Españolizar
Víctor Moreno Escritor y profesor
Tras la proclama del ministro español de Educación, Cultura y Deporte de «españolizar» a los niños catalanes, este artículo viene a hacer un repaso histórico del uso que españoles «ilustres» han dado a este verbo que el diccionario define como «dar carácter español». Una tarea que, recuerda Víctor Moreno, en ocasiones ha ido estrechamente ligada a la de extender la religión católica, y ha sido impuesta en distintos contextos con violencia. Así, Moreno afirma que las fuentes en las que el ministro Wert ha bebido son los primeros documentos documentos del fascismo español, que en la práctica fueron la base ideológica que sustentó a partir de 1936 el fusilamiento de todos los maestros que «hubieran mostrado un ideario perturbador de las conciencias de su tarea docente, así en el orden patriótico como en el moral».
Nos encontramos ante un verbo que, gracias a la compostura histérica del ministro de Educación, Cultura y Deporte, pretende abrirse camino e instalarse en la sociedad actual, pese a quien pese. Se trata de un verbo que, a lo largo de la historia más reciente, pero, también, pasada, ha venido hermanado con el de catolizar o, como diría el obispo actual de Donostia, misionar.
Tanto que, incluso, la dos veces centenaria Constitución de Cádiz, de 1812, esa carta magna que historiadores de peinado liberal sostienen como el punto de referencia de la vertebración del Estado español, afirmaba en su artículo 12: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra». ¿Está claro? A más, esa Constitución se había acordado «en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad».
Vistas así las cosas, no me extraña que el Estado español haya tardado tanto tiempo en vertebrarse. ¡Si hasta la venerada y sacralizada Constitución de La Pepa ya invocaba a la Santísima Trinidad en su articulado! Si en el humus nutricio del Estado estaba ya horadando sus cimientos la termita de la religión, ¿cómo iba a ser posible a dicho Estado desprenderse de la lacra apestosa de la Iglesia orientando su política?
Españolizar significa, según el diccionario, «dar carácter español». Y es un verbo que se ha conjugado en distintas épocas con resultados claramente diferenciados. A mí no me cabe duda alguna que la retórica de Wert enlaza directamente con la conjugación y semántica que dieron a dicho verbo los golpistas fascistas de 1936.
Ya en los primeros meses del golpe, la llamada Junta de Defensa Nacional publicará una orden sobre la apertura de las Escuelas Nacionales de Instrucción Primaria, fechada el 19 de agosto, posteriormente aclarada y precisada por otra, «para que desde el primer momento se cumplan los propósitos perseguidos por la Junta, españolizar la enseñanza y evitar quebrantos al Tesoro Público» (Boletín Oficial de 29-8-1936, núm. 13).
¿Y qué entendían aquellos golpistas por españolizar la enseñanza? Y, sobre todo, ¿qué implicó dicha españolización?
Españolizar España significaba catolizarla hasta el frenillo. Como diría quien fuera el primer ministro de Educación Nacional del Gobierno de Franco, Pedro Sáinz Rodríguez: «El Catolicismo es la médula de la Historia de España».
Puestas así las cosas, el maestro del Nuevo Estado tenía que tener una formación católica y nacionalista, ya que era el forjador de la Nueva Escuela Nacional. Y modelos para imitar no faltaban, desde luego: «Menéndez Pelayo muestra de manera indubitada aun a los ojos más miopes o interesados en no ver que en España todo resurgimiento auténticamente nacional ha de ir íntimamente enlazado con un florecimiento del sentido católico y religioso». Algo que, según el ministro fascista, la República no había hecho. Más bien, se había empecinado en todo lo contrario, pues «la legislación laica de la fenecida República, su aspiración a la descatolización de nuestro pueblo, era prueba bastante para los conocedores de nuestra Historia de su sentido antinacional».
Luego, añadiría: «Es nuestra lengua el sistema nervioso de nuestro imperio intelectual y herencia real y tangible de nuestro Imperio político histórico». Wert, aunque piense lo mismo en la actualidad, no lo expresaría mejor.
Las fuentes ideológicas donde el ministro actual bebe sus propuestas trasnochadas están en estos documentos primeros del fascismo español, acuñados principalmente por el citado Sáinz Rodríguez. En este sentido, no creo que Wert mostrase repugnancia alguna hacia esta exposición del ministro golpista: «La vuelta a la valorización del Ser auténtico de España, de la España formada en los estudios clásicos y humanísticos de nuestro siglo XVI, que produjo aquella pléyade de políticos y guerreros -todos de formación religiosa clásica y humanística-, de nuestra época imperial, hacia la que retorna la vocación heroica de nuestra juventud; poder formativo político corroborado todavía notablemente con el ejemplo de las grandes Naciones imperiales modernas» (Entiéndase, la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini).
Pero lo peor de esta bárbara españolización, resultado de aunar la espada y la cruz, la puta santa cruzada de los obispos Gomá y Olaechea, estaba por llegar. No solo se elaboraban planes de enseñanza, metodologías y contenidos contrarios a los que hasta la fecha habían imperado en el sistema educativo republicano, sino que de forma simultánea se iba fusilando a todos los maestros que «hubieran mostrado un ideario perturbador de las conciencias de su tarea docente, así en el orden patriótico como en el moral» (Boletín oficial de 21-8-1936, núm. 9).
Los informes sobre la conducta de los maestros republicanos, elaborados por alcaldes afines al golpismo fascista, se multiplicarán de forma exponencial. Tanto es así que se ordenará «la separación inexorable de sus funciones magistrales de cuantos directa o indirectamente han contribuido a sostener y propagar a los partidos, ideario e instituciones del llamado Frente Popular». Todos estos maestros serán acusados de forjar «generaciones incrédulas y anárquicas» (BO. 10-12-1936. núm. 52), y, por lo mismo, serían ejecutados sin contemplación alguna.
Después de lo dicho, y mucho más que se podría añadir, esperemos que al ministro Wert no le dé la comezón de «depurar» a todos aquellos maestros catalanes que se muestran renuentes a españolizar la enseñanza en Cataluña.
Lo más probable es que a Wert le suceda lo que le pasó a Unamuno. Comenzó pregonando que había que «europeizar a España» y terminó, contra Ortega, cloqueando que «había que españolizar a Europa».
La paranoia de Unamuno ya sabemos cómo finalizó. La de Wert, la suponemos. Terminará proclamando que hay que «catalanizar a España».
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