PILLAR – Iñaki Egaña
La escenificación de la política como fuente de ingresos, particulares o gremiales, ha tenido en la crisis de Izquierda Unida, a raíz de las negociaciones para diputado general de Araba, un fotograma destacado. Los movimientos, las repuestas y, sobre todo, la defensa a ultranza del modelo de hacer política por parte de un sector de la coalición “roja” la verdad es que me han sorprendido. Nadie reivindica tan descaradamente el negocio. Ni siquiera la mafia.
Los que no vivimos de esto, tenemos la sensación del “deja vu”. Hace años, unos cuantos medios de comunicación, empezando por Egin y concluyendo por El Mundo en su pelea contra Felipe González, tenían sus equipos de investigación. Incluso aquella revista que dirigía Pepe Rey, “Ardi Beltza”. Las denuncias de abusos se sucedían, las comisiones por obras, los muertos por destapar escándalos… la política y el mundo empresarial olían a corrupción por todos los costados.
Hoy, la investigación periodística sobre la corrupción ha desaparecido prácticamente del mapa. Pero la sensación sigue siendo la misma. No hace falta abrir las páginas de un medio inexistente para intuir que las empresas en expansión utilizan los sobres repletos de euros para lograr contratas, que los lobbies y grupos de presión en realidad son intermediarios para el negocio… que un número indeterminado de políticos, en cualquier caso enorme, entra en las instituciones para lograr un buen sueldo para él y los suyos, amén de una mesa repleta de manjares para cada día.
Los gastos de representación y protocolo (dietas en lenguaje vulgar) suelen ser la madre del cordero, precisamente. ¿Recuerdan el buen gusto (morro) del presidente de H1! de Gipuzkoa, cuando fue alcalde de Oiartzun? Buen gusto a cuenta de los contribuyentes. No es únicamente el sueldo estratosférico de los cargos públicos, sino las dietas lo que hace de estos cargos un bien preciado. La envidia a Berlusconi y a Camps se refleja en los votos que reciben.
Me llama la atención, sin embargo, la degeneración en las formas. Una degeneración, sin duda, auspiciada por la impunidad y el apoyo corporativo. Hace unos días, los grupos del consistorio de Andoain PNV-PSOE y PP, enfrentados en la elección de alcalde, se pusieron de acuerdo para mantenerse los sueldos y los gastos de representación, mientras el grupo del alcalde (Bildu), en minoría, se los rebajaba. Ramón Gómez, portavoz del PP en el Ayuntamiento de Donostia, exigía a medios y concejales que dejarán de hablar de rebaja de salarios. No es bueno para la democracia. ¡Vaya con los demócratas!
En medio de la crisis financiera, provocada por esos banqueros blindados que siguen cobrando sueldos e indemnizaciones insultantes, la tribu política clásica sigue haciendo valer sus prebendas. Nada ha cambiado, en este escenario. Aquello que denunciaban los equipos de investigación sigue abierto. Tengo la impresión de que escarbando a ciegas siempre encontraríamos corrupción. La medida de la misma marcaría únicamente la diferencia.
La corrupción es inherente al sistema capitalista. Es cierto. Sin corrupción no hay mercado, comenzando por la plusvalía que le roba el empresario al trabajador. Pero los sistemas basados en las teorías de Marx no se han salvado del tráfico, de los sobres, de las prebendas. La cuestión humana sería infranqueable. Pero hay perfiles diferentes en esa cuestión humana. Algunos lo intentan al menos.
Ahora que andamos con los 75 años del golpe franquista me viene a la memoria la gran estafa “moral” de Alejandro Goikoetxea, el mítico ingeniero que participó en el diseño del llamado Cinturón de Hierro y que, con los planos y algo más se pasó al bando franquista. Goikoetxea no se hizo rico con la traición (Roma no paga a traidores) sino con la demolición del Cinturón de Hierro, repartida también a amigos y familiares. Paradoja.
No quiero aburrir con miles de casos que se podrían extraer de cualquier época. La cabra tira al monte y por eso voy a citar un caso sangrante, recuerdo de recuerdos, el de la cárcel donostiarra. Rafael Lataillade era delegado de Industria en Gipuzkoa cuando en 1942 fue nombrado alcalde de Donostia. Durante su mandato recalificó los terrenos del Antiguo colindantes con la cárcel de Ondarreta que ordenó destruir lo que revalorizó sus posesiones junto a la prisión, y mandó construir el nuevo penal en una zona hasta entonces de lujo, Martutene, propiedad de la familia de su esposa.
El gobernador de Gipuzkoa toleró (o alentó) estas irregularidades a cambio de que el Ayuntamiento donostiarra donara 200.000 pesetas de su presupuesto al Frente de Juventudes local y concediera una serie de terrenos en las marismas de Amara para uso militar. Lo que sería Anoeta. Como quiera que Lataillade incumpliera parte del compromiso, su destitución fue fulminante. Lataillade llevó su destitución a los tribunales y, como era lógico anticipar, perdió el caso.
Y ya que cito Martutene déjenme acercarme a 1961 cuando Adrián Ortega, director de la prisión provincial de Martutene, fue detenido en compañía de su esposa por robar en una tienda de Biarritz. La prensa franquista hizo una defensa cerrada del que consideraban “caballero intachable” y “funcionario modelo”, lo que no fue óbice para que el Ministerio de Justicia lo destituyera de su cargo en Martutene y enviara como director a la cárcel de Baeza (Jaén).
Estas notas de penitenciarías me recuerdan a Mariano Camio y Julián Argilagos, el primero alcalde de Getaria y el segundo su pareja, señalados en tráfico moderno de influencias. Museo Balenciaga. Aquellos pañuelos de seda diseñados por el modisto que no habían sido regalados porque ni siquiera constaban en el inventario. Hace unos días, como quien dice.
El fraude de José María Bravo a la Hacienda guipuzcoana aún espera sentencia. Pero no fue el jeltzale el único defraudador sino una corte de amigos que pasaban por su despacho para “liquidar” deudas. El de Roberto Cearsolo, ex del Guggenheim, siguió su mismo camino. Arrepentido cuando fue pillado infrangati. Segismundo López-Santacruz, ex del aeropuerto de Bilbao, que cobraba comisiones en las obras de ampliación. Seguro que se les va refrescando la memoria.
Como en botica hay de todo. En grandes dosis. Las tragaperras del PNV, las oposiciones de Osakidetza con los exámenes marcados, el robo a gran escala de inmuebles municipales por parte del a Iglesia Católica en Navarra… pero también en pequeñas. El campo de golf de Labastida, el intento de compra de un voto de EA en la misma población, las viviendas protegidas adjudicadas en Gasteiz sin necesidad de acudir al sorteo…
Pillar, pillar y pillar, como sea.
La política necesita un revolcón. Pero un revolcón histórico que rompa incluso con estilos que nos parecen antidiluvianos como el de la compra de votos por parte de carlistas y liberales en el siglo XIX y luego por parte de jeltzales y socialistas ya comenzado el XX. La política institucional está en manos de las empresas y ello provoca que todo tenga precio. El anteproyecto de cajas vascas del Gobierno Vasco, el octavo o el noveno, ha estado a rebufo del proyecto de bancarización de Mario Fernández and company. Al revés de lo que nos dice el decálogo de la democracia.
La política necesita un revolcón porque las formaciones clásicas son como las sociedades secretas antiguas, donde los unos se apoyan a los otros, sin salir de la espiral del amigismo y del nepotismo. Si uno gana todos ganan. La degradación de la función pública, el fraude fiscal, el descrédito de los políticos (convertidos en gestores empresariales) tiene mucho que ver con la concepción última de partidos y sindicatos.
La credibilidad, precisamente, empieza donde acaba la corrupción.
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