Colombia. El desafio de la paz
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Editorial
Los retos de la paz en Colombia
Cuatro largos y accidentados años de negociaciones,
en La Habana, entre el Gobierno y
las guerrillas de las FARC-EP han dado como
fruto finalmente un Acuerdo de Paz entre ambas
partes, no sin tener que sortear en su recta
final el inesperado NO en el referéndum que
de manera unilateral convocó el Presidente
Juan Manuel Santos, y que a pesar de su baja
participación (apenas un 40% del electorados
habilitado) mostró las resistencias internas de
determinados sectores sociales y políticos del
país a asumir que no hay otro camino.
Tomando en cuenta este resultado electoral
las partes realizaron una renegociación urgente
del acuerdo inicial para readaptarlo en
algunos acápites a la correlación de fuerzas al
interior del país sudamericano, que mostró el
resultado electoral.
En esta segunda oportunidad, con más lógica,
la ratificación entre las dos partes fue aprobada
por unanimidad por el senado y el congreso
colombiano, con la significativa e inquietante
ausencia de los sectores afines al ex Presidente
Alvaro Uribe, puesto que la paz es en sí
misma un derecho y no algo sujeto a un criterio
ciudadano, potencialmente sujeto a la manipulación
y medias verdades.
Es obligatorio decir que los inicios del acuerdo
de paz firmado públicamente el día en el teatro
Colón de Bogotá, no apuntan en buena dirección:
5 líderes sociales asesinados esa misma
semana por supuestos paramilitares, dos
jóvenes guerrilleros de las FARC asesinados a
sangre fría (y no se puede decir de otra manera)
por francotiradores del Ejército, y el consecuente
y decepcionante informe de la Comisión
verificadora internacional, que emitió una
equívoca señal de que la “impunidad” igual podría
tener cabida en medio de los acuerdos, en
aras de no romperlos.
Las equivocaciones y sobre todo la larga sombra
de la “impunidad”, en el caso colombiano,
pueden llegar a ser trágicas, sangrantes
y frustrar cualquier intento serio de paz. Los
antecedentes históricos hablan por sí mismo:
Los insurgentes colombianos, léase M-19 o la
Unión Patriótica, siempre han sido leales a sus
acuerdos, todo lo contrario de los gobiernos de
una oligarquía demasiado ligada al paramilitarismo
y en numerosas ocasiones relacionada
al fructífero negocio del narcotráfico.
La paz en Colombia tiene por delante el inmenso
reto de traducir papeles y palabras en
hechos, pero incluso debe ir más allá para cambiar
la vieja y arraigada práctica social, política
e histórica de resolver mediante la violencia y
la muerte del adversario lo que debería ser la
confrontación de ideas y pareceres. Sin dejar
de subrayar en rojo que aún está pendiente
una acuerdo similar con el Ejército Nacional de
Liberación, la otra organización insurgente, dilatado
por demasiado tiempo.
Colombia necesita hoy de un fuerte acompañamiento
interno, un protagonismo que corresponde
a su propia sociedad, pero también
de una estricta vigilancia y verificación internacional,
tanto de los gobiernos garantes y
testigos de los acuerdos ya firmados, (Cuba,
Noruega, Venezuela y Chile), de la ONU y otros
países europeos y de los propios EE.UU, que
se han comprometido verbalmente con este
proceso de paz, pero también de todos los organismos
de la sociedad civil, que debemos
cumplir un papel de testigos, fiscales y acompañantes
para que todos sin excepción cumplan
su palabra, y ayudar así a dar por terminado
un conflicto que cuenta con datos propios
de una guerra civil de más de seis décadas:
250.000 muertos reconocidos en un primer y
preliminar informe oficial, un listado que puede
llegar seguramente hasta más de 700.000
si se profundiza en la verdad, más de seis millones
de desplazados, miles de desaparecidos
y crímenes de guerra e todo tipo.
Colombia, los colombianos y las colombianas,
tienen hoy el derecho y la oportunidad de construir
su presente, enfocar su futuro y releer
su pasado. Y eso que llamamos comunidad
internacional, nosotros también, tenemos la
obligación moral, política, ética y personal de
ayudarles a que la esperanza y la paz echen
raíces profundas en su país, que también es el
nuestro como ciudadanos del mundo, para que
nunca más tengamos que hablar de la guerra
en Colombia.
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