Fraga, ese centauro – Alberto Moyano

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El Diario Vasco A la muerte de Fraga, sólo cabe recordar que el presidente fundador del PP fue muchas cosas, pero antes que nada, un peligro, bien es cierto que mayor para los demás que para sí mismo. Con su desaparición rinde un último y doble servicio al estado: elevar el obituario a la condición de detergente biográfico y devolver, siquiera por un día, la memoria saltimbanqui de quienes pasaron de firmar penas de muerte a redactar constituciones democráticas, todo ello, con distinto bolígrafo, pero la misma mano.

Hará falta recurrir a las destrezas interpretativas de Meryl Streep para redibujar a un Fraga que amenaza con pasar a la historia como ese sargento de hierro con un corazón de oro. Su sonrojante sentimentalismo crepuscular, ilustrado por las lágrimas que le acompañaban a los sones de las gaitas, no debería ocultar el hecho de que perteneció a la deplorable estirpe de los ‘hombres de estado’, una variedad parasitaria igual de dañina que la de los ’periodistas de raza’, cada una en sus respectivos ámbitos de actuación.

En este país, no hay mayor acta de acusación, ni confesión de culpabilidad más nítida que asumir que se ha permanecido al servicio del estado durante sesenta  años, pero dada la acendrada costumbre española de falsificar su historia mediante el procedimiento de relatarla al revés, se dirá que entre sus innumerables méritos figura el de que haber arrastrado a la democracia a los sectores más recalcitrantes de la dictadura.

Bien, si es así, que se lo agradezcan ellos. La realidad fue justo la inversa: don Manuel encarnó, dio voz política y se puso a la cabeza de la peregrinación ideológica que protagonizaron todos aquellos franquistas que ya habían identificado en la autarquía del sátrapa gallego el principal obstáculo al acceso español a las grandes ligas de los negocios, por aquel entonces, la Comunidad Europea.

De Fraga dijo Felipe González que le cabía “todo el estado en la cabeza”, una frase ambigua que en cualquier caso dice más del estado y del antiguo ‘Isidoro’ que del propio líder conservador. Ciertamente, fue el propio Fraga quien consiguió que González se instalara en el imaginario popular como un presidente de izquierdas, gracias al prodigioso método del contraste y la comparación.

En un mundo redondo y coherente, el propio Fraga hubiera firmado de su puño y letra el acta de defunción. Ahora que ya no se le puede juzgar con ecuanimidad, a don Manuel sólo se le puede glosar con palabras, probablemente, con las mismas que otros aplicarán a Santiago Carrillo cuando llegue su hora. Que encuentre la misma paz que en su día intentó restablecer -dramáticamente y mucho éxito- en las calles.

 

Fonte: http://blogs.diariovasco.com/eljukebox/2012/01/16/fraga-ese-centauro/


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