Todavía se desconoce por qué murió Arkaitz, una persona joven que nunca había presentado problemas serios de salud y que, según han explicado quienes compartían con él su vida en la cárcel gaditana, se mantenía en buena forma y hacía deporte con regularidad. La autopsia dará alguna luz al respecto, y es de esperar que, a diferencia de lo ocurrido ayer, en la necropsia programada para hoy puedan estar presentes los médicos de confianza de la familia, tal como se les ha prometido. Desde luego, lo que sí se puede decir sin aguardar a las conclusiones forenses es que esta muerte está lejos de ser natural; al contrario, no hay nada más antinatural.
No es natural que una persona acusada de haber cometido sabotajes sin causar heridos continúe encarcelado catorce años después de que se produjeran los hechos, que se le aplique el régimen penitenciario más duro y que cumpla condena a más de mil kilómetros de su hogar. No es natural, lógico ni admisible que una persona que ha denunciado cuatro palizas en los últimos años permanezca encerrado en el mismo entorno carcelario, con la tensión añadida que ello supone. Y no es natural que Arkaitz siguiera preso cuando tenía cumplidas, con creces, tres cuartas partes de la condena y no constaba ningún daño personal en los delitos que le fueron atribuidos. Nada de eso es natural, aunque sí responde a la naturaleza vengativa del Estado.