La Cumbre de las Américas y la justicia histórica
La VII Cumbre de las Américas, recién celebrada en Panamá, fue calificada unánimemente como “histórica”. Por primera vez a ese tipo de eventos asistieron todos los países sin excluir a ninguno. Allí estuvo el Presidente Raúl Castro, en igualdad de condiciones, representando a Cuba, país condenado al ostracismo por la O.E.A. hace más de medio siglo y que nunca había sido invitado a las Cumbres anteriores desde la primera efectuada en Miami en 1995.
Su presencia no era resultado de concesiones o favores de nadie. Lo dijo con lenguaje claro y llano la Presidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner: “Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por líderes que no traicionaron su lucha”. Que Cuba participase era también una exigencia de los países de América Latina y el Caribe, varios de los cuales habían advertido que si se mantenía la discriminación contra la nación antillana ellos no irían a Panamá. La Cumbre sería con Cuba o no habría Cumbre.
Todos los oradores saludaron a la delegación cubana y la decisión de Cuba y Estados Unidos de restablecer las relaciones diplomáticas. Hubo generalizado reconocimiento hacia el cambio de actitud para con Cuba manifestado por el actual inquilino de la Casa Blanca. Todos asimismo se pronunciaron por la eliminación completa del bloqueo económico, comercial y financiero que Washington todavía mantiene contra la Isla. El Presidente Obama se ha comprometido a trabajar para que el Congreso de su país acceda a poner fin a una política criminal que el mundo entero rechaza. Pero él aun no ha ejercido a plenitud su capacidad ejecutiva que le permitiría desmantelarla en gran medida sin la aprobación legislativa.
Hay otras cosas que Obama debe hacer y para lo que dispone de muy amplias facultades. Una de ellas se refiere a la fraudulenta inclusión de Cuba en la lista de países que apoyan el terrorismo en la que fue colocada por Ronald Reagan en 1982. Además de carecer de cualquier justificación, esto provoca restricciones adicionales que hacen sumamente difíciles las relaciones al impedir a nuestra Misión diplomática el acceso a servicios bancarios en Estados Unidos. Se trata de un problema que es necesario resolver.
La Casa Blanca acaba de anunciar la decisión del Presidente de sacar a Cuba de esa lista. Teóricamente el Congreso –el Senado y la Cámara de Representantes mediante una resolución conjunta- pudiera paralizar la determinación presidencial pero tendría que hacerlo dentro de los próximos 45 días. Algunos legisladores de la ultraderecha anticubana ya han amenazado con tratar de detener a Obama lo cual conduciría a un debate importante para el futuro de los vínculos entre ambos países.
La inclusión de Cuba en la arbitraria lista es, sobre todo, una infamia que Raúl Castro denunció con enfática elocuencia. Son miles los cubanos que han sido víctimas del terrorismo auspiciado por Washington. Los criminales se pasean libremente aún por las calles de Miami y algunos, incluso, concurrieron a Panamá patrocinados por la CIA con la anuencia de la O.E.A.
Porque, junto al cónclave de los Jefes de Estado, la O.E.A. había organizado otros encuentros, entre ellos un denominado Foro de la Sociedad Civil al que invitaron a grupos anticubanos de Miami que incluían a notorios terroristas –como Felix Rodríguez Mendigutía, pieza clave en el asesinato del Che- y a personajes de la conspiración golpista contra Venezuela. Le negaron sin embargo la entrada a ese Foro a la C.T.C. de Cuba que cuenta con tres millones de afiliados y a otras organizaciones populares de América Latina.
Esas organizaciones y muchas otras de todos los países de la región efectuaron en la Universidad de Panamá la Cumbre de los Pueblos que congregó a la verdadera sociedad civil del Continente. Esta Cumbre paralela, expresión genuina de la voluntad popular en su más amplia y rica diversidad, en tres días de debate aportó reflexiones y acuerdos de trascendencia para las luchas futuras en marcado contraste con la escuálida farsa malamente montada por la burocracia panamericana.
En su discurso oficial ante los mandatarios el Presidente Obama afirmó que él no sería “rehén” de la Historia. Esa es una frase que suele repetir en su oratoria. Es cierto que la agresión contra Cuba y muchas otras acciones nefastas de su país comenzaron a aplicarse antes que él hubiera nacido. Pero muchas de esas prácticas continúan y ahora él es el Presidente de los Estados Unidos a punto de concluir su segundo y último mandato.
La Orden Ejecutiva que él firmó declarando a la República Bolivariana de Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos”, no es algo del pasado remoto. Pertenece a un presente del cual él es completamente responsable. En Panamá hubo un reclamo casi unánime para que el absurdo, injerencista y amenazador decreto sea derogado inmediatamente. Muchos han señalado que definir así a Venezuela es irracional, delirante, una broma de mal gusto. Pero sucede que esa misma fórmula ha sido la torpe excusa de Washington para invadir con sus tropas a otros países incluyendo la pequeña isla de Granada y Panamá. Es por eso indispensable tomarla en serio y exigir su anulación.
Cuando se realizó la primera Cumbre hace veinte años Estados Unidos se afanaba por impulsar la llamada Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), un proyecto que hubiera sometido al Continente al dominio de las grandes corporaciones norteamericanas imponiendo a sus pueblos el neoliberalismo que entonces se creía era un dogma inapelable frente al cual Fidel Castro y Hugo Chávez levantaron el ALBA, como alternativa bolivariana y liberadora.
Ya en 2005, en Mar del Plata, Chávez, Kirchner, Lula y un amplio y enérgico rechazo popular derrotaron el plan imperial que ya pocos recuerdan.
La Cumbre de Panamá es fruto de una trayectoria de luchas de la que brota una América Latina renovada que ya no está dispuesta a soportar el vasallaje. Ojalá lo entienda el Presidente de Estados Unidos. Sólo así podrá instaurarse una nueva era en las relaciones entre las dos Américas.
Cuando inició su carrera como candidato Barack Obama gustaba repetir otra frase: “Sí se puede”. No la inventó él ni fue obra de algún redactor de discursos de la Casa Blanca. La hizo famosa César Chávez, el gran dirigente sindical que movilizó a millones de trabajadores inmigrantes en los años sesenta del pasado Siglo, cuando Obama aún no había nacido.
No se trata de dejarse atrapar por el pasado. Pero fue un filósofo norteamericano quien escribió, por aquellos tiempos no tan lejanos, que quien olvida el pasado será condenado a repetir sus errores. Porque la Historia es implacable cuando juzga a quienes pretenden ignorarla.
El original de este articulo se puede leer aqui (Publicado originalmente en la Revista Punto Final No. 825 del 17 de abril 2015)
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