descendencia.


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